Por Daniel Arcucci
"¿Cómo puede ser que yo me acuerde perfectamente de cómo forma Platense y no me pueda acordar de un teorema?", se preguntaba el Negro Fontanarrosa allá por 1996, en charla con el Gordo Soriano. Los dos más grandes escritores del fútbol argentino estaban grabando un programa de TV, pero ése es sólo un detalle: cuando el Negro hablaba de fútbol –igual que el Gordo– no actuaba; hablaba profundamente en serio. Claro, afirmar eso y agregar además que ese hombre entrañable era un auténtico "canalla" puede resultar un contrasentido para quien cree que la pelota es un juguete y ser hincha de un club, un detalle.
"El fútbol es el ADN de la vida", dijo hace poco, cuando ya había perdido buena parte de su movilidad, pero nada de su genio, en una conferencia durante la Feria del Libro de Guadalajara, en la que el tema fue, cómo no, la literatura y… el fútbol. "No llego a escribir de fútbol por ser un escritor al que le gusta eso, sino porque soy un futbolero nato. Mientras los intelectuales leían a Tolstoi, yo leía El Gráfico", ha dicho también, más para divertir que para provocar. Igual, seguro, que cuando afirmó: "Yo crecí queriendo ser como Ermindo Onega y no como Cortázar". No logró su objetivo.
No te vayas campeón fue el título de una de sus últimas obras, un libro en el que evocaba sin más rigor que su memoria fantástica aquellos equipos que habían sellado su amor por el fútbol. No te vayas campeón, se le ocurre decir ahora a uno, cuando acepta con tristeza que ya no tendrá el privilegio que tuvo, ese de compartir los tiempos con él –una estrella que jamás creyó que lo era– durante la cobertura de un Mundial o de un partido del seleccionado, mientras imaginaba los pronósticos de su inefable "Hermana Rosa". No se irá: está ya grabado en la memoria, como esos equipos inolvidables que vuelven a jugar todos los días en cada charla futbolera. Y que juegan cada día mejor.
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