domingo, enero 24, 1999

La viveza, entre la inteligencia y la estupidez

Por Marco DeneviFrente a un problema concreto, la reacción mental del hombre inteligente es dinámica: buscará el camino de la solución, a menudo a través de exploraciones, de asedios desde distintos flancos, de razonamientos abandonados en un punto y recomenzados en otro, hasta encontrar la salida.

En latín, salida se dice exitus, que los ingleses tradujeron por exit.La inteligencia conduce al éxito.Ese mismo idioma, madre del nuestro, cuyo estudio hoy les parece superfluo a algunas autoridades universitarias, tiene un verbo, stupere, que significa quedarse quieto, inmóvil, paralizado y, en sentido traslaticio, mentalmente detenido como delante de un cartel que dijera stop.
De ahí deriva la palabra estúpido: hombre que permanece entrampado por un problema sin atinar con la salida, aunque a veces adopte la agitación convulsa de una mariposa encandilada por una luz muy fuerte o los movimientos desesperados de un animal dentro de una jaula. Hablo siempre de lo que ocurre en la mente.

Las dos únicas reacciones del estúpido serán la resignación o la violencia, dos falsas salidas, dos fracasos.Salvo casos patológicos, todos somos inteligentes respecto a un tipo de problemas y estúpidos respecto a otro tipo de problemas.
Pero nuestra inteligencia y nuestra estupidez no dependen de nuestra moral.Hay inteligentes moralmente canallas y hay estúpidos moralmente intachables. Cuánto la inteligencia y la estupidez le deben a los genes y cuánto a la educación (digamos, a la gimnasia) es un asunto que dejaré de lado para que no me usurpe todo el espacio del que dispongo.
Pero no querría pasar por alto un dato: sin el auxilio del intelecto, esto es de la capacidad del análisis critico del problema, y sin la posesión de conocimientos relacionados con ese problema y adquiridos por experiencia propia, o por revelación ajena, la pura inteligencia no llegaría muy lejos en el camino del éxito. La estupidez, por mas que acumule conocimientos, no sabe que hacer con ellos.
Y no es raro que un intelectual, ducho de análisis critico, sea incapaz de hallar soluciones.

Sabiduría
El desarrollo, en un mismo individuo, de la inteligencia, del intelecto y de los conocimientos bien puede llamarse sabiduría, si no en la aceptación teísta que le dan las Escrituras, por lo menos como tributo humano susceptible de adquisición y de pérdida.
Pero aunque no haya sabios in omni re scibile, y hasta Leonardo Da Vinci falle en sus experimentaciones con los óleos y pigmentos de sus cuadros y Albert Einstein no acierte en ubicar el hotel donde se aloja, ambos merecen el título de sabios no menos que Plinio el Viejo, muerto sin embargo, según Suetonio, a causa de una estúpida temeridad.Con alguna frecuencia la realidad nos pone, de momento, mentalmente paralíticos.
Es cuando decimos que estamos estupefactos, lo cual significa "estar hechos unos estúpidos". La inteligencia, si la tenemos, vendrá a rescatarnos de esa pasajera estupidez que, por no ser insalvable, se llama estupefacción.
A propósito: alguna vez Solyenitzin escribió que la televisión nos sume en largos intervalos mentales de inmóvil estupor. ¿Dispondremos de la suficiente inteligencia como para no ser dañados por los poderes estupefacientes de la hogareña y diaria televisión?.

Situada a mitad de camino entre la inteligencia y la estupidez, la viveza comparte con la inteligencia, el dinamismo mental y, con la estupidez, la incapacidad de encontrar la solución a un problema.
Se mueve, pero no en dirección de la salida ¿ hacia donde se dirige? Ese es su secreto, la formula que le permite ponerse a resguardo de la humillación y del desprestigio que sufre la estupidez.La viveza, creo yo, es la habilidad mental para manejar los efectos de un problema sin resolver el problema.
El hombre dotado de viveza, el vivo, no ejercita la inteligencia, sino un sucedáneo de la inteligencia, apto para entenderse con las consecuencia prácticas del problema, pero no con el problema mismo.
Dicho de otro modo, el vivo se mueve mentalmente en procura de cómo eludir los efectos de problema, de cómo (en la mejor de las hipótesis) volverlos beneficiosos para él ó (en la peor) de cómo desviarlos en perjuicio de un tercero.
La viveza, pues, necesariamente se conecta con la moral.Sin el concurso del egoísmo no se puede ser vivo. Y para echarle el fardo al prójimo sin que este se resista, es imprescindible cierto grado de inescrupulosidad y hace falta practicar algún genero de fraude siquiera verbal.

Observado durante un corto plazo, el vivo da la impresión de haber obtenido éxito, de ser inteligente: se desplaza entre los problemas sin padecer las consecuencias o, mejor aún sacándoles provecho.
Como el flujo de los efectos no se interrumpe, el vivo no puede entregarse a los ocios y recesos de la viveza.De ahí que se los suele calificar de "despiertos". Aparenta una brillantez mental que engaña a las miradas superficiales.El inteligente, cuando está armando sus estrategias para atacar un problema, parece amodorrado y, en comparación con el vivo, un poco estúpido.Cuanto más complejo sea el problema, mas exigirá del inteligente paciencia y esfuerzo, mas lo someterá al silencioso y tedioso análisis crítico y al constante repaso de los conocimientos.

La viveza no puede permitirse esas demoras. Los efectos prácticos del problema no esperan mucho tiempo para hacerse sentir.De modo que el vivo está obligado a la rapidez y, consecuentemente, a la improvisación de sus métodos por lo general empíricos. Otra vez el inteligente comparado con el vivo, parecerá lento y hasta torpe.Si los efectos del problema, por su magnitud o por su complejidad, sobrepasan las posibilidades de la viveza para eludirlos, para aprovecharlos o para torcerlos hacia un costado, el vivo, por fin acorralado como un estúpido, no sucumbe ni a la resignación ni a la violencia, no confesará jamás su fracaso, no devolverá las armas que esconde en su mente: buscará algún chivo emisario a quien cargarle la culpa.En todas las sociedades conviven los inteligentes, los estúpidos y los vivos según proporciones distintas para cada una de ellas.

Para Borges no había ningún italiano ni ningún judío estúpidos. Exageraba, sin duda. Pero ahora imaginemos un país ficticio donde, por razones genéticas o por razones históricas, los vivos estén en mayoría. Esbozaré la novela de lo que podría ocurrir en ese país imaginario.Puesto que son mayoría unos vivos ocupan el gobierno.
Y otros vivos los eligen.Los vivos que los eligen, y por supuesto los estúpidos, incapaces de solucionar los problemas del país, los transferiría a los elegidos.Y los elegidos, como vivos que son, se dedicarán a lo suyo: ponerse a salvo de los efectos de los problemas, sacarles provecho o desviarlos hacia los demás, así sean vivos, estúpidos o inteligentes.
Durante un tiempo los estúpidos parpadearán de catatonia mental, los inteligentes se sentirán marginados y los vivos tratarán de imitar la viveza de los gobernantes. Mientras tanto los problemas, sin resolver, se acumulan, se multiplican, se superponen.Stop
Hasta que, fatal, llega el día en que los problemas forman una pared compacta con un cartel que dice stop. Y ahí la sociedad se detiene. Entonces los estúpidos, si no se resignan, se vuelven violentos.Los inteligentes toman su valija y huyen.
Y los vivos corren de un efecto a otro efecto vendando aquí, remendando allá, emparchando mas allá. Dejan los bofes en ese desesperado ir y venir por entre el caos de los efectos sin control.Y para disimular su impotencia recurren a los fantasmas de los chivos expiatorios y a un lenguaje esquizofrénico que, disociado de la realidad, seguirá pronunciando el discurso con que alguna vez embaucaron a la estupidez.
Estúpidos de brazos cruzados o de brazos armados, inteligentes en fuga, los vivos parlanchines y desesperados: tal sería la imagen de ese país ficticio caído al pie del ominoso stop. Para él no habrá sido una salvación, un grito de guerra: ¡La inteligencia al poder!! Salvo que todos los inteligentes hayan huido, hipótesis que no parece verosímil, la novela podría tener un final feliz.

La viveza, entre la inteligencia y la estupidez

Por Marco DeneviFrente a un problema concreto, la reacción mental del hombre inteligente es dinámica: buscará el camino de la solución, a menudo a través de exploraciones, de asedios desde distintos flancos, de razonamientos abandonados en un punto y recomenzados en otro, hasta encontrar la salida.

En latín, salida se dice exitus, que los ingleses tradujeron por exit.La inteligencia conduce al éxito.Ese mismo idioma, madre del nuestro, cuyo estudio hoy les parece superfluo a algunas autoridades universitarias, tiene un verbo, stupere, que significa quedarse quieto, inmóvil, paralizado y, en sentido traslaticio, mentalmente detenido como delante de un cartel que dijera stop.
De ahí deriva la palabra estúpido: hombre que permanece entrampado por un problema sin atinar con la salida, aunque a veces adopte la agitación convulsa de una mariposa encandilada por una luz muy fuerte o los movimientos desesperados de un animal dentro de una jaula. Hablo siempre de lo que ocurre en la mente.

Las dos únicas reacciones del estúpido serán la resignación o la violencia, dos falsas salidas, dos fracasos.Salvo casos patológicos, todos somos inteligentes respecto a un tipo de problemas y estúpidos respecto a otro tipo de problemas.
Pero nuestra inteligencia y nuestra estupidez no dependen de nuestra moral.Hay inteligentes moralmente canallas y hay estúpidos moralmente intachables. Cuánto la inteligencia y la estupidez le deben a los genes y cuánto a la educación (digamos, a la gimnasia) es un asunto que dejaré de lado para que no me usurpe todo el espacio del que dispongo.
Pero no querría pasar por alto un dato: sin el auxilio del intelecto, esto es de la capacidad del análisis critico del problema, y sin la posesión de conocimientos relacionados con ese problema y adquiridos por experiencia propia, o por revelación ajena, la pura inteligencia no llegaría muy lejos en el camino del éxito. La estupidez, por mas que acumule conocimientos, no sabe que hacer con ellos.
Y no es raro que un intelectual, ducho de análisis critico, sea incapaz de hallar soluciones.

Sabiduría
El desarrollo, en un mismo individuo, de la inteligencia, del intelecto y de los conocimientos bien puede llamarse sabiduría, si no en la aceptación teísta que le dan las Escrituras, por lo menos como tributo humano susceptible de adquisición y de pérdida.
Pero aunque no haya sabios in omni re scibile, y hasta Leonardo Da Vinci falle en sus experimentaciones con los óleos y pigmentos de sus cuadros y Albert Einstein no acierte en ubicar el hotel donde se aloja, ambos merecen el título de sabios no menos que Plinio el Viejo, muerto sin embargo, según Suetonio, a causa de una estúpida temeridad.Con alguna frecuencia la realidad nos pone, de momento, mentalmente paralíticos.
Es cuando decimos que estamos estupefactos, lo cual significa "estar hechos unos estúpidos". La inteligencia, si la tenemos, vendrá a rescatarnos de esa pasajera estupidez que, por no ser insalvable, se llama estupefacción.
A propósito: alguna vez Solyenitzin escribió que la televisión nos sume en largos intervalos mentales de inmóvil estupor. ¿Dispondremos de la suficiente inteligencia como para no ser dañados por los poderes estupefacientes de la hogareña y diaria televisión?.

Situada a mitad de camino entre la inteligencia y la estupidez, la viveza comparte con la inteligencia, el dinamismo mental y, con la estupidez, la incapacidad de encontrar la solución a un problema.
Se mueve, pero no en dirección de la salida ¿ hacia donde se dirige? Ese es su secreto, la formula que le permite ponerse a resguardo de la humillación y del desprestigio que sufre la estupidez.La viveza, creo yo, es la habilidad mental para manejar los efectos de un problema sin resolver el problema.
El hombre dotado de viveza, el vivo, no ejercita la inteligencia, sino un sucedáneo de la inteligencia, apto para entenderse con las consecuencia prácticas del problema, pero no con el problema mismo.
Dicho de otro modo, el vivo se mueve mentalmente en procura de cómo eludir los efectos de problema, de cómo (en la mejor de las hipótesis) volverlos beneficiosos para él ó (en la peor) de cómo desviarlos en perjuicio de un tercero.
La viveza, pues, necesariamente se conecta con la moral.Sin el concurso del egoísmo no se puede ser vivo. Y para echarle el fardo al prójimo sin que este se resista, es imprescindible cierto grado de inescrupulosidad y hace falta practicar algún genero de fraude siquiera verbal.

Observado durante un corto plazo, el vivo da la impresión de haber obtenido éxito, de ser inteligente: se desplaza entre los problemas sin padecer las consecuencias o, mejor aún sacándoles provecho.
Como el flujo de los efectos no se interrumpe, el vivo no puede entregarse a los ocios y recesos de la viveza.De ahí que se los suele calificar de "despiertos". Aparenta una brillantez mental que engaña a las miradas superficiales.El inteligente, cuando está armando sus estrategias para atacar un problema, parece amodorrado y, en comparación con el vivo, un poco estúpido.Cuanto más complejo sea el problema, mas exigirá del inteligente paciencia y esfuerzo, mas lo someterá al silencioso y tedioso análisis crítico y al constante repaso de los conocimientos.

La viveza no puede permitirse esas demoras. Los efectos prácticos del problema no esperan mucho tiempo para hacerse sentir.De modo que el vivo está obligado a la rapidez y, consecuentemente, a la improvisación de sus métodos por lo general empíricos. Otra vez el inteligente comparado con el vivo, parecerá lento y hasta torpe.Si los efectos del problema, por su magnitud o por su complejidad, sobrepasan las posibilidades de la viveza para eludirlos, para aprovecharlos o para torcerlos hacia un costado, el vivo, por fin acorralado como un estúpido, no sucumbe ni a la resignación ni a la violencia, no confesará jamás su fracaso, no devolverá las armas que esconde en su mente: buscará algún chivo emisario a quien cargarle la culpa.En todas las sociedades conviven los inteligentes, los estúpidos y los vivos según proporciones distintas para cada una de ellas.

Para Borges no había ningún italiano ni ningún judío estúpidos. Exageraba, sin duda. Pero ahora imaginemos un país ficticio donde, por razones genéticas o por razones históricas, los vivos estén en mayoría. Esbozaré la novela de lo que podría ocurrir en ese país imaginario.Puesto que son mayoría unos vivos ocupan el gobierno.
Y otros vivos los eligen.Los vivos que los eligen, y por supuesto los estúpidos, incapaces de solucionar los problemas del país, los transferiría a los elegidos.Y los elegidos, como vivos que son, se dedicarán a lo suyo: ponerse a salvo de los efectos de los problemas, sacarles provecho o desviarlos hacia los demás, así sean vivos, estúpidos o inteligentes.
Durante un tiempo los estúpidos parpadearán de catatonia mental, los inteligentes se sentirán marginados y los vivos tratarán de imitar la viveza de los gobernantes. Mientras tanto los problemas, sin resolver, se acumulan, se multiplican, se superponen.Stop
Hasta que, fatal, llega el día en que los problemas forman una pared compacta con un cartel que dice stop. Y ahí la sociedad se detiene. Entonces los estúpidos, si no se resignan, se vuelven violentos.Los inteligentes toman su valija y huyen.
Y los vivos corren de un efecto a otro efecto vendando aquí, remendando allá, emparchando mas allá. Dejan los bofes en ese desesperado ir y venir por entre el caos de los efectos sin control.Y para disimular su impotencia recurren a los fantasmas de los chivos expiatorios y a un lenguaje esquizofrénico que, disociado de la realidad, seguirá pronunciando el discurso con que alguna vez embaucaron a la estupidez.
Estúpidos de brazos cruzados o de brazos armados, inteligentes en fuga, los vivos parlanchines y desesperados: tal sería la imagen de ese país ficticio caído al pie del ominoso stop. Para él no habrá sido una salvación, un grito de guerra: ¡La inteligencia al poder!! Salvo que todos los inteligentes hayan huido, hipótesis que no parece verosímil, la novela podría tener un final feliz.

sábado, enero 10, 1998

Tras su manto de neblinas no las hemos de olvidar

Cuando los Serbios hablan del sur de la ex Yugoslavia, la región de Kosovo hoy nuevamente ocupada mayoritariamente por los albano kosovares, evocan la formación de su nacionalidad, la batalla contra los turcos en el 1374, las primeras iglesias que aún quedan en pie.

La emoción de un serbio nacionalista, se genera en la razón de su ser como Serbio, las raíces de su identidad, las fuentes de las cuales bebe su tradición, su porqué, su lugar en el pasado, su razón de ser en el presente y su fe en el futuro.

Cuando los judíos evocan a Jerusalen en cada rincón de la tierra donde habite uno, en cada uno de sus tres plegarias diaria, o aun los laicos cuando estudian la historia de los dos grandes templos, -el primero de ellos destruido por Nabucodonosor en -576 y el segundo por Tito en el año 70 de la era común-, las citas bíblicas, el sionismo que tomó su nombre de Sion Jerusalen, y las canciones mas importantes del cancionero Israelí giran alrededor de la Ciudad Santa.

Cuando estos dos pueblos como tantos otros luchan, se emocionan, discuten en los foros internacionales , hablan de sus raices, es como si estuvieran hablando de la mamá y el papá, de los primeros años de vida, sienten que renunciar a esos territorios es como perder una parte si mismos, y es por ello que no están dispuestos de ninguna manera a hacerlo.

Cuando los alemanes reenuncian a los límites que establecen los rios Oder y Neise, lo hacen separando los sentimientos del pragmatismo, pero nos los une al Oder Neise algo tan profundo como a los Israelíes Jerusalen, la comparación mas acertada sería con Hebrón o Jericó, ciudades fundamentales en la historia judía, a las cuales el Estado de Israel renunció dentro de una negociación difícil, en favor de la autoridad Nacional Palestina liderada por Yasser Arafat.

Este sería un segundo nivel de compromiso, de ligazón, es importante pero no es esencial, es el terreno donde se puede ceder, si las circunstancias y el pragmatismo lo imponen como de carácter vital.

Pero cuando los Argentinos hablan de Malvinas a que se refieren ?

Cuantos argentinos estuvieron en Malvinas , que acontecimiento histórico fundacional tuvo lugar en Malvinas ? Que gesta religiosa ? Que grado de conocimiento ligazón conforma ese sentimiento que experimentan los argentinos por la Islas ? Cual es la importancia geográfica, estratégica, cultural, nacional que tienen esas islas para un trabajador de Catamarca que se levanta todos los días a las 5 AM y que percibe a fin de mes $220 ?

Me preguntaba Mathew Townsend periodista del Channel Four de Londres, donde se generaba
ese sentimiento por Malvinas, que representaba Malvinas para el ciudadano medio en la Argentina.
Esa pregunta me hizo pensar en cual hubiera sido la situación si - solamente por un ejercicio de imaginación - las autoridades educativas Argentina hubieran decidido por un período de 45 años, dos generaciones no incluir la temática de malvinas con toda la liturgia del himno, y el día, el acto etc ?
No fueron las maestras en cada aula de este país las que cimentaron ese sentimiento ? que le aportó al ser nacional, a la identidad de cada una de las personas que habitan este territorio, esa zona cenestésica ?
Cuando una persona o un pueblo aprende algo en los albores de su vida, lo incorpora en la profundidad de su ser, y luego pone el piloto automático, nunca se pregunta porque, de donde sale, donde se origina tal o cual fetiche?
Hay cosas que las escuchamos de personas grandes cuando somos chicos y las tomamos como verdades, solamente porque esos gigantes de nuestra infancia lo dijeron, lo fijamos y nunca nos preguntamos si esos gigantes de nuestra niñez eran quizás unos imbéciles, frustrados, resentidos o ignorantes.
Hay cosas que aprendemos en nuestra niñez y que nos pueden servir toda la vida, cuando cruzás hay que mirar hacia los dos lados, es una enseñanza que resulta vital a los 9 o a los 84, siempre hay que mirar hacia ambos lados, pero hay otras enseñanzas como no hables con extraños, que son básicas y fundamentales a los 11 años para un chico, pero si seguimos pensando los mismo a los 31 años, estaremos condenados a una vida solitaria.
Ese poner la educación, los valores, la formación de la identidad en piloto automático, hace que también se vaya a una guerra en piloto automático.
Escuchando a un excombatiente un par de años mayor que yo., que vivió la experiencia de la guerra, la terrible experiencia de la guerra que a mi me tocó vivir en un ejercito organizado y que no deja muchas variables libradas al azar como el Israelí, pensaba en los 45 días que habitó una casamata sin comida ni agua con otros 4 compañeros, donde el enemigo ya no era ni el frío, ni los ingleses, ni el hambre o la sed que lo carcomían, sino sus cuatro compañeros con quienes se miraba de reojo, ante quienes escondía la cantimplora, o algún pedazo de pan, ante el temor que se lo hurtaran, pensaba, a quien le sirve la malvinización ?
Quien la generó, donde se generó ?
Y pensaba en la derecha Argentina antinorteamericana, antibritánica, antisemita y Xenófoba, pensaba en la izquierda, antinorteaméricana, antibritánica, antisemita, pensaba en si las Malvinas hubieran estado ocupadas por la República Oriental del Uruguay, como la argentina ocupa la Isla Martín García, si ese sentimiento sería tan profundo, por dos islas habitadas por 2000 habitantes que tienen uno de los standards de vida mas altos del mundo y que por nada del mundo quienren dejar de ser Ingleses-
Quien de nosotros habiendo nacido allí quisiera dejar de serlo ?
Es un resentimiento de la izquierda o de la derecha motivo suficiente para mandar a la guerra a un país, pueden las dificultades y los prejuicios de un grupo de personas generar sentimientos formadores de la identidad ?
Son lo sectores moderados los que deben poner el norte en la identidad y en los objetivos, como la soberanía, que el ciudadano sea soberano, pueda comer educarse vivir dignamente y elegir soberanamente su futuroEn la los paises que generalmente tomamos como modelos, los extremos y sus resentimientos son solo datos a tener en cuenta por los servicios de informaciones, por algunos pensadores, no como factor formador de la identidad nacional.