Hay que perderle el miedo al conflicto, la sociedad democrática, asume el conflicto con beneficio de inventario, renunciar a el dentro del marco de las pujas distributivas, en términos de poder o de recursos líquidos, sería como aceptar los bienes sin las deudas de un familiar a heredar.
Las sociedades no democráticas como China o El Chile de Pinochet, marcharon hacia el capitalismo con orden, y con muertes a la vez.
La democracia es como el intelectual que va a la política con sus contradicciones, con desventajas frente al político profesional que no duda, que no se cuestiona, con lo cual resulta mucho más operativo y eficaz en el corto plazo, y también mucho mas chato, pobre e ineficaz en el mediano y largo plazo.
Esta bueno transar los conflictos en democracia, esta disputa gobierno campo, en los 70 se hubiera cobrado muchas vidas.
Hemos aprendido a transar los conflictos dentro del marco de la democracia, con caos, con disputas con conflictos, con la enorme riqueza de los conflictos.
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jueves, abril 24, 2008
La riqueza de la contradicción y el conflicto
Hay que perderle el miedo al conflicto, la sociedad democrática, asume el conflicto con beneficio de inventario, renunciar a el dentro del marco de las pujas distributivas, en términos de poder o de recursos líquidos, sería como aceptar los bienes sin las deudas de un familiar a heredar.
Las sociedades no democráticas como China o El Chile de Pinochet, marcharon hacia el capitalismo con orden, y con muertes a la vez.
La democracia es como el intelectual que va a la política con sus contradicciones, con desventajas frente al político profesional que no duda, que no se cuestiona, con lo cual resulta mucho más operativo y eficaz en el corto plazo, y también mucho mas chato, pobre e ineficaz en el mediano y largo plazo.
Esta bueno transar los conflictos en democracia, esta disputa gobierno campo, en los 70 se hubiera cobrado muchas vidas.
Hemos aprendido a transar los conflictos dentro del marco de la democracia, con caos, con disputas con conflictos, con la enorme riqueza de los conflictos.
Las sociedades no democráticas como China o El Chile de Pinochet, marcharon hacia el capitalismo con orden, y con muertes a la vez.
La democracia es como el intelectual que va a la política con sus contradicciones, con desventajas frente al político profesional que no duda, que no se cuestiona, con lo cual resulta mucho más operativo y eficaz en el corto plazo, y también mucho mas chato, pobre e ineficaz en el mediano y largo plazo.
Esta bueno transar los conflictos en democracia, esta disputa gobierno campo, en los 70 se hubiera cobrado muchas vidas.
Hemos aprendido a transar los conflictos dentro del marco de la democracia, con caos, con disputas con conflictos, con la enorme riqueza de los conflictos.
Etiquetas:
contrato social,
politicas públicas,
Sociedad
sábado, diciembre 22, 2007
Seis grados de separación...
Para conectarse con otra persona de la tierra es la teoría de que cualquiera en la Tierra puede estar conectado a cualquier
otra persona en el planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios.
La teoría fue inicialmente propuesta en 1929 por el escritor húngaro Frigyes Karinthy en una corta historia llamada Chains.
El concepto está basado en la idea que el número de conocidos crece exponencialmente con el número de enlaces en la cadena,
y sólo un pequeño número de enlaces son necesarios para que el conjunto de conocidos se convierta en la población humana entera.
En 1967, el psicólogo estadounidense Stanley Milgram ideó una nueva manera de probar la teoría, que él llamó
"el problema del pequeño mundo". Al azar seleccionó varias personas del medio oeste estadounidense para que enviaran tarjetas postales
a un extraño situado en Massachusetts, situado a varios miles de millas de distancia. Los remitentes conocían el nombre del destinatario,
su ocupación y la localización aproximada.
Se les indicó que enviaran el paquete a una persona que ellos conocieran directamente y que pensaran que fuera la que más probabilidades tendría,
de todos sus amigos, de conocer directamente al destinatario. Esta persona tendría que hacer lo mismo y así sucesivamente hasta que el paquete
fuera entregado personalmente a su destinatario final.
Un poco de historia de un un juego
Hace mucho tiempo en Estados Unidos había un juego muy popular llamado Bacon, el cual tenía relación con el actor Kevin Bacon.
El juego consiste en pensar en un actor cualquiera y buscar su número “Bacon”.
Si el actor ha trabajado de forma directa en una película con Kevin Bacon, su número “Bacon” es uno. Si ha trabajado en una película con
alguien que ha trabajado con Kevin Bacon, su número “Bacon” es dos y así sucesivamente. Extrañamente, todos los actores escogidos
no superaban mas de 6 Bacons. De hecho resulta muy dificil encontrar a un actor que supere dicha cantidad de Bacons.
Buscando un poco en inernet, podemos encontrar que el departamento de Ciencias de la Computación de la Universidad de Virginia,
han llevado la idea del juego hasta su extremo. Gracias a la base de datos de actores más grande del mundo, Internet Movie Database,
compuesta por más de medio millón de nombres y unas 275.000 películas, el Oráculo de Virginia es capaz de determinar instantáneamente
el número de Bacons de cualquier actor o actriz.
★
otra persona en el planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios.
La teoría fue inicialmente propuesta en 1929 por el escritor húngaro Frigyes Karinthy en una corta historia llamada Chains.
El concepto está basado en la idea que el número de conocidos crece exponencialmente con el número de enlaces en la cadena,
y sólo un pequeño número de enlaces son necesarios para que el conjunto de conocidos se convierta en la población humana entera.
En 1967, el psicólogo estadounidense Stanley Milgram ideó una nueva manera de probar la teoría, que él llamó
"el problema del pequeño mundo". Al azar seleccionó varias personas del medio oeste estadounidense para que enviaran tarjetas postales
a un extraño situado en Massachusetts, situado a varios miles de millas de distancia. Los remitentes conocían el nombre del destinatario,
su ocupación y la localización aproximada.
Se les indicó que enviaran el paquete a una persona que ellos conocieran directamente y que pensaran que fuera la que más probabilidades tendría,
de todos sus amigos, de conocer directamente al destinatario. Esta persona tendría que hacer lo mismo y así sucesivamente hasta que el paquete
fuera entregado personalmente a su destinatario final.
Un poco de historia de un un juego
Hace mucho tiempo en Estados Unidos había un juego muy popular llamado Bacon, el cual tenía relación con el actor Kevin Bacon.
El juego consiste en pensar en un actor cualquiera y buscar su número “Bacon”.
Si el actor ha trabajado de forma directa en una película con Kevin Bacon, su número “Bacon” es uno. Si ha trabajado en una película con
alguien que ha trabajado con Kevin Bacon, su número “Bacon” es dos y así sucesivamente. Extrañamente, todos los actores escogidos
no superaban mas de 6 Bacons. De hecho resulta muy dificil encontrar a un actor que supere dicha cantidad de Bacons.
Buscando un poco en inernet, podemos encontrar que el departamento de Ciencias de la Computación de la Universidad de Virginia,
han llevado la idea del juego hasta su extremo. Gracias a la base de datos de actores más grande del mundo, Internet Movie Database,
compuesta por más de medio millón de nombres y unas 275.000 películas, el Oráculo de Virginia es capaz de determinar instantáneamente
el número de Bacons de cualquier actor o actriz.
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Seis grados de separación...
Para conectarse con otra persona de la tierra es la teoría de que cualquiera en la Tierra puede estar conectado a cualquier
otra persona en el planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios.
La teoría fue inicialmente propuesta en 1929 por el escritor húngaro Frigyes Karinthy en una corta historia llamada Chains.
El concepto está basado en la idea que el número de conocidos crece exponencialmente con el número de enlaces en la cadena,
y sólo un pequeño número de enlaces son necesarios para que el conjunto de conocidos se convierta en la población humana entera.
En 1967, el psicólogo estadounidense Stanley Milgram ideó una nueva manera de probar la teoría, que él llamó
"el problema del pequeño mundo". Al azar seleccionó varias personas del medio oeste estadounidense para que enviaran tarjetas postales
a un extraño situado en Massachusetts, situado a varios miles de millas de distancia. Los remitentes conocían el nombre del destinatario,
su ocupación y la localización aproximada.
Se les indicó que enviaran el paquete a una persona que ellos conocieran directamente y que pensaran que fuera la que más probabilidades tendría,
de todos sus amigos, de conocer directamente al destinatario. Esta persona tendría que hacer lo mismo y así sucesivamente hasta que el paquete
fuera entregado personalmente a su destinatario final.
Un poco de historia de un un juego
Hace mucho tiempo en Estados Unidos había un juego muy popular llamado Bacon, el cual tenía relación con el actor Kevin Bacon.
El juego consiste en pensar en un actor cualquiera y buscar su número “Bacon”.
Si el actor ha trabajado de forma directa en una película con Kevin Bacon, su número “Bacon” es uno. Si ha trabajado en una película con
alguien que ha trabajado con Kevin Bacon, su número “Bacon” es dos y así sucesivamente. Extrañamente, todos los actores escogidos
no superaban mas de 6 Bacons. De hecho resulta muy dificil encontrar a un actor que supere dicha cantidad de Bacons.
Buscando un poco en inernet, podemos encontrar que el departamento de Ciencias de la Computación de la Universidad de Virginia,
han llevado la idea del juego hasta su extremo. Gracias a la base de datos de actores más grande del mundo, Internet Movie Database,
compuesta por más de medio millón de nombres y unas 275.000 películas, el Oráculo de Virginia es capaz de determinar instantáneamente
el número de Bacons de cualquier actor o actriz.
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otra persona en el planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios.
La teoría fue inicialmente propuesta en 1929 por el escritor húngaro Frigyes Karinthy en una corta historia llamada Chains.
El concepto está basado en la idea que el número de conocidos crece exponencialmente con el número de enlaces en la cadena,
y sólo un pequeño número de enlaces son necesarios para que el conjunto de conocidos se convierta en la población humana entera.
En 1967, el psicólogo estadounidense Stanley Milgram ideó una nueva manera de probar la teoría, que él llamó
"el problema del pequeño mundo". Al azar seleccionó varias personas del medio oeste estadounidense para que enviaran tarjetas postales
a un extraño situado en Massachusetts, situado a varios miles de millas de distancia. Los remitentes conocían el nombre del destinatario,
su ocupación y la localización aproximada.
Se les indicó que enviaran el paquete a una persona que ellos conocieran directamente y que pensaran que fuera la que más probabilidades tendría,
de todos sus amigos, de conocer directamente al destinatario. Esta persona tendría que hacer lo mismo y así sucesivamente hasta que el paquete
fuera entregado personalmente a su destinatario final.
Un poco de historia de un un juego
Hace mucho tiempo en Estados Unidos había un juego muy popular llamado Bacon, el cual tenía relación con el actor Kevin Bacon.
El juego consiste en pensar en un actor cualquiera y buscar su número “Bacon”.
Si el actor ha trabajado de forma directa en una película con Kevin Bacon, su número “Bacon” es uno. Si ha trabajado en una película con
alguien que ha trabajado con Kevin Bacon, su número “Bacon” es dos y así sucesivamente. Extrañamente, todos los actores escogidos
no superaban mas de 6 Bacons. De hecho resulta muy dificil encontrar a un actor que supere dicha cantidad de Bacons.
Buscando un poco en inernet, podemos encontrar que el departamento de Ciencias de la Computación de la Universidad de Virginia,
han llevado la idea del juego hasta su extremo. Gracias a la base de datos de actores más grande del mundo, Internet Movie Database,
compuesta por más de medio millón de nombres y unas 275.000 películas, el Oráculo de Virginia es capaz de determinar instantáneamente
el número de Bacons de cualquier actor o actriz.
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LOS HOMBRES COMPRAN, LAS MUJERES VAN DE COMPRAS.
En lo que se refiere a las compras, las mujeres son de Venus y los hombres de Marte. Las mujeres son felices rebuscando entre las colecciones de accesorios y ropa o dándoseuna vuelta por la sección de calzado.
Les gusta subirse en ascensores de cristal mientras escuchan música clásica o rociarse con la muestra de un perfume antes de, por ejemplo, comprar otra cosa. Sin embargo, los hombres consideran que comprar es más bien una misión.
Salen con el objeto de comprar determinado bien y tan pronto como lo hacen quieren abandonar rápidamente la tienda. Estas son algunas de las conclusiones que aparecen recogidas en el estudio "Men Buy, Women Shop" (“Los hombres compran, las mujeres van de compras”), realizado por Jay H. Baker Retail Initiative, de Wharton, y el Verde Group, una firma consultora de Toronto. Asimismo las mujeres reaccionan con mayor intensidad que los hombres antela actitud de los dependientes. Sin embargo, las reacciones de los hombres están más relacionadas con aspectos utilitarios relacionadoscon la compra, como tener espacio para aparcar, que el producto esté disponible en stock o que no haya largas colas para pagar.“Las mujeres suelen estar más involucradas en toda la experiencia de ir de compras”, dice Robert Price, director de marketing de CVS Caremark y miembro de consejo asesor Baker. “Los hombres quieren entrar en la tienda, comprar el bien que andan buscando y salir rápidamente”. “Me encanta ir de compras. Me encanta ir de compras incluso cuando mi tiempo es limitado. Simplemente adoro comprar”, comentaba una de las participantes en el estudio, de edad comprendida entre los 18 y los 35 años. Comparemos esta respuesta con la de un varón del mismo grupo de edad describiendo cómo los hombres afrontaban la experiencia de ir de compras: “Vamos a determinada tienda, compramos lo que necesitamos y nos vamos porque queremos hacer otras cosas”.
Price sostiene que el papel de las mujeres como “cuidadoras” persiste a pesar de que sus responsabilidades han aumentado. En su opinión, estas responsabilidades contribuyen a que las mujeres sean más conscientes a la hora de comprar y también tengan mayores expectativas. Por otro lado, tras haber confiado durante varias generaciones dicha tarea a las mujeres, el interés de los hombres en el hecho de ir de compras se ha ido atrofiando.
En opinión del profesor de Marketing de Wharton, Stephen J. Hoch, el comportamiento a la hora de ir de compras refleja las diferenciasde género que se manifiestan en diferentes aspectos de la vida. “Las mujeres piensan en las compras de un modo interpersonal y humano, mientras los hombres consideran que es algo más instrumental. Se trata de una tarea que hay que ejecutar”, explica añadiendo que estas conclusiones tienen implicaciones para los minoristas interesados en desarrollar un enfoque más segmentado para crear y mantenerla lealtad de los clientes de ambos géneros.
http://wharton.universia.net/index.cfm?fa=viewArticle&id=1446★
Les gusta subirse en ascensores de cristal mientras escuchan música clásica o rociarse con la muestra de un perfume antes de, por ejemplo, comprar otra cosa. Sin embargo, los hombres consideran que comprar es más bien una misión.
Salen con el objeto de comprar determinado bien y tan pronto como lo hacen quieren abandonar rápidamente la tienda. Estas son algunas de las conclusiones que aparecen recogidas en el estudio "Men Buy, Women Shop" (“Los hombres compran, las mujeres van de compras”), realizado por Jay H. Baker Retail Initiative, de Wharton, y el Verde Group, una firma consultora de Toronto. Asimismo las mujeres reaccionan con mayor intensidad que los hombres antela actitud de los dependientes. Sin embargo, las reacciones de los hombres están más relacionadas con aspectos utilitarios relacionadoscon la compra, como tener espacio para aparcar, que el producto esté disponible en stock o que no haya largas colas para pagar.“Las mujeres suelen estar más involucradas en toda la experiencia de ir de compras”, dice Robert Price, director de marketing de CVS Caremark y miembro de consejo asesor Baker. “Los hombres quieren entrar en la tienda, comprar el bien que andan buscando y salir rápidamente”. “Me encanta ir de compras. Me encanta ir de compras incluso cuando mi tiempo es limitado. Simplemente adoro comprar”, comentaba una de las participantes en el estudio, de edad comprendida entre los 18 y los 35 años. Comparemos esta respuesta con la de un varón del mismo grupo de edad describiendo cómo los hombres afrontaban la experiencia de ir de compras: “Vamos a determinada tienda, compramos lo que necesitamos y nos vamos porque queremos hacer otras cosas”.
Price sostiene que el papel de las mujeres como “cuidadoras” persiste a pesar de que sus responsabilidades han aumentado. En su opinión, estas responsabilidades contribuyen a que las mujeres sean más conscientes a la hora de comprar y también tengan mayores expectativas. Por otro lado, tras haber confiado durante varias generaciones dicha tarea a las mujeres, el interés de los hombres en el hecho de ir de compras se ha ido atrofiando.
En opinión del profesor de Marketing de Wharton, Stephen J. Hoch, el comportamiento a la hora de ir de compras refleja las diferenciasde género que se manifiestan en diferentes aspectos de la vida. “Las mujeres piensan en las compras de un modo interpersonal y humano, mientras los hombres consideran que es algo más instrumental. Se trata de una tarea que hay que ejecutar”, explica añadiendo que estas conclusiones tienen implicaciones para los minoristas interesados en desarrollar un enfoque más segmentado para crear y mantenerla lealtad de los clientes de ambos géneros.
http://wharton.universia.net/index.cfm?fa=viewArticle&id=1446★
LOS HOMBRES COMPRAN, LAS MUJERES VAN DE COMPRAS.
En lo que se refiere a las compras, las mujeres son de Venus y los hombres de Marte. Las mujeres son felices rebuscando entre las colecciones de accesorios y ropa o dándoseuna vuelta por la sección de calzado.
Les gusta subirse en ascensores de cristal mientras escuchan música clásica o rociarse con la muestra de un perfume antes de, por ejemplo, comprar otra cosa. Sin embargo, los hombres consideran que comprar es más bien una misión.
Salen con el objeto de comprar determinado bien y tan pronto como lo hacen quieren abandonar rápidamente la tienda. Estas son algunas de las conclusiones que aparecen recogidas en el estudio "Men Buy, Women Shop" (“Los hombres compran, las mujeres van de compras”), realizado por Jay H. Baker Retail Initiative, de Wharton, y el Verde Group, una firma consultora de Toronto. Asimismo las mujeres reaccionan con mayor intensidad que los hombres antela actitud de los dependientes. Sin embargo, las reacciones de los hombres están más relacionadas con aspectos utilitarios relacionadoscon la compra, como tener espacio para aparcar, que el producto esté disponible en stock o que no haya largas colas para pagar.“Las mujeres suelen estar más involucradas en toda la experiencia de ir de compras”, dice Robert Price, director de marketing de CVS Caremark y miembro de consejo asesor Baker. “Los hombres quieren entrar en la tienda, comprar el bien que andan buscando y salir rápidamente”. “Me encanta ir de compras. Me encanta ir de compras incluso cuando mi tiempo es limitado. Simplemente adoro comprar”, comentaba una de las participantes en el estudio, de edad comprendida entre los 18 y los 35 años. Comparemos esta respuesta con la de un varón del mismo grupo de edad describiendo cómo los hombres afrontaban la experiencia de ir de compras: “Vamos a determinada tienda, compramos lo que necesitamos y nos vamos porque queremos hacer otras cosas”.
Price sostiene que el papel de las mujeres como “cuidadoras” persiste a pesar de que sus responsabilidades han aumentado. En su opinión, estas responsabilidades contribuyen a que las mujeres sean más conscientes a la hora de comprar y también tengan mayores expectativas. Por otro lado, tras haber confiado durante varias generaciones dicha tarea a las mujeres, el interés de los hombres en el hecho de ir de compras se ha ido atrofiando.
En opinión del profesor de Marketing de Wharton, Stephen J. Hoch, el comportamiento a la hora de ir de compras refleja las diferenciasde género que se manifiestan en diferentes aspectos de la vida. “Las mujeres piensan en las compras de un modo interpersonal y humano, mientras los hombres consideran que es algo más instrumental. Se trata de una tarea que hay que ejecutar”, explica añadiendo que estas conclusiones tienen implicaciones para los minoristas interesados en desarrollar un enfoque más segmentado para crear y mantenerla lealtad de los clientes de ambos géneros.
http://wharton.universia.net/index.cfm?fa=viewArticle&id=1446★
Les gusta subirse en ascensores de cristal mientras escuchan música clásica o rociarse con la muestra de un perfume antes de, por ejemplo, comprar otra cosa. Sin embargo, los hombres consideran que comprar es más bien una misión.
Salen con el objeto de comprar determinado bien y tan pronto como lo hacen quieren abandonar rápidamente la tienda. Estas son algunas de las conclusiones que aparecen recogidas en el estudio "Men Buy, Women Shop" (“Los hombres compran, las mujeres van de compras”), realizado por Jay H. Baker Retail Initiative, de Wharton, y el Verde Group, una firma consultora de Toronto. Asimismo las mujeres reaccionan con mayor intensidad que los hombres antela actitud de los dependientes. Sin embargo, las reacciones de los hombres están más relacionadas con aspectos utilitarios relacionadoscon la compra, como tener espacio para aparcar, que el producto esté disponible en stock o que no haya largas colas para pagar.“Las mujeres suelen estar más involucradas en toda la experiencia de ir de compras”, dice Robert Price, director de marketing de CVS Caremark y miembro de consejo asesor Baker. “Los hombres quieren entrar en la tienda, comprar el bien que andan buscando y salir rápidamente”. “Me encanta ir de compras. Me encanta ir de compras incluso cuando mi tiempo es limitado. Simplemente adoro comprar”, comentaba una de las participantes en el estudio, de edad comprendida entre los 18 y los 35 años. Comparemos esta respuesta con la de un varón del mismo grupo de edad describiendo cómo los hombres afrontaban la experiencia de ir de compras: “Vamos a determinada tienda, compramos lo que necesitamos y nos vamos porque queremos hacer otras cosas”.
Price sostiene que el papel de las mujeres como “cuidadoras” persiste a pesar de que sus responsabilidades han aumentado. En su opinión, estas responsabilidades contribuyen a que las mujeres sean más conscientes a la hora de comprar y también tengan mayores expectativas. Por otro lado, tras haber confiado durante varias generaciones dicha tarea a las mujeres, el interés de los hombres en el hecho de ir de compras se ha ido atrofiando.
En opinión del profesor de Marketing de Wharton, Stephen J. Hoch, el comportamiento a la hora de ir de compras refleja las diferenciasde género que se manifiestan en diferentes aspectos de la vida. “Las mujeres piensan en las compras de un modo interpersonal y humano, mientras los hombres consideran que es algo más instrumental. Se trata de una tarea que hay que ejecutar”, explica añadiendo que estas conclusiones tienen implicaciones para los minoristas interesados en desarrollar un enfoque más segmentado para crear y mantenerla lealtad de los clientes de ambos géneros.
http://wharton.universia.net/index.cfm?fa=viewArticle&id=1446★
sábado, noviembre 03, 2007
La decadencia del coito
Por Luis Frontera
Es sabido que los humanos, en los últimos miles de años, no lograron inventar nada en materia sexual. El último cambio coital cualitativo y digno de ser mencionado sucedió en la Prehistoria, y su protagonista resultó ser la mujer. Aquel momento fue bien expuesto por la película “La guerra del fuego”, de Jean Jacques Annaud, basada en la novela de Rosny Ainé.
Asesorada por estudiosos del pasado, la historia narró de qué manera, en el Paleolítico, sobre una tierra de acechanzas y bajo un cielo de lunas color sangre, la hembra humana produjo un hecho al que no se había atrevido la de ninguna otra especie: se dio vuelta y se acomodó frente al macho para la consumación del coito. El apareamiento, que hasta entonces había sido por detrás, a través de la introducción del pene en la vagina (“more ferarum”: como las fieras) pasó a ser cara a cara, permitiendo el abrazo mutuo, la mirada y el nacimiento del lenguaje verbal.
Si hay que creerle a la etnología, fue a partir de esa instancia que se produjeron algunos cambios corporales: crecieron, por ejemplo, los pechos femeninos, con el sólo propósito de convocar los homenajes eróticos del varón. Tal como sucede con otros simios hembras, las mamas, para cumplir con la función lactante, bien podrían haber conservado su antiguo tamaño, no superior al de una nuez.
Aquella transformación vino también a sugerir que el amor (excitación sexual o afecto), al expresarse a través de la mirada, de la temperatura corporal (“estar caliente”), de la boca y del lenguaje, sería un fenómeno particular de los mamíferos.
Mientras en los otros primates la sexualidad permaneció ligada a las épocas de celo, entre los humanos, por el contrario, se convirtió en permanente e intensa. Y lo hizo a tal punto que, a diferencia de lo que sucede en otras especies, la unión de la vagina y el pene entre dos humanos y con el propósito exclusivo de la reproducción, nunca llegó a expresar en toda su extensión el concepto de sexualidad (los genitales no son las únicas zonas erógenas de las personas).
Cada vez son más las relaciones sexuales que prescinden de la supremacía de la vagina y del pene y que promueven otras zonas corporales. Y es evidente que así las realizaron, tradicionalmente y entre muchos otros, los homosexuales, las lesbianas, los partidarios de la fellatio o los masturbadores típicos.
Sigmund Freud, al principio del siglo XX, preocupado por estos cambios, pensaba que la vida sexual del ser civilizado estaba gravemente lesionada y que parecía ser una función en estado de involución, tal como sucedía con el vigor de los dientes y de los cabellos. Y así lo escribía en “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna”, en un mensaje que hoy podría considerarse desmesurado:
“… otras partes del cuerpo de mujeres y varones asumen el papel de los genitales y estas prácticas no pueden juzgarse inofensivas; son éticamente reprobables, pues así los vínculos de amor entre dos humanos dejan de ser un asunto serio y se los rebaja a la condición de un cómodo juego sin riesgos ni participación anímica”.
La sexualidad humana posee una connotación psíquica que no tiene por qué coincidir con las terminaciones nerviosas. Cualquiera que haya visto “Regreso sin gloria” recordará de qué manera el protagonista, insensible de la cintura para abajo, se satisface sexual y mutuamente con la mujer que desea.
Sucede que el cuerpo humano no es puramente anatómico, ni innato ni se encuentra solamente determinado por la biología. Al nacer las personas en un universo simbólico caracterizado por el habla, están alterando de por sí lo que era el orden instintivo y natural.
Contrariamente al hombre y al no estar bañados por el lenguaje, los animales no conocen las perversiones: no hay gatos fetichistas ni perros voyeuristas.
La aparición del lenguaje hablado (hecho paralelo al del coito frente a frente), hizo que la capacidad craneal rápidamente creciera de 1.000 a 1.400 cm³. Antes de eso, la boca era para masticar y defender la comida. El fenómeno verbal cambió la laringe, transformó la forma de la fila de dientes, creó los diastemas, movilizó la lengua y llevó al beso.
El origen de las palabras explica la sexualidad, porque la lengua suele preceder a las cosas: “venéreo” proviene de venus y de veneno; “coito” llega de co-itum, es decir, de la expresión “haber ido juntos”. Y en cuanto a la sexualidad en sí, el filólogo Eric Havelock, después de haber estudiado profundamente el habla griega, descubrió que la relación amorosa entre efebos y maestros tenía que ver con la transmisión de conocimientos de generación en generación, típica de una sociedad oral.
Es sabido que los humanos, en los últimos miles de años, no lograron inventar nada en materia sexual. El último cambio coital cualitativo y digno de ser mencionado sucedió en la Prehistoria, y su protagonista resultó ser la mujer. Aquel momento fue bien expuesto por la película “La guerra del fuego”, de Jean Jacques Annaud, basada en la novela de Rosny Ainé.
Asesorada por estudiosos del pasado, la historia narró de qué manera, en el Paleolítico, sobre una tierra de acechanzas y bajo un cielo de lunas color sangre, la hembra humana produjo un hecho al que no se había atrevido la de ninguna otra especie: se dio vuelta y se acomodó frente al macho para la consumación del coito. El apareamiento, que hasta entonces había sido por detrás, a través de la introducción del pene en la vagina (“more ferarum”: como las fieras) pasó a ser cara a cara, permitiendo el abrazo mutuo, la mirada y el nacimiento del lenguaje verbal.
Si hay que creerle a la etnología, fue a partir de esa instancia que se produjeron algunos cambios corporales: crecieron, por ejemplo, los pechos femeninos, con el sólo propósito de convocar los homenajes eróticos del varón. Tal como sucede con otros simios hembras, las mamas, para cumplir con la función lactante, bien podrían haber conservado su antiguo tamaño, no superior al de una nuez.
Aquella transformación vino también a sugerir que el amor (excitación sexual o afecto), al expresarse a través de la mirada, de la temperatura corporal (“estar caliente”), de la boca y del lenguaje, sería un fenómeno particular de los mamíferos.
Mientras en los otros primates la sexualidad permaneció ligada a las épocas de celo, entre los humanos, por el contrario, se convirtió en permanente e intensa. Y lo hizo a tal punto que, a diferencia de lo que sucede en otras especies, la unión de la vagina y el pene entre dos humanos y con el propósito exclusivo de la reproducción, nunca llegó a expresar en toda su extensión el concepto de sexualidad (los genitales no son las únicas zonas erógenas de las personas).
Cada vez son más las relaciones sexuales que prescinden de la supremacía de la vagina y del pene y que promueven otras zonas corporales. Y es evidente que así las realizaron, tradicionalmente y entre muchos otros, los homosexuales, las lesbianas, los partidarios de la fellatio o los masturbadores típicos.
Sigmund Freud, al principio del siglo XX, preocupado por estos cambios, pensaba que la vida sexual del ser civilizado estaba gravemente lesionada y que parecía ser una función en estado de involución, tal como sucedía con el vigor de los dientes y de los cabellos. Y así lo escribía en “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna”, en un mensaje que hoy podría considerarse desmesurado:
“… otras partes del cuerpo de mujeres y varones asumen el papel de los genitales y estas prácticas no pueden juzgarse inofensivas; son éticamente reprobables, pues así los vínculos de amor entre dos humanos dejan de ser un asunto serio y se los rebaja a la condición de un cómodo juego sin riesgos ni participación anímica”.
La sexualidad humana posee una connotación psíquica que no tiene por qué coincidir con las terminaciones nerviosas. Cualquiera que haya visto “Regreso sin gloria” recordará de qué manera el protagonista, insensible de la cintura para abajo, se satisface sexual y mutuamente con la mujer que desea.
Sucede que el cuerpo humano no es puramente anatómico, ni innato ni se encuentra solamente determinado por la biología. Al nacer las personas en un universo simbólico caracterizado por el habla, están alterando de por sí lo que era el orden instintivo y natural.
Contrariamente al hombre y al no estar bañados por el lenguaje, los animales no conocen las perversiones: no hay gatos fetichistas ni perros voyeuristas.
La aparición del lenguaje hablado (hecho paralelo al del coito frente a frente), hizo que la capacidad craneal rápidamente creciera de 1.000 a 1.400 cm³. Antes de eso, la boca era para masticar y defender la comida. El fenómeno verbal cambió la laringe, transformó la forma de la fila de dientes, creó los diastemas, movilizó la lengua y llevó al beso.
El origen de las palabras explica la sexualidad, porque la lengua suele preceder a las cosas: “venéreo” proviene de venus y de veneno; “coito” llega de co-itum, es decir, de la expresión “haber ido juntos”. Y en cuanto a la sexualidad en sí, el filólogo Eric Havelock, después de haber estudiado profundamente el habla griega, descubrió que la relación amorosa entre efebos y maestros tenía que ver con la transmisión de conocimientos de generación en generación, típica de una sociedad oral.
La decadencia del coito
Por Luis Frontera
Es sabido que los humanos, en los últimos miles de años, no lograron inventar nada en materia sexual. El último cambio coital cualitativo y digno de ser mencionado sucedió en la Prehistoria, y su protagonista resultó ser la mujer. Aquel momento fue bien expuesto por la película “La guerra del fuego”, de Jean Jacques Annaud, basada en la novela de Rosny Ainé.
Asesorada por estudiosos del pasado, la historia narró de qué manera, en el Paleolítico, sobre una tierra de acechanzas y bajo un cielo de lunas color sangre, la hembra humana produjo un hecho al que no se había atrevido la de ninguna otra especie: se dio vuelta y se acomodó frente al macho para la consumación del coito. El apareamiento, que hasta entonces había sido por detrás, a través de la introducción del pene en la vagina (“more ferarum”: como las fieras) pasó a ser cara a cara, permitiendo el abrazo mutuo, la mirada y el nacimiento del lenguaje verbal.
Si hay que creerle a la etnología, fue a partir de esa instancia que se produjeron algunos cambios corporales: crecieron, por ejemplo, los pechos femeninos, con el sólo propósito de convocar los homenajes eróticos del varón. Tal como sucede con otros simios hembras, las mamas, para cumplir con la función lactante, bien podrían haber conservado su antiguo tamaño, no superior al de una nuez.
Aquella transformación vino también a sugerir que el amor (excitación sexual o afecto), al expresarse a través de la mirada, de la temperatura corporal (“estar caliente”), de la boca y del lenguaje, sería un fenómeno particular de los mamíferos.
Mientras en los otros primates la sexualidad permaneció ligada a las épocas de celo, entre los humanos, por el contrario, se convirtió en permanente e intensa. Y lo hizo a tal punto que, a diferencia de lo que sucede en otras especies, la unión de la vagina y el pene entre dos humanos y con el propósito exclusivo de la reproducción, nunca llegó a expresar en toda su extensión el concepto de sexualidad (los genitales no son las únicas zonas erógenas de las personas).
Cada vez son más las relaciones sexuales que prescinden de la supremacía de la vagina y del pene y que promueven otras zonas corporales. Y es evidente que así las realizaron, tradicionalmente y entre muchos otros, los homosexuales, las lesbianas, los partidarios de la fellatio o los masturbadores típicos.
Sigmund Freud, al principio del siglo XX, preocupado por estos cambios, pensaba que la vida sexual del ser civilizado estaba gravemente lesionada y que parecía ser una función en estado de involución, tal como sucedía con el vigor de los dientes y de los cabellos. Y así lo escribía en “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna”, en un mensaje que hoy podría considerarse desmesurado:
“… otras partes del cuerpo de mujeres y varones asumen el papel de los genitales y estas prácticas no pueden juzgarse inofensivas; son éticamente reprobables, pues así los vínculos de amor entre dos humanos dejan de ser un asunto serio y se los rebaja a la condición de un cómodo juego sin riesgos ni participación anímica”.
La sexualidad humana posee una connotación psíquica que no tiene por qué coincidir con las terminaciones nerviosas. Cualquiera que haya visto “Regreso sin gloria” recordará de qué manera el protagonista, insensible de la cintura para abajo, se satisface sexual y mutuamente con la mujer que desea.
Sucede que el cuerpo humano no es puramente anatómico, ni innato ni se encuentra solamente determinado por la biología. Al nacer las personas en un universo simbólico caracterizado por el habla, están alterando de por sí lo que era el orden instintivo y natural.
Contrariamente al hombre y al no estar bañados por el lenguaje, los animales no conocen las perversiones: no hay gatos fetichistas ni perros voyeuristas.
La aparición del lenguaje hablado (hecho paralelo al del coito frente a frente), hizo que la capacidad craneal rápidamente creciera de 1.000 a 1.400 cm³. Antes de eso, la boca era para masticar y defender la comida. El fenómeno verbal cambió la laringe, transformó la forma de la fila de dientes, creó los diastemas, movilizó la lengua y llevó al beso.
El origen de las palabras explica la sexualidad, porque la lengua suele preceder a las cosas: “venéreo” proviene de venus y de veneno; “coito” llega de co-itum, es decir, de la expresión “haber ido juntos”. Y en cuanto a la sexualidad en sí, el filólogo Eric Havelock, después de haber estudiado profundamente el habla griega, descubrió que la relación amorosa entre efebos y maestros tenía que ver con la transmisión de conocimientos de generación en generación, típica de una sociedad oral.
Es sabido que los humanos, en los últimos miles de años, no lograron inventar nada en materia sexual. El último cambio coital cualitativo y digno de ser mencionado sucedió en la Prehistoria, y su protagonista resultó ser la mujer. Aquel momento fue bien expuesto por la película “La guerra del fuego”, de Jean Jacques Annaud, basada en la novela de Rosny Ainé.
Asesorada por estudiosos del pasado, la historia narró de qué manera, en el Paleolítico, sobre una tierra de acechanzas y bajo un cielo de lunas color sangre, la hembra humana produjo un hecho al que no se había atrevido la de ninguna otra especie: se dio vuelta y se acomodó frente al macho para la consumación del coito. El apareamiento, que hasta entonces había sido por detrás, a través de la introducción del pene en la vagina (“more ferarum”: como las fieras) pasó a ser cara a cara, permitiendo el abrazo mutuo, la mirada y el nacimiento del lenguaje verbal.
Si hay que creerle a la etnología, fue a partir de esa instancia que se produjeron algunos cambios corporales: crecieron, por ejemplo, los pechos femeninos, con el sólo propósito de convocar los homenajes eróticos del varón. Tal como sucede con otros simios hembras, las mamas, para cumplir con la función lactante, bien podrían haber conservado su antiguo tamaño, no superior al de una nuez.
Aquella transformación vino también a sugerir que el amor (excitación sexual o afecto), al expresarse a través de la mirada, de la temperatura corporal (“estar caliente”), de la boca y del lenguaje, sería un fenómeno particular de los mamíferos.
Mientras en los otros primates la sexualidad permaneció ligada a las épocas de celo, entre los humanos, por el contrario, se convirtió en permanente e intensa. Y lo hizo a tal punto que, a diferencia de lo que sucede en otras especies, la unión de la vagina y el pene entre dos humanos y con el propósito exclusivo de la reproducción, nunca llegó a expresar en toda su extensión el concepto de sexualidad (los genitales no son las únicas zonas erógenas de las personas).
Cada vez son más las relaciones sexuales que prescinden de la supremacía de la vagina y del pene y que promueven otras zonas corporales. Y es evidente que así las realizaron, tradicionalmente y entre muchos otros, los homosexuales, las lesbianas, los partidarios de la fellatio o los masturbadores típicos.
Sigmund Freud, al principio del siglo XX, preocupado por estos cambios, pensaba que la vida sexual del ser civilizado estaba gravemente lesionada y que parecía ser una función en estado de involución, tal como sucedía con el vigor de los dientes y de los cabellos. Y así lo escribía en “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna”, en un mensaje que hoy podría considerarse desmesurado:
“… otras partes del cuerpo de mujeres y varones asumen el papel de los genitales y estas prácticas no pueden juzgarse inofensivas; son éticamente reprobables, pues así los vínculos de amor entre dos humanos dejan de ser un asunto serio y se los rebaja a la condición de un cómodo juego sin riesgos ni participación anímica”.
La sexualidad humana posee una connotación psíquica que no tiene por qué coincidir con las terminaciones nerviosas. Cualquiera que haya visto “Regreso sin gloria” recordará de qué manera el protagonista, insensible de la cintura para abajo, se satisface sexual y mutuamente con la mujer que desea.
Sucede que el cuerpo humano no es puramente anatómico, ni innato ni se encuentra solamente determinado por la biología. Al nacer las personas en un universo simbólico caracterizado por el habla, están alterando de por sí lo que era el orden instintivo y natural.
Contrariamente al hombre y al no estar bañados por el lenguaje, los animales no conocen las perversiones: no hay gatos fetichistas ni perros voyeuristas.
La aparición del lenguaje hablado (hecho paralelo al del coito frente a frente), hizo que la capacidad craneal rápidamente creciera de 1.000 a 1.400 cm³. Antes de eso, la boca era para masticar y defender la comida. El fenómeno verbal cambió la laringe, transformó la forma de la fila de dientes, creó los diastemas, movilizó la lengua y llevó al beso.
El origen de las palabras explica la sexualidad, porque la lengua suele preceder a las cosas: “venéreo” proviene de venus y de veneno; “coito” llega de co-itum, es decir, de la expresión “haber ido juntos”. Y en cuanto a la sexualidad en sí, el filólogo Eric Havelock, después de haber estudiado profundamente el habla griega, descubrió que la relación amorosa entre efebos y maestros tenía que ver con la transmisión de conocimientos de generación en generación, típica de una sociedad oral.
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