domingo, noviembre 11, 2007

Chávez, esta vez tiene razón


Creo que en esto Chávez tiene razón. Es cierto que debe respetar las ideas diferentes, eso es algo que Chávez no hace, es sin duda un líder intolerante y poco demócratico, afecto al personalismo y al culto a su personlidad. En Venezuela no existe la libertad de prensa a partir de la ley dictada por gobierno chavista.
Pero El Rey de España no puede decirle a un jefe de estado, "porque no te callas", en eso Chávez tiene razón, el será todo lo rey que sea como dijo el Bolivariano, pero "no puede mandarme callar"

Entrevista a Jorge Schuscheim

Entrevista a Jorge Schuscheim

Inversión, demanda e inflación

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Elecciones y economía 1era parte

Elecciones y economía 1era parte

Elecciones

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sábado, noviembre 10, 2007

¿Victoria en Irak?

Por Mario Vargas Llosa

¿Alguien se atrevería a afirmar hoy, contra la impresión generalizada, que la intervención militar en Irak en vez de un fracaso catastrófico va cumpliendo con sus objetivos y ha alcanzado ya un punto de no retorno?

Bartle Bull, experto inglés en Medio Oriente, en el último número de Prospect, la prestigiosa revista londinense que dirige David Goodhart, publica un ensayo defendiendo esta tesis, titulado: Misión cumplida. Sus argumentos son polémicos pero nada propagandísticos ni demagógicos.

Bull pone de lado la cuestión de si fue errónea o acertada la decisión de intervenir en Irak –algo que decidirán en el futuro los historiadores– y se limita a hacer un cotejo entre la situación actual del país y la que reinaba allá hace cuatro años y medio, cuando Estados Unidos, Inglaterra y un grupo de países aliados decidieron acabar con la dictadura de Saddam Hussein. Sostiene que, en la actualidad, las fuerzas de la coalición se hallan en Irak con la anuencia de un gobierno democráticamente elegido y con un mandato que la ONU ha venido renovando cada año desde mayo de 2003, la última vez en agosto pasado.

A su juicio, las metas estratégicas de la intervención se han alcanzado. Irak no se ha desintegrado y su unidad territorial y política parece ahora más firme que antaño, pues el descentralizado sistema en marcha cuenta incluso con el apoyo de los kurdos, cuya vocación independentista ha mermado de manera radical. En vez de una dictadura, el país es una democracia en la que, en todas las elecciones celebradas, la participación popular ha sido enorme, por encima de la que caracteriza a las sociedades abiertas de Occidente, de modo que su gobierno tiene una indiscutible legitimidad jurídica y política. Y se ha dado una Constitución que garantiza una independencia institucional y libertades públicas que ni Irak, ni ninguno de sus vecinos, ha conocido en su historia.

No ha estallado la guerra civil e Irán no ha ocupado Irak ni tutela su vida política. El país ha dejado de ser un peligro para la paz mundial y, aunque muy lentamente, va convirtiéndose en la primera sociedad árabe con elecciones libres, libertad de prensa, partidos políticos diversos y derechos civiles reconocidos.

La violencia, claro está, sigue causando terribles sufrimientos. Pero, aunque sea obscena la comparación, el número de víctimas de esta guerra y del terrorismo resultante –entre ochenta y doscientas mil se cifran los cálculos– está lejos de alcanzar el millón y medio de muertos que resultaron de las guerras, los genocidios y las represiones del régimen de Saddam Hussein. La inmensa mayoría de estas muertes ha sido obra de las matanzas ciegas e indiscriminadas contra la población civil cometidas por los terroristas extranjeros de Al-Qaeda o los de organizaciones sunnitas y chiitas que guerreaban entre sí y trataban de neutralizar a la población civil mediante el pánico.

Aunque este género de violencia probablemente se prolongue todavía durante buen tiempo –el número de fanáticos capaces de hacerse volar en pedazos con un camión o coche cargado de explosivos parece inacabable–, ha perdido toda significación política y, en la actualidad, se ha convertido en un problema puramente local y policial. Ha ido disminuyendo poco a poco, y el hecho decisivo en su contra ha sido el distanciamiento y la ruptura crecientes entre Al-Qaeda y la población sunnita, cuya alianza se fue enfriando a medida que sus dirigentes se convencían de que, al contrario de lo que creyeron al principio, las tropas norteamericanas e inglesas sólo abandonarán el país cuando el gobierno iraquí esté en condiciones de asegurar el orden y la paz.

En otras palabras, de que Irak no será un segundo Vietnam.

Bartle Bull señala que la alianza entre Al-Qaeda y otras sectas terroristas fundamentalistas –todas ellas más o menos identificadas con un wahabismo radical–, empeñadas en resucitar la pureza de costumbres y la ortodoxia doctrinaria “de tiempos del profeta” y los sunnitas del Baas –un partido inspirado en el nacionalsocialismo de Hitler, no hay que olvidarlo–, ansiosos de restaurar los privilegios de que gozaban en tiempos de Saddam Hussein estaba condenada al enfrentamiento.

El malestar fue creciendo cuando los fanáticos wahabistas extranjeros, en su furia puritana, empezaron a imponer en las zonas dominadas por ellos sus rígida moral, prohibiendo el cigarrillo, asesinando a los vendedores de alcohol y a los jeques de las tribus, así como casando a la fuerza a las jóvenes con los “emires” del llamado “Estado islámico de Irak”. La ruptura se consumó cuando los sunnitas comprendieron que podían encontrar una forma de acomodo y convivencia en el nuevo Irak, donde la mayoría chiita –tres veces más numerosa que la minoría sunnita– tendrá las riendas del poder.

Bull señala que la nueva política pragmática de los sunnitas ha hecho posible, por ejemplo, la notable transformación de la provincia de Anbar, durante buen tiempo una ciudadela de la resistencia y el terrorismo y ahora la más pacífica de todo el país. De las 18 provincias iraquíes, en la mitad de ellas la violencia se ha reducido a niveles mínimos o desaparecido. Este proceso debería acelerarse a medida que la población sunnita sienta, en los hechos, que su supervivencia no está amenazada en el Irak dominado por los chiitas y que su presencia, tanto en las instituciones como en la vida económica, política y social se halla segura.

Un paso en esta dirección, dice Bull, ha sido el acuerdo de principio entre chiitas, sunnitas y kurdos sobre la delicada cuestión de la distribución de los ingresos petroleros, que deberá confirmarse pronto con la firma de una ley, avalada por Estados Unidos, la Unión Europa y las Naciones Unidas.

Bull destaca algunos hitos clave en este desarrollo. La batalla entre sunnitas y chiitas desencadenada con la destrucción, por aquéllos, de la mezquita de Samarra. Fue el momento en el que la guerra civil generalizada pareció inevitable. Pero los sunnitas, cediendo al realismo, dieron marcha atrás cuando se vieron derrotados.

A partir de entonces, comenzaron, con discreción al principio y ahora de manera explícita, a pactar con los Estados Unidos y el gobierno de Maliki. Uno de los efectos de estos acuerdos ha sido el número creciente de sunnitas incorporados en los últimos meses al ejército y a las fuerzas policiales iraquíes: cinco mil sólo en las últimas semanas.

Al mismo tiempo, en un gesto de reciprocidad, el gobierno iraquí dio empleo en los servicios del Estado a otros siete mil sunnitas y reconoció el derecho a jubilación completa a todos los ex oficiales y soldados baazistas, con excepción de los 1500 vinculados a crímenes y torturas, la mayoría de los cuales, por lo demás, están ya presos, muertos o han huido a Siria, Jordania y Arabia Saudita.

Este es un resumen muy sucinto del ensayo de Bartle Bull. Mi impresión es que, aunque pueda parecer demasiado optimista y aunque no subraye lo suficiente, entre sus consideraciones, las secuelas trágicas que, sin duda, tendrá para la reconstrucción de Irak y la normalización de su vida social la atroz hemorragia de vidas humanas y bienes causada por el terror, así como la emigración al extranjero de sus mejores cuadros, ejecutivos y profesionales, las perspectivas que el analista británico señala para el porvenir de Irak son probablemente exactas, aunque los plazos sean, acaso, más prolongados de lo que él cree. Sólo el odio tan extendido hacia los Estados Unidos explica ese consenso, entre los comentaristas y políticos occidentales y tercermundistas, de que, al igual que en Vietnam, las tropas norteamericanas terminarán partiendo a la carrera, expulsadas de Irak por los “resistentes” y la repulsa de la opinión pública internacional.

Con todo lo sangrienta y dolorosa que es la situación sobre el terreno, lo cierto es que en Irak no son los Estados Unidos y Gran Bretaña, sino las bandas terroristas las que van llevando ahora la peor parte. La contraofensiva última, dirigida por el general Petraeus, ha tenido incluso más logros de los esperados y, hasta el momento, no hubo el menor retroceso. Y es claro que se hacían ilusiones quienes pensaban que, con un triunfo demócrata en las próximas elecciones en Estados Unidos, vendría la desbandada.

Hillary Clinton y Giuliani, los dos probables candidatos, han dejado bien en claro que a este respecto su posición es semejante: la retirada de las tropas se irá haciendo sólo en la medida en que el gobierno iraquí esté en condiciones de reemplazarlas, tanto en la batalla contra el terror como en el mantenimiento del orden público. Si es así, yo también pienso que los enormes sacrificios hechos estos últimos cuatro años y medio por el pueblo iraquí no habrán sido inútiles.

¿Victoria en Irak?

Por Mario Vargas Llosa

¿Alguien se atrevería a afirmar hoy, contra la impresión generalizada, que la intervención militar en Irak en vez de un fracaso catastrófico va cumpliendo con sus objetivos y ha alcanzado ya un punto de no retorno?

Bartle Bull, experto inglés en Medio Oriente, en el último número de Prospect, la prestigiosa revista londinense que dirige David Goodhart, publica un ensayo defendiendo esta tesis, titulado: Misión cumplida. Sus argumentos son polémicos pero nada propagandísticos ni demagógicos.

Bull pone de lado la cuestión de si fue errónea o acertada la decisión de intervenir en Irak –algo que decidirán en el futuro los historiadores– y se limita a hacer un cotejo entre la situación actual del país y la que reinaba allá hace cuatro años y medio, cuando Estados Unidos, Inglaterra y un grupo de países aliados decidieron acabar con la dictadura de Saddam Hussein. Sostiene que, en la actualidad, las fuerzas de la coalición se hallan en Irak con la anuencia de un gobierno democráticamente elegido y con un mandato que la ONU ha venido renovando cada año desde mayo de 2003, la última vez en agosto pasado.

A su juicio, las metas estratégicas de la intervención se han alcanzado. Irak no se ha desintegrado y su unidad territorial y política parece ahora más firme que antaño, pues el descentralizado sistema en marcha cuenta incluso con el apoyo de los kurdos, cuya vocación independentista ha mermado de manera radical. En vez de una dictadura, el país es una democracia en la que, en todas las elecciones celebradas, la participación popular ha sido enorme, por encima de la que caracteriza a las sociedades abiertas de Occidente, de modo que su gobierno tiene una indiscutible legitimidad jurídica y política. Y se ha dado una Constitución que garantiza una independencia institucional y libertades públicas que ni Irak, ni ninguno de sus vecinos, ha conocido en su historia.

No ha estallado la guerra civil e Irán no ha ocupado Irak ni tutela su vida política. El país ha dejado de ser un peligro para la paz mundial y, aunque muy lentamente, va convirtiéndose en la primera sociedad árabe con elecciones libres, libertad de prensa, partidos políticos diversos y derechos civiles reconocidos.

La violencia, claro está, sigue causando terribles sufrimientos. Pero, aunque sea obscena la comparación, el número de víctimas de esta guerra y del terrorismo resultante –entre ochenta y doscientas mil se cifran los cálculos– está lejos de alcanzar el millón y medio de muertos que resultaron de las guerras, los genocidios y las represiones del régimen de Saddam Hussein. La inmensa mayoría de estas muertes ha sido obra de las matanzas ciegas e indiscriminadas contra la población civil cometidas por los terroristas extranjeros de Al-Qaeda o los de organizaciones sunnitas y chiitas que guerreaban entre sí y trataban de neutralizar a la población civil mediante el pánico.

Aunque este género de violencia probablemente se prolongue todavía durante buen tiempo –el número de fanáticos capaces de hacerse volar en pedazos con un camión o coche cargado de explosivos parece inacabable–, ha perdido toda significación política y, en la actualidad, se ha convertido en un problema puramente local y policial. Ha ido disminuyendo poco a poco, y el hecho decisivo en su contra ha sido el distanciamiento y la ruptura crecientes entre Al-Qaeda y la población sunnita, cuya alianza se fue enfriando a medida que sus dirigentes se convencían de que, al contrario de lo que creyeron al principio, las tropas norteamericanas e inglesas sólo abandonarán el país cuando el gobierno iraquí esté en condiciones de asegurar el orden y la paz.

En otras palabras, de que Irak no será un segundo Vietnam.

Bartle Bull señala que la alianza entre Al-Qaeda y otras sectas terroristas fundamentalistas –todas ellas más o menos identificadas con un wahabismo radical–, empeñadas en resucitar la pureza de costumbres y la ortodoxia doctrinaria “de tiempos del profeta” y los sunnitas del Baas –un partido inspirado en el nacionalsocialismo de Hitler, no hay que olvidarlo–, ansiosos de restaurar los privilegios de que gozaban en tiempos de Saddam Hussein estaba condenada al enfrentamiento.

El malestar fue creciendo cuando los fanáticos wahabistas extranjeros, en su furia puritana, empezaron a imponer en las zonas dominadas por ellos sus rígida moral, prohibiendo el cigarrillo, asesinando a los vendedores de alcohol y a los jeques de las tribus, así como casando a la fuerza a las jóvenes con los “emires” del llamado “Estado islámico de Irak”. La ruptura se consumó cuando los sunnitas comprendieron que podían encontrar una forma de acomodo y convivencia en el nuevo Irak, donde la mayoría chiita –tres veces más numerosa que la minoría sunnita– tendrá las riendas del poder.

Bull señala que la nueva política pragmática de los sunnitas ha hecho posible, por ejemplo, la notable transformación de la provincia de Anbar, durante buen tiempo una ciudadela de la resistencia y el terrorismo y ahora la más pacífica de todo el país. De las 18 provincias iraquíes, en la mitad de ellas la violencia se ha reducido a niveles mínimos o desaparecido. Este proceso debería acelerarse a medida que la población sunnita sienta, en los hechos, que su supervivencia no está amenazada en el Irak dominado por los chiitas y que su presencia, tanto en las instituciones como en la vida económica, política y social se halla segura.

Un paso en esta dirección, dice Bull, ha sido el acuerdo de principio entre chiitas, sunnitas y kurdos sobre la delicada cuestión de la distribución de los ingresos petroleros, que deberá confirmarse pronto con la firma de una ley, avalada por Estados Unidos, la Unión Europa y las Naciones Unidas.

Bull destaca algunos hitos clave en este desarrollo. La batalla entre sunnitas y chiitas desencadenada con la destrucción, por aquéllos, de la mezquita de Samarra. Fue el momento en el que la guerra civil generalizada pareció inevitable. Pero los sunnitas, cediendo al realismo, dieron marcha atrás cuando se vieron derrotados.

A partir de entonces, comenzaron, con discreción al principio y ahora de manera explícita, a pactar con los Estados Unidos y el gobierno de Maliki. Uno de los efectos de estos acuerdos ha sido el número creciente de sunnitas incorporados en los últimos meses al ejército y a las fuerzas policiales iraquíes: cinco mil sólo en las últimas semanas.

Al mismo tiempo, en un gesto de reciprocidad, el gobierno iraquí dio empleo en los servicios del Estado a otros siete mil sunnitas y reconoció el derecho a jubilación completa a todos los ex oficiales y soldados baazistas, con excepción de los 1500 vinculados a crímenes y torturas, la mayoría de los cuales, por lo demás, están ya presos, muertos o han huido a Siria, Jordania y Arabia Saudita.

Este es un resumen muy sucinto del ensayo de Bartle Bull. Mi impresión es que, aunque pueda parecer demasiado optimista y aunque no subraye lo suficiente, entre sus consideraciones, las secuelas trágicas que, sin duda, tendrá para la reconstrucción de Irak y la normalización de su vida social la atroz hemorragia de vidas humanas y bienes causada por el terror, así como la emigración al extranjero de sus mejores cuadros, ejecutivos y profesionales, las perspectivas que el analista británico señala para el porvenir de Irak son probablemente exactas, aunque los plazos sean, acaso, más prolongados de lo que él cree. Sólo el odio tan extendido hacia los Estados Unidos explica ese consenso, entre los comentaristas y políticos occidentales y tercermundistas, de que, al igual que en Vietnam, las tropas norteamericanas terminarán partiendo a la carrera, expulsadas de Irak por los “resistentes” y la repulsa de la opinión pública internacional.

Con todo lo sangrienta y dolorosa que es la situación sobre el terreno, lo cierto es que en Irak no son los Estados Unidos y Gran Bretaña, sino las bandas terroristas las que van llevando ahora la peor parte. La contraofensiva última, dirigida por el general Petraeus, ha tenido incluso más logros de los esperados y, hasta el momento, no hubo el menor retroceso. Y es claro que se hacían ilusiones quienes pensaban que, con un triunfo demócrata en las próximas elecciones en Estados Unidos, vendría la desbandada.

Hillary Clinton y Giuliani, los dos probables candidatos, han dejado bien en claro que a este respecto su posición es semejante: la retirada de las tropas se irá haciendo sólo en la medida en que el gobierno iraquí esté en condiciones de reemplazarlas, tanto en la batalla contra el terror como en el mantenimiento del orden público. Si es así, yo también pienso que los enormes sacrificios hechos estos últimos cuatro años y medio por el pueblo iraquí no habrán sido inútiles.

Max Schmeling, campeón en la vida


Seguramente más recordado por sus peleas contra Joe Louis, el campéon alemán de box de peso completo Max Schmeling aún es hoy asociado a los íconos de la Alemania nazi. Sus títulos y su imagen fueron utilizados por el régimen hitlerista como herramientas de propaganda para demostrar la supuesta supremacía aria. Sin embargo, Schmeling resistió esas maniobras y su conducta fue siempre la de un caballero y un cabal deportista.

De hecho, muchos años después de finalizada la guerra se reveló que Schmeling arriesgo su vida para salvar la de una familia judía a cuyos integrantes escondió en su cuarto de hotel para luego asistirlos en su escape de Alemania.

Schmeling se hizo profesional de boxeo a la edad de 19 años, en 1924. En 1926 ganó el título de medio pesados y en 1929 llegó a la plaza fuerte del box mundial: Nueva York. Allí derrotó a dos de los más destacados pesos pesados de entonces: Johnny Risko y Paolino Uzcudun. Así trepó al lugar número dos del ranking y obtuvo la prioridad para luchar por el título.

De mentalidad liberal, -su manager era un judío, Max Jacobs- resistió todos los intentos del régimen nacional-socialista por manipularlo. Obtuvo el título mundial el 19 de junio de 1936 frente a Joe Louis, para muchos expertos el más grande boxeador de la historia. El régimen nazi se esforzaba por presentar la victoria como la evidencia de la inferioridad negra frente a la supremacía aria.

La revancha fue el 22 de junio de 1938 en el Yankee Stadium de Nueva York ante una multitud de 70.000 personas. Muy a pesar de la sana actitud deportiva de Schmeling, la lucha estaba signada por cuestiones políticas y raciales. Louis estaba determinado a reivindicar no sólo su orgullo y el de los Estados Unidos sino el de la población negra. La pelea duró apenas dos minutos y cuatro segundos. Schmeling no pudo frenar la avalancha salvaje de golpes descargada por el enfurecido 'Bombardero Marrón'.

Sin embargo, Schmeling será recordado por lo que consiguió afuera antes que dentro del cuadrilátero. Su historia es la de un héroe quien durante el pogrom de la Noche de los Cristales, el 9 de noviembre de 1938, salvó las vidas de dos hermanos judíos de apellido Lewin.

En un artículo publicado en la revista History Today, los profesores de la Universidad de Rhode Island, Robert Wiesbord y Norbert Heterich, cuantan como Schmeling escondió a los dos adolescentes, Henry y Werner, hijos de David Lewin.

Los mantuvo escondidos en un lugar seguro en su suite del Hotel Excelsior de Berlín al tiempo que avisaba en consejería que no debía ser molestado debido a una gripe que lo aquejaba. Días más tarde, cuando la furia del pogrom había amainado, ayudo a los jóvenes a abandonar Alemania, desde donde llegaron a los Estados Unidos. En ese país, Henry Lewin se convirtió en un hotelero prominente de Las Vegas.

Luego de la segunda guerra -Hitler nunca le perdonó que se rehusara a afiliarse al partido nazi y en venganza lo hizo alistar para llevar a cabo misiones suicidas como paracaidista- Schmeling peleó otras cinco veces pero nunca accedió a alguno de los diez primeros lugares del ranking. Ganó algunas peleas y en mayo de 1948 fue derrotado por otro veterano, Walter Neusel, en Hamburgo.

Luego de abandonar el boxeo -ganó cincuenta y seis y empató cuatro de setenta combates disputados- Schmeling continuó siendo una figura popular y respetada en Alemania y también en los Estados Unidos. Fue premiado con la Cinta de Oro que otorga la Sociedad de Prensa deportiva de Alemania y la ciudad de Los Angeles lo declaró Ciudadano Honorario. En 1957 adquirió una licencia para el embotellaje de Coca Cola en Hamburgo. Diez años después recibió el Oscar del Deporte de los Estados Unidos. En el mismo año publicó su autobiografía.

Atesoró a lo largo de su vida amistad y camaradería y, de algún modo, sus ex rivales se convirtieron en sus amigos. Supo ayudar a Joe Louis a lo largo de su vida y aún después de su muerte: Schmeling pagó su funeral.

Max Schmeling murió en Alemania, el 2 de febrero de 2005, a la edad de 99 años.

Max Schmeling, campeón en la vida


Seguramente más recordado por sus peleas contra Joe Louis, el campéon alemán de box de peso completo Max Schmeling aún es hoy asociado a los íconos de la Alemania nazi. Sus títulos y su imagen fueron utilizados por el régimen hitlerista como herramientas de propaganda para demostrar la supuesta supremacía aria. Sin embargo, Schmeling resistió esas maniobras y su conducta fue siempre la de un caballero y un cabal deportista.

De hecho, muchos años después de finalizada la guerra se reveló que Schmeling arriesgo su vida para salvar la de una familia judía a cuyos integrantes escondió en su cuarto de hotel para luego asistirlos en su escape de Alemania.

Schmeling se hizo profesional de boxeo a la edad de 19 años, en 1924. En 1926 ganó el título de medio pesados y en 1929 llegó a la plaza fuerte del box mundial: Nueva York. Allí derrotó a dos de los más destacados pesos pesados de entonces: Johnny Risko y Paolino Uzcudun. Así trepó al lugar número dos del ranking y obtuvo la prioridad para luchar por el título.

De mentalidad liberal, -su manager era un judío, Max Jacobs- resistió todos los intentos del régimen nacional-socialista por manipularlo. Obtuvo el título mundial el 19 de junio de 1936 frente a Joe Louis, para muchos expertos el más grande boxeador de la historia. El régimen nazi se esforzaba por presentar la victoria como la evidencia de la inferioridad negra frente a la supremacía aria.

La revancha fue el 22 de junio de 1938 en el Yankee Stadium de Nueva York ante una multitud de 70.000 personas. Muy a pesar de la sana actitud deportiva de Schmeling, la lucha estaba signada por cuestiones políticas y raciales. Louis estaba determinado a reivindicar no sólo su orgullo y el de los Estados Unidos sino el de la población negra. La pelea duró apenas dos minutos y cuatro segundos. Schmeling no pudo frenar la avalancha salvaje de golpes descargada por el enfurecido 'Bombardero Marrón'.

Sin embargo, Schmeling será recordado por lo que consiguió afuera antes que dentro del cuadrilátero. Su historia es la de un héroe quien durante el pogrom de la Noche de los Cristales, el 9 de noviembre de 1938, salvó las vidas de dos hermanos judíos de apellido Lewin.

En un artículo publicado en la revista History Today, los profesores de la Universidad de Rhode Island, Robert Wiesbord y Norbert Heterich, cuantan como Schmeling escondió a los dos adolescentes, Henry y Werner, hijos de David Lewin.

Los mantuvo escondidos en un lugar seguro en su suite del Hotel Excelsior de Berlín al tiempo que avisaba en consejería que no debía ser molestado debido a una gripe que lo aquejaba. Días más tarde, cuando la furia del pogrom había amainado, ayudo a los jóvenes a abandonar Alemania, desde donde llegaron a los Estados Unidos. En ese país, Henry Lewin se convirtió en un hotelero prominente de Las Vegas.

Luego de la segunda guerra -Hitler nunca le perdonó que se rehusara a afiliarse al partido nazi y en venganza lo hizo alistar para llevar a cabo misiones suicidas como paracaidista- Schmeling peleó otras cinco veces pero nunca accedió a alguno de los diez primeros lugares del ranking. Ganó algunas peleas y en mayo de 1948 fue derrotado por otro veterano, Walter Neusel, en Hamburgo.

Luego de abandonar el boxeo -ganó cincuenta y seis y empató cuatro de setenta combates disputados- Schmeling continuó siendo una figura popular y respetada en Alemania y también en los Estados Unidos. Fue premiado con la Cinta de Oro que otorga la Sociedad de Prensa deportiva de Alemania y la ciudad de Los Angeles lo declaró Ciudadano Honorario. En 1957 adquirió una licencia para el embotellaje de Coca Cola en Hamburgo. Diez años después recibió el Oscar del Deporte de los Estados Unidos. En el mismo año publicó su autobiografía.

Atesoró a lo largo de su vida amistad y camaradería y, de algún modo, sus ex rivales se convirtieron en sus amigos. Supo ayudar a Joe Louis a lo largo de su vida y aún después de su muerte: Schmeling pagó su funeral.

Max Schmeling murió en Alemania, el 2 de febrero de 2005, a la edad de 99 años.

Izquierda y derecha

El hecho que no haya mas izquierda y derecha, no significa que no exista arriba y abajo.

Izquierda y derecha

El hecho que no haya mas izquierda y derecha, no significa que no exista arriba y abajo.

Energía eléctrica a partir de residuos


Con un Slogan: COVANTA REDUCE, REUSE, RECYCLE Unas 600 toneladas de basura pueden convertirse cada día en unos 18 MW de energía eléctrica.

Covanta es una empresa de Florida, USA que se dedica a generar electricidad usando basura normal y corriente. En los últimos años han procesado ya más de cuatro millones de toneladas, generado electricidad suficiente como para proveer a unos 26.000 hogares.

Calculan que han ahorrado la emisión de unas cuatro toneladas de gases de efecto invernadero, producidosuficiente electricidad como para evitar la quema de un millón de toneladas de carbón o cuatro millones de barriles de petróleo.


Energía eléctrica a partir de residuos


Con un Slogan: COVANTA REDUCE, REUSE, RECYCLE Unas 600 toneladas de basura pueden convertirse cada día en unos 18 MW de energía eléctrica.

Covanta es una empresa de Florida, USA que se dedica a generar electricidad usando basura normal y corriente. En los últimos años han procesado ya más de cuatro millones de toneladas, generado electricidad suficiente como para proveer a unos 26.000 hogares.

Calculan que han ahorrado la emisión de unas cuatro toneladas de gases de efecto invernadero, producidosuficiente electricidad como para evitar la quema de un millón de toneladas de carbón o cuatro millones de barriles de petróleo.


El "embrujamiento" de nuestra inteligencia por el lenguaje


Wittgenstein sostiene que el significado de las palabras y el sentido de las proposiciones son su función, su uso [Gebrauch] en el lenguaje,
vale decir, que preguntar por el significado de una palabra o por el sentido de una proposición equivale a preguntar cómo se usa.
Por otra parte, puesto que dichos usos son muchos y multiformes, el criterio para determinar el uso correcto de una palabra o de
una proposición estará determinado por el contexto al cual pertenezca. Dicho contexto recibe el nombre de juego de lenguaje [Sprachspiel] *.
Estos juegos de lenguaje no comparten una esencia común sino que mantienen un parecido de familia [Familienähnlichkeiten].
De esto se sigue que lo absurdo de una proposición radicará en usarla fuera del juego de lenguaje que le es propio.
Desde esta óptica, los llamados "problemas filosóficos" no son en realidad problemas, sino perplejidades. De ahí que la misión
de la filosofía sea la de una lucha contra el "embrujamiento" de nuestra inteligencia por el lenguaje

LUDWIG WITTGENSTEIN , filosofo, Viena, Austria, 1889 —Cambridge, Reino Unido, 1951
En vida publicó solamente un libro: el Tractatus logico-philosophicus, que influyó en gran medida a los positivistas lógicos

El "embrujamiento" de nuestra inteligencia por el lenguaje


Wittgenstein sostiene que el significado de las palabras y el sentido de las proposiciones son su función, su uso [Gebrauch] en el lenguaje,
vale decir, que preguntar por el significado de una palabra o por el sentido de una proposición equivale a preguntar cómo se usa.
Por otra parte, puesto que dichos usos son muchos y multiformes, el criterio para determinar el uso correcto de una palabra o de
una proposición estará determinado por el contexto al cual pertenezca. Dicho contexto recibe el nombre de juego de lenguaje [Sprachspiel] *.
Estos juegos de lenguaje no comparten una esencia común sino que mantienen un parecido de familia [Familienähnlichkeiten].
De esto se sigue que lo absurdo de una proposición radicará en usarla fuera del juego de lenguaje que le es propio.
Desde esta óptica, los llamados "problemas filosóficos" no son en realidad problemas, sino perplejidades. De ahí que la misión
de la filosofía sea la de una lucha contra el "embrujamiento" de nuestra inteligencia por el lenguaje

LUDWIG WITTGENSTEIN , filosofo, Viena, Austria, 1889 —Cambridge, Reino Unido, 1951
En vida publicó solamente un libro: el Tractatus logico-philosophicus, que influyó en gran medida a los positivistas lógicos

Un imám dio clases por TV de cómo pegarle a una mujer

Un religioso saudí recomienda como medida previa a pegarle a una mujer advertírselo verbalmente y luego privarla de conversación y sexo. Y si ésta no modifica su actitud, se puede recurrir a la violencia. Eso sí, “sin pasarse”.

La noticia sacudió a España y se reproduce a lo largo de todo el mundo por Youtube. Mohamed Al-Arifi, un imán saudí reconocido por su pensamiento radical, explicó con detalles a una audiencia de jóvenes cómo disciplinar a sus futuras esposas.Según el diario español Público, el imán detalló que un hombre ofendido debe seguir un plan riguroso: "Primero adviértela. Una, dos, tres veces, cuatro veces, diez veces. Si eso no sirve, rechaza compartir sus camas". En el caso que estas medidas no obtengan el deseado buscado, es lícito golpear a la mujer aunque "sin pasarse". La recomendación explícita de este imán propone la utilización de "un cepillo de dientes", destacó el diario español 20 minutos, donde puede verse el video subtitulado.El programa se emitió al aire el 9 de septiembre pasado, pero recién ahora tomó estado público en Occidente a partir de la acción de organizaciones que manifiestan contra ciertas expresiones tendenciosas del Islam.