Por Martín Rodríguez
La primera mitad del año pasado de campaña presidencial se basó en una cuenta muy “nestorista” (por más que ahora esté de moda el juego de las siete diferencias entre Néstor y Cristina): la mayoría se obtiene de la suma de las partes. La fuerza de los jóvenes + la fuerza de los trabajadores + la fuerza de los Derechos Humanos, y así, el tren de la victoria iba sumando pedazos hacia la mayoría deseada. La suma de las partes tiene que dar la mitad más uno, era la cuenta.
En la segunda mitad del año, con las lecciones porteñas y santafesinas del PRO aprendidas, se pasó a un discurso hacia todos. ¿Y dónde queda el “todos”? Queda en la individualidad. Se cambió la fuerza de esos colectivos por -por ejemplo- un tal Ariel. Un científico joven y lúser cuya expresión podría resumirse en: es lo mejor que acumuló la sociedad en su laborioso, cristiano y anónimo aporte de IVA’s. Los hacheros del monte, los maestros rurales, los vendedores de seguros, los kiosqueros, los abogados, las Pymes, las Multinacionales, en fin, todos hicimos un Ariel. Un Ariel líquido. Un joven educado para la frontera de la humanidad: la ciencia. Y había más historias, y todas eran individuales. El todo sos vos, fue la consigna lanatiana para la victoria. Entonces se aprendió algo: la sociedad ya no son sólo fragmentos, poque hay un aceite que disloca, que separa en individualidades, en historias de vida, esos bloques robustos con los que San Martín soñó. No hay sólo sujetos, hay personas. Hubo una evolución casi secreta que coronó una victoria electoral extraordinaria.
Las campañas del 2011 cristalizaron las dos formas que tomó el kirchnerismo, el transversal y el para todos, con la bisagra adversarial del conflicto con el campo. En el transversal, los sujetos están definidos de antemano: obrero, desocupado, empresario, villero, todos están encuadrados en sus organizaciones de obreros, de desocupados, de empresarios y de villeros, y por lo tanto van a jugar así o asá. En el para todos, el obrero, el desocupado, el empresario y el villero, son parte de una masa mucho más amplia y más indefinida de votantes, selectores, son individuos que pagan impuestos, ejercen derechos y ganan olimpíadas de matemática. En julio del 2008, ibas a Jenny y pedías En torno a lo político o su par más denso, La razón populista, y te llevabas seis para regalarle uno a tu suegra, uno a tu novia y así. Antes del 2008 no existía el sobrevalorado Laclau. La pregunta sobre cómo se construye el pueblo se volvió por lo menos pertinente con el lock out patronal. Sin esa fase de antagonismo que puso en cuestión qué es ser un ciudadano y qué es ser argentino, el kirchnerismo para todos hubiese sido imposible, porque sin “algunos” que se niegan a pagar impuestos, no hay “todos” entre los que la riqueza se distribuye. Son dos tiempos. El del conflicto, el del todos.
(Así, en esa línea, una hipótesis sobre la relación entre el kirchnerismo y la crisis de 2001 es que el kirchnerismo empezó por “ordenar” la crisis. Por darle forma y representación al choque frontal de lo social contra la política que se había vivido. ¿Qué fue el 2001? Crisis sin relato. O, a lo sumo, en un margen ilustrado, un relato toninegrista de disoluciones e incertidumbres. Esta larga época trocó al diabólico Toni Negri por Jauretche, Laclau, Perón, González, Sarlo, Forster, la semiología del ciclo básico, y un largo etcétera en esa dirección pedagógica.)
El hecho maldito del país peronista
Hagamos memoria: cuando comenzó en el 2008 a sentirse el temblor desde el lugar de donde hoy provienen los malones (los barrios de la clase media) alguien atinó a preguntarse dónde existe el consorcio de ese magma, de ese temblor, el nervio de ese volcán. De eso que no es una clase, de eso que no se explica por nivel de ingreso: La Clase Media. Y alguien dijo al oído de Olivos que eso queda en Clarín. Si nos abstraemos de los hechos concretos, de las peleas tapa a tapa, podemos creer en la imagen de que alguien dijo que ese dilema “teórico” tenía su centro ahí. Que esa es su Bastilla. Que es el lugar más concentrado que puede haber para coordinar esa clase. Una clase enorme, expansiva, jodida, que es muletilla y lugar común de los que aprenden la poética de palabras como tilingo y mediopelo. Porque en esta cultura nacional se aprende a “pensar” hablando mal de la clase media, o sea, son cursos de autoayuda para sacarles el cuero a nuestros vecinos, a los que oímos en nuestras reuniones de consorcio. Un taller literario que también queda en la clase media.
Entonces, la pelea con Clarín, podría decididamente tener este sentido: descubrir el centro corporativo de esa clase. Porque la clase media es el hecho maldito del país peronista. Es un lugar de acumulación social, la superficie más estricta de la movilidad. Un resultado histórico desafiante-
¿Qué hacer? Cuando no se sabe qué hacer sólo queda putearla. Este tiempo será posiblemente recordado como el de un gran conflicto ahí y, dicho mal y pronto, así: las Señoras que ahora les dicen a sus mucamas que voten al peronismo (versus las que las mandan a cacerolear). La inversión del mito del bebé blanco cocinado en el horno: dale negra, hacete negra. Algo de eso huele en Dinamarca, Acoyte, avenida Santa Fe, etc.
Columna vertebral
El conflicto con Moyano está un poco más allá de las resoluciones simples del relato. Y por eso volvió a descoser la escena y a ofrecer rostros tan estatales, tan poco afectos a la “narrativa” desde el lado oficial, y tan efectivos, como los de De Vido y Berni. Fue la marcha de los trabajadores mejor pagos. De los que cobran 20 lucas. Chazarreta hijo de puta cobrás más que yo, le gritaría un filósofo. Lo más sencillo del mundo es resolverlo proponiendo que en la contradicción sindical existe otro Grupo Clarín a desenmascarar. Y, a la vez, se gastan energías preciosas en descifrar dónde está el peronismo, o dónde hay más peronismo, de qué lado del nuevo conflicto. La última nota de Sarlo parece concluir que en la exclusión de Moyano del kirchnerismo se confirma -paradójicamente- el peronismo de Cristina. Nadie se escapa (y Sarlo refuerza, sobre todo) a discutir sobre esos “ideales de representación”: por derecha o por izquierda, por arriba y por abajo, por donde sea, la discusión política parece tener un terreno puramente simbólico donde saldarse. Todo análisis, así, tendrá la trampa idealista de intentar decir dónde es más peronista algo. Cristina o Moyano.
El resultado de estos años se acentúa: un archipiélago de fragmentos sindicales definitivos. CINCO. Dos CTA’s y tres CGT’s. ¿Es bueno eso? ¿Es malo? ¿Hasta dónde es malo? Podría ser, por lo menos, “objetivamente” también, más disciplinador. Una economía tan heterogénea como la de la argentina logrará, quizás, un sindicalismo más heterodoxo. Si pienso en resultados, este es uno: muchos sindicalismos para muchas economías. El modelo es un modelo lógico: producir y repartir. Un modelo sindical único, pensado en abstracto, vuelve menos retorcidas y menos sectoriales las negociaciones entre capital y trabajo, más inflexibles también, quizás. El resultado de estos años es esta fragmentación sindical. Que benefició a los que están bajo sus convenios. Y que acentuó la representación general del resto mayoritario del pueblo pobre (en negro) en el gobierno, en los municipios. ¿Se acuerdan de la consigna de la CTA de que “la nueva fábrica es el barrio”? Bueno, eso que ahora suena mal, suena antiguo o ingenuo, parece no haberse modificado tanto, y el peronismo asumió la representación de modo tal que la columna vertebral del movimiento se ubica en las intendencias y municipios. Si el efecto de la economía dura produjo un retroceso de la política popular por el “derecho a la vida” (AUH) por sobre los derechos laborales, el peronismo terminó siendo el partido de esa gobernabilidad: prioridad territorial por sobre la sindical en su relación con la base. ¿Alguien recuerda el nombre de un intendente de los años 60 o 70? A los administradores de lugares comunes les gustará tallar la palabra “neoliberalismo” en esto y con eso sellar todo. Es eso y es más que eso: es el crecimiento del vecinalismo que la democracia genera. Es gente por sobre pueblo.
El kirchnerismo fue dedicado y quirúrgico para atender las morales y humores de la clase media, ocupar sus comisarías, quemar sus símbolos, crear otros, disputar el prime time, y se perdió un poco también en ese laberinto de ligustrinas bajas. Una clase media que sólo puede ser odiada por otra parte de esa clase media pero más ilustrada, por una “clase media-alta cultural”, o una ética -entre bolche y cristianuchi- que quiere siempre mucho más al pobre que a su prójimo, que al “pelotudo” del 3ºH. Derechos humanos, políticas de la memoria, turismo, televisión educativa fueron parte de un plan de conquista; y todo incluyó un relato estilizado del “otro”, del mundo popular. El esotérico artista plástico Santoro y la “filosofía del barro de la historia”. Un sentido común obsesionado en discutir a la clase media. Luchas de clases de clase media a clase media.
Mientras tanto, nueve años después se lanza una política de vivienda como la gente. Delicada y dedicada. Y se pone el ojo y algo más en el transporte después de una tragedia ferroviaria frente a la cual, quizás, muchos atinaron a balbucear que murieron en un tren los que ahora tienen a dónde ir. Duro para los nietos de un país donde eso era natural, demasiado abandono del sujeto real si ese es el sujeto. El mejor chiste de Cualca (Duro de domar) es una conclusión melancólica sobre la representación: devuelvan a Magnetto. AUH: mejor que decir es hacer.