jueves, octubre 04, 2007

El Sputnik hace 50 años desnivelaba la guerra fría


Ya nada sería lo mismo en geopolítica, en ciencia y tecnología, en la vida cotidiana ni en las posibilidades de la especie humana. La Unión Soviética había lanzado el primer satélite artificial, una nueva luna, el 4 de octubre de 1957.

La reacción inmediata, sin embargo, reflejó las oscuras preocupaciones de un mundo que se hallaba en una guerra fría, un tiempo de miedo y división en el que los dos superpoderes, la Unión Soviética y los Estados Unidos, se observaban ante la amenaza de la destrucción masiva.

El Sputnik alteró la naturaleza y el alcance de la Guerra Fría. Una simple esfera que pesaba sólo 92 kg y de no más de 60 cm de ancho, con una superficie de aluminio muy pulida. Dos radiotransmisores con antenas emitían señales continuas en frecuencias que los científicos y los radioaficionados podían captar y así confirmar el logro.

Los rusos comprendieron claramente que el Sputnik era una afirmación de su habilidad tecnológica, además de sus implicancias políticas. Pero ni ellos, según parece, previeron la frenética respuesta que su éxito provocaría. Cuando Nikita Krushchev recibió noticias del lanzamiento, él y su hijo Sergei encendieron la radio para escuchar el bip que producía el Sputnik. Se fueron a la cama, recuerda el hijo, sin darse cuenta de "la inmensidad de lo que estaba pasando".

La prensa soviética apenas publicó un informe de dos columnas sobre el acontecimiento. Pero los diarios occidentales, particularmente los de Estados Unidos, llenaron páginas y páginas con noticias y análisis. La señal del Sputnik reverberaba a través de las habitaciones de los poderosos y en las calles. La gente escuchaba y desde los techos y patios veía en la noche un punto de luz que se movía como una estrella errante. La pregunta era "¿de qué serán capaces los rusos de acá en adelante?".

El Sputnik sumergió a los estadounidenses en una crisis de confianza. ¿Había sido el país negligente con la prosperidad? ¿Era el sistema educativo inadecuado, especialmente en la preparación de científicos e ingenieros? ¿Podían las instituciones de la democracia liberal competir con la sociedad comunista autoritaria?

Sobre nuestras cabezas, miles de satélites orbitan la Tierra. La civilización moderna depende de esos dispositivos para las telecomunicaciones, los pronósticos climáticos y la vigilancia. Igual que la revolución copernicana, el impacto en la vida diaria del Sputnik puede haber sido nulo, pero su influencia fue inconmensurable. Por la enorme inversión en educación que generó, fue el mayor catalizador de desarrollo que haya existido.

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