Por Martín Lousteau
En una escena más típica de estas latitudes que de la supuesta prosperidad europea, "Los Indignados" continúan ocupando la Puerta del Sol, un centro neurálgico de la ciudad de Madrid. El movimiento de protesta nació el 15 de mayo pasado y manifiesta su rechazo a la gestión de la crisis económica, su impacto social y a la clase política en general. Las imágenes son mas propias de una villa miseria que de la sociedad utópica que plantean los manifestantes. Y a pesar de ello, la modalidad amenaza con extenderse a otros lugares, gracias a la velocidad y la capacidad de coordinación que ofrecen los nuevos medios de comunicación.
En la página 192 del recientemente publicado "Economía 3D" sostuve que el "problema intergeneracional (.) será la última fase de la crisis de iniciada en 2007. A los jóvenes de esos países (centrales) les aguarda una vida distinta a lo que experimentaron en sus casas mientras crecían y eso seguramente generará descontento" y preguntaba luego: "¿Estaremos pavimentando el camino a un nuevo Mayo Francés?"
En aquel mes de 1968 comenzó una protesta estudiantil que devino en un fenomenal movimiento social y una huelga de alrededor de 10 millones de trabajadores que paralizó el aparato productivo de una potencia como Francia y tuvo en jaque al gobierno gaullista. En su origen yacía la rebelión de una juventud que, a pesar de haber sido beneficiaria de la consolidación del Estado de Bienestar que siguió a la Segunda Guerra Mundial, se rebelaba contra el orden conservador vigente, reclamando mayor apertura y participación.
Era la época de eslóganes memorables como "Prohibido prohibir", "La imaginación al poder" o "Seamos realistas, exijamos lo imposible". Y también de otros más explícitos respecto del descontento y su fuente como "No le pongas parches, la estructura está podrida", "Trabajador: tienes 25 años, pero tu sindicato es del siglo pasado" y "No queremos un mundo donde la garantía de no morir de hambre supone el riesgo de morir de aburrimiento".
Más allá de la desmesura que implica la comparación (de hecho en España quienes iniciaron intelectualmente el movimiento se han ido alejando de la forma de protesta y un sector de la población que en un principio simpatizó con lo manifestantes hoy rechaza una ocupación del espacio publico que carece de objetivos concretos), hay algunos elementos que vale la pena analizar. Esta generación despotrica no por la abundancia que refleja la última frase del párrafo anterior sino porque huelen la escasez. Hoy todos los países centrales están discutiendo cómo bajar el gasto público. Y no sólo en España. Ocurre en otras economías fiscalmente muy comprometidas, como Grecia, Portugal e Irlanda; y también en Italia, Alemania, Francia o Estados Unidos.
El gasto en infraestructura sufrirá, y también se verán recortadas aquellas erogaciones relacionadas con la salud, la educación, los regímenes jubilatorios y los subsidios por desempleo o enfermedad. Se trata rubros que modifican sensiblemente la calidad de vida cotidiana y que afectarán a generaciones futuras. Los habitantes de esas naciones descubrirán que aquella promesa de protección "desde la cuna hasta la tumba" para sus ciudadanos ya no será tan fácil de cumplir.
Esta dinámica se acentuará porque la demografía del mundo está cambiando rápidamente. El retorno de los hombres a casa después de la Segunda Guerra Mundial implicó un aumento significativo de los nacimientos en los años siguientes. Esa época se denominó "baby boom" y su resultado es una generación entera que hoy se está jubilando, y que además vive más tiempo gracias a los adelantos en el campo de la salud.
Hoy una de cada cinco personas en los países desarrollados tiene más de 65 años. Y este envejecimiento de la población genera un problema económico adicional: va a haber menos gente trabajando para pagar las jubilaciones de los que se retiraron, por lo que se requerirá trabajar más, pagar más impuestos o compensar el mayor gasto de hoy con menos gasto mañana.
Bien podría decirse que la imprevisión y el despilfarro de las generaciones previas tendrán que ser afrontados por las nuevas, a quienes hoy hasta les cuesta conseguir trabajo: en España nada menos el 44% de los jóvenes está desempleado. Con semejante panorama, si trabajáramos con planificación e inteligencia (algo que no se hace en nuestro país por lo menos desde hace más de medio siglo) para plasmar un verdadero desarrollo podríamos atraer un gran número de jóvenes capacitados. Como pasó ya hace mucho, en esa búsqueda de un destino mejor fuera de su terruño estos potenciales inmigrantes podrían contribuir con su preciado capital humano a una mejor ocupación de un territorio aún despoblado y al que puede aguardar el futuro venturoso que otras veces nos ha rehuido.
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