La antropóloga alemana destaca la importancia de invertir en culturaLa antropóloga alemana Barbara Göbel sostiene que la defensa del patrimonio cultural es vital no sólo para la cultura, sino también para la economía de las naciones. Quien monopoliza la información –no sólo la científica y tecnológica, sino también la cultural– concentra el poder y es importante que los países, a pesar de las crisis que puedan sufrir, no dejen escapar, por falta de inversión, los bienes que enriquecieron su patrimonio a lo largo del tiempo.
Nombrada recientemente al frente del Instituto Iberoamericano de Berlín (IAI), que acaba de cumplir 75 años, Göbel se propone, en su gestión, conectar la experiencia científica que tiene en materia de problemas ambientales con las temáticas culturales que caracterizan a la institución alemana. Con su monumental colección de 830.000 libros, un importante número de ejemplares únicos y un ritmo de incorporación de alrededor de 17 .000 libros por año (entre ellos, adquisiciones regulares en la Argentina, como el legado de Roberto Arlt, la colección completa del periódico Argentinisches Tageblatt y otras valiosas colecciones, en estos últimos tiempos), el IAI está considerada la mayor biblioteca de Europa especializada en temas iberoamericanos. Es uno de los más relevantes centros de investigación en la materia. Barbara Göbel nació en la ciudad alemana de Essen y emigró a la Argentina a los diez años.
Allí cursó sus estudios primarios y secundarios. Se siente orgullosa de esa doble raíz cultural que ha marcado su vida y que la ha llevado a abrazar la antropología, declaró a la prensa cuando asumió la dirección del IAI. Sus especialidades son las dinámicas de la relación hombre-medio ambiente, la percepción y el manejo de riesgos desde una perspectiva intercultural y la globalización económica, social y cultural.
-¿Se discute en ámbitos científicos el problema del almacenamiento de información?
-Es una de las grandes discusiones en el nivel internacional, porque somos una sociedad de información. En ese sentido, existen dificultades para organizar la información, archivarla y mantenerla. Están, por ejemplo, los proyectos de Google y de Bill Gates para digitalizar el patrimonio de libros de la humanidad en una biblioteca universal, ambos con más posibilidades económicas que cualquier biblioteca nacional.
Este es un proceso complicado, porque no solamente implica la comercialización de patrimonios culturales que son bienes públicos y, como tales, no deberían ser exclusivos, sino también la pérdida de diversidad. Si uno mira cómo se desarrollan las bibliotecas, ve que éstas reflejan modas científicas y culturales, pero también estrategias en la manera de organizar archivos.
-¿Qué representa la acumulación de información? -Hay una pregunta básica detrás de eso y es la de qué es un bien público. Tenemos esa discusión en los ámbitos del medio ambiente y de la cultura, porque en el medio ambiente, por ejemplo, con el cambio ambiental global, nos estamos dando cuenta de que los problemas de otros son cada vez más los problemas nuestros.
-Concentrar la información y disponer del acceso a ella, ¿cómo se traduce en términos de poder? -Hay una preocupación creciente por monopolizar la información y disminuir la diversidad. Esto está vinculado con el proceso de globalización. Hemos tenido varias faces de globalización en la historia, pero en ningún otro momento el mundo ha estado interconectado de una manera tan clara y compleja como en estas últimas décadas. Por otra parte, la globalización llevó al peso de los factores económicos hasta un punto desconocido. De modo que estamos ahora frente a la posibilidad de monopolizar información si podemos monopolizar los capitales de dinero.
-¿Qué implica esa desigualdad? -Que el que tiene más dinero puede comprar información, no solamente dirigida a las actividades económicas sino también a las culturales y, sobre todo, a las científicas. De hecho es una competencia desigual, pero hay que reconocer las desigualdades del poder.
-¿Cuál es el futuro de las instituciones públicas en esa carrera por el monopolio? -Se trata, sin duda, de un reto para las entidades públicas, porque si comparamos presupuestos, no son los Estados sino las multinacionales las que disponen de un presupuesto mucho mayor que el de cualquier país del mundo, incluso Alemania, Estados Unidos y Japón, por nombrar a las potencias más fuertes. -Los países menos poderosos, ¿corren el riesgo de perder sus patrimonios y tener que recurrir a esos archivos monopolizados para estudiar, por ejemplo, su propia historia?
-Para el IAI esta discusión es fundamental, porque tenemos muchas colecciones que en los países latinoamericanos no existen y que constituyen patrimonio de la humanidad. Por eso debemos posicionarnos en el tema y una de las grandes preguntas es cómo hacemos para que ellas sean más accesibles. Una respuesta es posibilitar que los investigadores puedan venir a Berlín; otra, digitalizar nuestros archivos de información; una tercera, que es la única viable a largo plazo para instituciones públicas, es la cooperación institucional e intercambio de información, y una cuarta estrategia es la del reconocimiento público del valor de los bienes culturales. -¿En quién recae la responsabilidad de ese reconocimiento?
-En principio, diría que hay un gran desconocimiento de la importancia que esto tiene, incluso para cooperaciones económicas. Hay una discusión, muy importante para América latina, que es la disminución de la importancia del Estado, que ha sido siempre el que garantizó estos bienes públicos, a través de bibliotecas, universidades, etcétera. En el siglo XIX fueron las clases burguesas las que realizaron este reconocimiento. En la Argentina, fue tradicionalmente la clase media la que invirtió en esos valores. Hoy en día, la Argentina es un buen ejemplo para ver cómo disminuyó la importancia de los valores culturales y la producción científica, porque produjo casi la destrucción de su clase media en los últimos diez años. -¿Cómo encontrar una solución? -En países con situaciones difíciles, tanto social como económicamente, o durante un momento de ajuste, es complicado invertir en proyectos de educación e investigación a largo plazo cuando las urgencias son tan evidentes. Sin embargo, para la sustentabilidad de una sociedad es inevitable invertir en bienes que permitan desarrollar raíces de identidad. -¿La Argentina está en esa situación?
-Después de la última gran crisis de 2001 hubo un desfase institucional muy fuerte.
Fue el shock más importante, en mi opinión, más allá de lo financiero. Con la crisis se desmoronaron bases institucionales consideradas estables, como las universidades, entre otras. En ese marco, hay una dificultad muy grande de mantener lo no visible. Mantener una biblioteca es una inversión no visible, o, digámoslo de otra manera, se hace visible sólo cuando ya no se mantiene más, cuando los libros están destruidos y no hay más acceso a la información.
Esa inversión, realizada tradicionalmente a partir de su clase media, ya no es posible porque la gente debe optar por el destino de la inversión. La Argentina sigue teniendo, sin embargo, una vida cultural y una producción científica importantes, pero necesita un complemento institucional. El punto está en no cansarse de insistir. -Volviendo al tema de los patrimonios, ¿existe para ciertos países un peligro concreto de vaciamiento? -De hecho, es lo que está ocurriendo.
Hoy en día, una de las mayores exportaciones de la Argentina es su patrimonio cultural. Se están vendiendo piezas arqueológicas, huesos de dinosaurios, material paleontológico, material histórico, documentos, libros antiguos, conocimientos culturales, etcétera, desde hace varios años. Por eso es que, frente al creciente proceso de globalización, resulta tan importante la necesidad de mantener los archivos de diversidad cultural, y con esto me refiero también a la diversidad de conocimiento y producción científica. Es esencial crear alianzas de instituciones públicas. Ellas nunca disponen del dinero que tiene una multinacional. Además, no se trata sólo de la posibilidad de conseguir los fondos, sino también de la capacidad de un financiamiento rápido.
-¿Se produce algún tipo de planteo ético en las instituciones y empresas que adquieren esos legados en condiciones de desigualdad? -Ese planteo, en todo caso, está en el que maneja las decisiones. Hablando de la Argentina, es un hecho muy conocido que durante la época nazi los inmigrantes judíos tenían que pagar su entrada al país con obras de arte. Gran cantidad de la difusión de arte europeo en la Argentina se debe a esas "fuentes forzadas". Me refiero a capitales valiosos, como cuadros y joyas. Si uno pregunta por la historia de ciertos cuadros europeos, muchos tienen ese origen. De modo que no hay una regla ética general, en el sentido de que no hay tampoco sanciones aceptadas. -¿Falta legislación? -Se puede tener una legislación. Incluso ya hay ciertas legislaciones provinciales, pero mientras no existan los fondos para controlar su cumplimiento, de nada sirve. Algo similar sucede en el orden internacional, donde no hay una corte a la cual apelar. Los museos hacen intercambios de listas de piezas robadas y exportadas ilegalmente. Otro problema es que la mayoría de los coleccionistas que compran esas piezas arqueológicas no las exponen, sino que las guardan en su casa y allí se quedan.
-¿Cómo es la situación de los libros? -En cuanto a ellos, el tema es aún más complicado, porque de por medio están los derechos de autor. Se pueden vender los libros, pero, ¿a partir de qué momento un libro se convierte en algo invendible, en un patrimonio de la humanidad? Seguramente, la primera Biblia de Gutenberg es un caso claro. Pero pongamos el ejemplo del "Martín Fierro" ¿Hay una ley que lo proteja? No lo creo. El primer ejemplar de la Constitución argentina probablemente esté protegido, pero hay muchas otras obras que tienen importancia para la historia y no lo están.