Su actuación en el programa británico "Got Talent" la convirtió en un fenómeno: 186 millones de visitas en Internet, ofertas para hacer películas, muñecas y hasta galletitas con su cara. Mañana se presenta en la segunda ronda del ciclo, pero su caso ya revela las características de la comunicación en el siglo XXI.
Susan Boyle, la escocesa que voló del anonimato a la fama mundial en lo que dura la interpretación de un tema musical en la TV, es un fenómeno que sintetiza las características de la comunicación en el siglo XXI.
El 11 de abril Susan Boyle desembarcó en Britain's Got Talent (formato original de Talento argentino) con el aspecto de una Cenicienta: cabellera canosa y desaliñada, cejas tupidas, regordeta, el aire impávido de los santos inocentes. Los miembros del jurado y el público que presenciaba el show la miraron como a una doña que hubiera equivocado el camino a la feria y llegado a la tele por pura desorientación geográfica. Ajena a las hostilidades, la concursante entonó I dreamed a dream (Soñé un sueño), el tema de la comedia musical Los Miserables; para eso había ido al programa, al fin y al cabo. Antes de terminar la primera estrofa, el sortilegio de su voz había pulverizado los prejuicios.
De un empujón televisivo, los aplausos la subieron a la carroza alada del show business. Y allí anda Susan al día de hoy, dando tumbos entre dos realidades antagónicas: por un lado, la módica rutina que la llevaba de la casa donde vive junto a su gato Puebles al coro de la parroquia del barrio; por el otro, el torbellino mediático que la ha puesto a soportar el asedio de cronistas y fans en la puerta de su domicilio, a conceder entrevistas vía satélite para ciclos estadounidenses tan renombrados como el de Larry King, a evaluar las más heterogéneas propuestas de trabajo.
Tamaño cimbronazo en la biografía de una simple desempleada con aptitudes para el canto parecería un milagro. Pero, en verdad, tiene una explicación netamente terrenal: el caso Boyle encaja a la perfección con las características de la televisión contemporánea. A saber:
La TV se alimenta de personajes La pantalla se reserva el derecho de admisión y permanencia: cualquiera sea el motivo por el que una persona accede a ella, las posibilidades de que perdure allí son directamente proporcionales a sus condiciones para ser vista como un personaje. En tal sentido, Susan Boyle es una exquisitez televisiva: tiene 48 años pero padece un leve retraso que le da una apariencia aniñada, frágil, a mitad de camino entre el asombro y la indiferencia. Según dice, no sólo es virgen sino que ni siquiera fue besada por un hombre. Su aspecto descuidado, la avejenta notablemente.
Así, Boyle irrumpe en la televisión ofreciendo lo que escasea: virginidad, despreocupación estética, vida austera. Una extraña criatura cuya sola presencia constituye una blasfemia a la santísima trinidad televisiva: sexo, dinero y juventud eterna. Una provocadora.
La TV se potencia en Internet Boyle se convirtió en noticia para todos los medios del planeta cuando conquistó el reino de Youtube: el video de su actuación en Got Talent fue visto cien millones de veces en sólo nueve días. "Internet no ha visto nunca algo como Susan Boyle, cuya popularidad en la red se encamina a los libros de Historia", arriesgó The Washington Post. Según informó la agencia Reuters el miércoles último, su video ya ha alcanzado 186 millones de visitas, cifra que lo coloca en el quinto puesto de los más vistos en la historia de Internet.
En la TV, Boyle había conmovido a los espectadores del ciclo; en la web, a los internautas del mundo entero. La TV puede ser el pasaporte a la fama pero, hoy por hoy, la visa al imperio de las celebridades globales se tramita en Internet. La popularidad universal ya no se mide en puntos de rating sino en visitas virtuales. Para ejemplo, Cumbio: cuando menciona en la TV que tiene 38 millones de visitas en su fotolog, los conductores que la entrevistan no atinan a disimular la envidia.
El rating registra la cantidad de televisores encendidos en determinado canal; la planilla no dice nada acerca de por qué miramos lo que miramos o qué opinamos de lo que vimos. La emoción de quienes siguieron la presentación de Boyle en el televisor es un secreto guardado entre las cuatro paredes de sus casas. Los que miraron el video en la web, en cambio, tuvieron la ocasión de hacer sus comentarios en la misma red. ¿Será Internet el ámbito donde debatir sobre la TV que consumimos?
La TV impone su lógica de show Susan Boyle es una estrella recién parida por la tele y como a todas sus criaturas mediáticas, la pantalla le ofrece las ventajas de una celebridad veloz a cambio de una condición: que acepte encorsetarse en la lógica del show. Boyle cumplió: habló de su vida privada sin ahorrarse el dato de su virginidad ni pasajes de alto voltaje emocional (tuvo problemas de asfixia al nacer que le dejaron un retraso de aprendizaje; se dedicó a cuidar a sus padres ancianos; vive sin otra compañía que su gato, etc.). La TV está cumpliendo su compromiso de ubicarla en el sitial de las celebridades: su "cambio de look" (apenas se tiñó las mechas y se depiló las cejas) fue noticia en los principales diarios del mundo; ya fue mencionada en un capítulo de la serie animada South Park; estrellas como Demi Moore y Elaine Page, de quien Boyle es fanática, y políticos como
el primer ministro británico Gordon Brown y el ex secretario general de la ONU Kofi Annan opinaron sobre ella; se están fabricando galletitas Magdalenas con su rostro. Recientemente, una fan estadounidense de Boyle comenzó a fabricar una muñeca con la figura de la cantante y la comercializa por Internet.
La TV funciona como una bolsa de trabajo
Antiguamente, las figuras televisivas aparecían en la pantalla cuando eran convocadas para realizar determinada tarea a cambio de un cachet. Ahora, muchas de ellas trajinan la pantalla por la simple expectativa de que la exhibición funcione como el puente hacia otras ganancias: contrataciones para publicidades, obras de teatro, presentaciones en boliches, canjes de ropa... Los desconocidos aprendieron de los famosos y, auge de los reality shows mediante, se presentan a los castings de ese tipo de ciclos menos interesados en ganar el premio final que en exponerse para conseguir diversas changas extratelevisivas. Ajena a esa estrategia mediática, Boyle llegó a Got Talent, según dijo, con el afán de concretar un sueño. Pero la lógica televisiva se impuso y le llegaron las ofertas: perder su virginidad en un filme porno a cambio de un millón de dólares; sentarse a negociar con Sony BMG para grabar un disco; dejar que el certamen de belleza Clothes Show London ponga a su servicio a los mejores estilistas. Increíble pero real, la noticia dio la vuelta al mundo: Catherine Zeta-Jones quiere llevar la vida de Susan a la pantalla grande pero, según el diario británico The Daily Mail, la actriz ya tiene quien compita con ella por la obtención de los derechos: James Cameron, el director de Titanic.
Muchos dicen que con ese nivel de ofertas, Boyle hará realidad la historia del patito feo. La escritora y periodista española Rosa Montero dispara contra ellos: "Ahora unos avispados vendedores de humo nos quieren hacer creer que los cuentos existen; que Susan se ha transmutado en cisne y que será feliz para siempre jamás. Cuando la verdad es que siempre va a ser un dulce pato; y da miedo pensar lo que puede hacerle la trituradora mediática a una criatura tan limpia e indefensa", escribió.
La TV fabrica celebridades a destajo
Si Susan Boyle creyera que la TV sació con ella su hambre de nuevas estrellas, estaría equivocada. En Got Talent, ya hay otros dos participantes, un niño y una niña, que se perfilan como celebridades en ciernes. Mañana se sabrá si Boyle pasa a la siguiente ronda del ciclo y ambos chicos, que ya obtuvieron lo suyo en materia de visitas en Youtube, se le presentan como rivales de peso.
Cualquiera sea la suerte de Boyle en el certamen, su participación ha servido para poner al mundo a debatir sobre las nuevas modalidades de la comunicación de masas.
Susan Boyle, la escocesa que voló del anonimato a la fama mundial en lo que dura la interpretación de un tema musical en la TV, es un fenómeno que sintetiza las características de la comunicación en el siglo XXI.
El 11 de abril Susan Boyle desembarcó en Britain's Got Talent (formato original de Talento argentino) con el aspecto de una Cenicienta: cabellera canosa y desaliñada, cejas tupidas, regordeta, el aire impávido de los santos inocentes. Los miembros del jurado y el público que presenciaba el show la miraron como a una doña que hubiera equivocado el camino a la feria y llegado a la tele por pura desorientación geográfica. Ajena a las hostilidades, la concursante entonó I dreamed a dream (Soñé un sueño), el tema de la comedia musical Los Miserables; para eso había ido al programa, al fin y al cabo. Antes de terminar la primera estrofa, el sortilegio de su voz había pulverizado los prejuicios.
De un empujón televisivo, los aplausos la subieron a la carroza alada del show business. Y allí anda Susan al día de hoy, dando tumbos entre dos realidades antagónicas: por un lado, la módica rutina que la llevaba de la casa donde vive junto a su gato Puebles al coro de la parroquia del barrio; por el otro, el torbellino mediático que la ha puesto a soportar el asedio de cronistas y fans en la puerta de su domicilio, a conceder entrevistas vía satélite para ciclos estadounidenses tan renombrados como el de Larry King, a evaluar las más heterogéneas propuestas de trabajo.
Tamaño cimbronazo en la biografía de una simple desempleada con aptitudes para el canto parecería un milagro. Pero, en verdad, tiene una explicación netamente terrenal: el caso Boyle encaja a la perfección con las características de la televisión contemporánea. A saber:
La TV se alimenta de personajes La pantalla se reserva el derecho de admisión y permanencia: cualquiera sea el motivo por el que una persona accede a ella, las posibilidades de que perdure allí son directamente proporcionales a sus condiciones para ser vista como un personaje. En tal sentido, Susan Boyle es una exquisitez televisiva: tiene 48 años pero padece un leve retraso que le da una apariencia aniñada, frágil, a mitad de camino entre el asombro y la indiferencia. Según dice, no sólo es virgen sino que ni siquiera fue besada por un hombre. Su aspecto descuidado, la avejenta notablemente.
Así, Boyle irrumpe en la televisión ofreciendo lo que escasea: virginidad, despreocupación estética, vida austera. Una extraña criatura cuya sola presencia constituye una blasfemia a la santísima trinidad televisiva: sexo, dinero y juventud eterna. Una provocadora.
La TV se potencia en Internet Boyle se convirtió en noticia para todos los medios del planeta cuando conquistó el reino de Youtube: el video de su actuación en Got Talent fue visto cien millones de veces en sólo nueve días. "Internet no ha visto nunca algo como Susan Boyle, cuya popularidad en la red se encamina a los libros de Historia", arriesgó The Washington Post. Según informó la agencia Reuters el miércoles último, su video ya ha alcanzado 186 millones de visitas, cifra que lo coloca en el quinto puesto de los más vistos en la historia de Internet.
En la TV, Boyle había conmovido a los espectadores del ciclo; en la web, a los internautas del mundo entero. La TV puede ser el pasaporte a la fama pero, hoy por hoy, la visa al imperio de las celebridades globales se tramita en Internet. La popularidad universal ya no se mide en puntos de rating sino en visitas virtuales. Para ejemplo, Cumbio: cuando menciona en la TV que tiene 38 millones de visitas en su fotolog, los conductores que la entrevistan no atinan a disimular la envidia.
El rating registra la cantidad de televisores encendidos en determinado canal; la planilla no dice nada acerca de por qué miramos lo que miramos o qué opinamos de lo que vimos. La emoción de quienes siguieron la presentación de Boyle en el televisor es un secreto guardado entre las cuatro paredes de sus casas. Los que miraron el video en la web, en cambio, tuvieron la ocasión de hacer sus comentarios en la misma red. ¿Será Internet el ámbito donde debatir sobre la TV que consumimos?
La TV impone su lógica de show Susan Boyle es una estrella recién parida por la tele y como a todas sus criaturas mediáticas, la pantalla le ofrece las ventajas de una celebridad veloz a cambio de una condición: que acepte encorsetarse en la lógica del show. Boyle cumplió: habló de su vida privada sin ahorrarse el dato de su virginidad ni pasajes de alto voltaje emocional (tuvo problemas de asfixia al nacer que le dejaron un retraso de aprendizaje; se dedicó a cuidar a sus padres ancianos; vive sin otra compañía que su gato, etc.). La TV está cumpliendo su compromiso de ubicarla en el sitial de las celebridades: su "cambio de look" (apenas se tiñó las mechas y se depiló las cejas) fue noticia en los principales diarios del mundo; ya fue mencionada en un capítulo de la serie animada South Park; estrellas como Demi Moore y Elaine Page, de quien Boyle es fanática, y políticos como
el primer ministro británico Gordon Brown y el ex secretario general de la ONU Kofi Annan opinaron sobre ella; se están fabricando galletitas Magdalenas con su rostro. Recientemente, una fan estadounidense de Boyle comenzó a fabricar una muñeca con la figura de la cantante y la comercializa por Internet.
La TV funciona como una bolsa de trabajo
Antiguamente, las figuras televisivas aparecían en la pantalla cuando eran convocadas para realizar determinada tarea a cambio de un cachet. Ahora, muchas de ellas trajinan la pantalla por la simple expectativa de que la exhibición funcione como el puente hacia otras ganancias: contrataciones para publicidades, obras de teatro, presentaciones en boliches, canjes de ropa... Los desconocidos aprendieron de los famosos y, auge de los reality shows mediante, se presentan a los castings de ese tipo de ciclos menos interesados en ganar el premio final que en exponerse para conseguir diversas changas extratelevisivas. Ajena a esa estrategia mediática, Boyle llegó a Got Talent, según dijo, con el afán de concretar un sueño. Pero la lógica televisiva se impuso y le llegaron las ofertas: perder su virginidad en un filme porno a cambio de un millón de dólares; sentarse a negociar con Sony BMG para grabar un disco; dejar que el certamen de belleza Clothes Show London ponga a su servicio a los mejores estilistas. Increíble pero real, la noticia dio la vuelta al mundo: Catherine Zeta-Jones quiere llevar la vida de Susan a la pantalla grande pero, según el diario británico The Daily Mail, la actriz ya tiene quien compita con ella por la obtención de los derechos: James Cameron, el director de Titanic.
Muchos dicen que con ese nivel de ofertas, Boyle hará realidad la historia del patito feo. La escritora y periodista española Rosa Montero dispara contra ellos: "Ahora unos avispados vendedores de humo nos quieren hacer creer que los cuentos existen; que Susan se ha transmutado en cisne y que será feliz para siempre jamás. Cuando la verdad es que siempre va a ser un dulce pato; y da miedo pensar lo que puede hacerle la trituradora mediática a una criatura tan limpia e indefensa", escribió.
La TV fabrica celebridades a destajo
Si Susan Boyle creyera que la TV sació con ella su hambre de nuevas estrellas, estaría equivocada. En Got Talent, ya hay otros dos participantes, un niño y una niña, que se perfilan como celebridades en ciernes. Mañana se sabrá si Boyle pasa a la siguiente ronda del ciclo y ambos chicos, que ya obtuvieron lo suyo en materia de visitas en Youtube, se le presentan como rivales de peso.
Cualquiera sea la suerte de Boyle en el certamen, su participación ha servido para poner al mundo a debatir sobre las nuevas modalidades de la comunicación de masas.