En el proceso de la escritura, dedicarle un tiempo a planificar la idea, después redactar y por último corregir, reduce las posibilidades de equivocarse y permite expresar lo que realmente se tiene la intención de decir, pensando los efectos que causará en quien lea.
¿Por qué hacerlo si estamos tan apurados? Porque las palabras se han hecho para entendernos y mal utilizadas, crean desinteligencias. Un mail redactado con apuro o un acuerdo comercial ambiguo pueden llevar a desaciertos adentro y fuera de la empresa, además del consabido deterioro de la imagen. Como un restaurant famoso, que me invitó por mail a probar la carne de "siervo". Me apuré a contestar que yo no aceptaba el convite, no vaya a ser que lo tienten a uno con la antropofagia.
En las organizaciones de hoy todos somos escritores. Mail, chat, informes a superiores, presentaciones, balances: todos tenemos en algún momento que expresar ideas por escrito.
Escritores y periodistas han sabido desde siempre que además de talento, o quizá por encima de él, es necesario "ablandar la pluma" para escribir, poner el músculo del brazo al servicio del pensamiento.
miércoles, agosto 22, 2007
Escribir
En el proceso de la escritura, dedicarle un tiempo a planificar la idea, después redactar y por último corregir, reduce las posibilidades de equivocarse y permite expresar lo que realmente se tiene la intención de decir, pensando los efectos que causará en quien lea.
¿Por qué hacerlo si estamos tan apurados? Porque las palabras se han hecho para entendernos y mal utilizadas, crean desinteligencias. Un mail redactado con apuro o un acuerdo comercial ambiguo pueden llevar a desaciertos adentro y fuera de la empresa, además del consabido deterioro de la imagen. Como un restaurant famoso, que me invitó por mail a probar la carne de "siervo". Me apuré a contestar que yo no aceptaba el convite, no vaya a ser que lo tienten a uno con la antropofagia.
En las organizaciones de hoy todos somos escritores. Mail, chat, informes a superiores, presentaciones, balances: todos tenemos en algún momento que expresar ideas por escrito.
Escritores y periodistas han sabido desde siempre que además de talento, o quizá por encima de él, es necesario "ablandar la pluma" para escribir, poner el músculo del brazo al servicio del pensamiento.
¿Por qué hacerlo si estamos tan apurados? Porque las palabras se han hecho para entendernos y mal utilizadas, crean desinteligencias. Un mail redactado con apuro o un acuerdo comercial ambiguo pueden llevar a desaciertos adentro y fuera de la empresa, además del consabido deterioro de la imagen. Como un restaurant famoso, que me invitó por mail a probar la carne de "siervo". Me apuré a contestar que yo no aceptaba el convite, no vaya a ser que lo tienten a uno con la antropofagia.
En las organizaciones de hoy todos somos escritores. Mail, chat, informes a superiores, presentaciones, balances: todos tenemos en algún momento que expresar ideas por escrito.
Escritores y periodistas han sabido desde siempre que además de talento, o quizá por encima de él, es necesario "ablandar la pluma" para escribir, poner el músculo del brazo al servicio del pensamiento.
miércoles, agosto 15, 2007
Gas y política
Por Alieto Aldo Guadagni
"Los jugos de la tierra pertenecen al rey." Carlos III (Ordenanzas de Aranjuez. Minas en Nueva España, 1783)
Los hidrocarburos han ocupado un lugar importante en nuestra agenda política; recordemos el frustrado acuerdo con la Standard Oil de California, propiciado por Perón antes del golpe militar que lo derrocó, en 1955, o los contratos petroleros impulsados por Frondizi y Frigerio en 1958. También podríamos mencionar las iniciativas de Alfonsín para estimular la producción nacional, bautizadas Plan Olivos en 1988 y que fueron profundizadas por Menem en los años 90 con la privatización de YPF. Es así como nuestro país, tradicional importador de petróleo, no sólo pudo lograr su anhelado autoabastecimiento, sino también convertirse en exportador de petróleo y de gas.
Pero las cosas han comenzado a cambiar en los últimos años, a pesar de que los precios energéticos han trepado, impulsados al alza por varios factores, entre los cuales destacamos la creciente demanda china (a fines de 2001 el petróleo se cotizaba a apenas 20 dólares el barril y en la actualidad supera los 70). Si no definimos con urgencia una nueva política de hidrocarburos que aliente el aprovechamiento de nuestros recursos corremos el riesgo de caer en la trampa de la "triple tenaza", al transitar de un estadio de energía abundante, barata y exportada a otro caracterizado por energía escasa, cara e importada.
Estamos en presencia de un creciente desfase entre una demanda energética que trepa por la expansión económica y una oferta que declina año tras año.
Señalemos que la producción de petróleo viene cayendo desde 1998, cuando su nivel se ubicaba un 30 por ciento por encima del volumen actual; por este motivo, estas exportaciones han caído nada menos que un 80 por ciento en la última década. Pero lo más grave es que las reservas vienen cayendo por la merma en las tareas de exploración. Por todo esto no debe sorprender que las exportaciones se estén evaporando y apunten a su extinción hacia 2009, cuando perdamos así el autoabastecimiento y nos convirtamos nuevamente en importadores.
No sólo se perderían entonces los recursos fiscales por retenciones a las exportaciones, sino que también emergerían presiones para alinear nuestros precios internos con los precios de importación, que equivalen a más del doble. Para darse cuenta de ello, basta con mirar a nuestros vecinos importadores de petróleo -Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay-, donde los combustibles tienen precios que duplican los nuestros.
Pero el mayor esfuerzo debe estar orientado hacia el gas que, como no es un commodity global como el petróleo, se moviliza en ámbitos regionales más reducidos, potenciando así su importancia geopolítica, por la gravitación de la cercanía geográfica entre países exportadores e importadores. La madre de todas las batallas por nuestra seguridad energética se librará, por estas razones, en el sector gasífero, ya que en pocos países el gas es tan importante como en la Argentina. En el mundo representa apenas la quinta parte del consumo de energía, mucho menos que el petróleo y el carbón. Las cosas son distintas en nuestro país, donde el gas satisface la mitad del consumo energético (en Brasil apenas el 8 por ciento). No es sólo esencial para el confort familiar, sino que también es un insumo crítico en las muchas actividades productivas que necesitan de gas abundante y barato para potenciar sus ventajas competitivas.
Alrededor del 60 por ciento de la generación eléctrica depende del gas; con más de 1,5 millones de vehículos impulsados por GNC, lideramos en el mundo la transformación tecnológica que significa este reemplazo de petróleo por gas. No es una exageración decir que nuestro crecimiento económico dependerá del acceso a suministros seguros de gas a costos moderados. Esto se refuerza cuando se considera que en poco tiempo volveremos a ser importadores de petróleo.
Es preocupante observar que la producción de gas está estancada desde 2004 y que las reservas han caído más del 40 por ciento desde 2002. Por esto, es conveniente buscar el acceso a las reservas gasíferas de Bolivia, como procura el contrato firmado por Enarsa con Yacimientos Petrolíferos Bolivianos el año último. Pero para que Bolivia pueda cumplir en el futuro sus compromisos de exportación a nuestro país hay que construir un gran gasoducto que recién se está licitando ahora y además hay que invertir en desarrollar los campos gasíferos.
Si la producción boliviana no se expande, podrían aparecer problemas para nuestro abastecimiento. Aquí es preocupante el artículo 3.8 del contrato firmado por Enarsa, que reza "las exportaciones de gas a la Argentina, ante potenciales interrupciones que pudieran presentarse, mantendrán razonable prioridad o proporcionalidad (...) respetando las obligaciones asumidas con anterioridad (...) es decir, abastecer primero el mercado interno boliviano, luego la exportación de gas a Brasil e inmediatamente después el contrato con la Argentina".
Vale la pena aprender de las lecciones de la diplomacia energética mundial, que procura diversificar las fuentes de abastecimiento para evitar los riesgos de la dependencia en este crítico rubro. Esto ocurre no sólo ahora en Chile y Brasil, sino también en Japón, China, la India, Estados Unidos y, particularmente, en la Unión Europea, que no está nada contenta con su dependencia del gas ruso.
En nuestro caso, es razonable que procuremos el acceso al gas boliviano, pero no es recomendable olvidar nuestras propias posibilidades, ya que el consumo aumentará fuertemente por la construcción de nuevas centrales eléctricas que ahora impulsa el Gobierno.
Es difícil de entender que fijemos un precio de 5 dólares para el gas boliviano mientras la producción de Salta, Neuquén y la Patagonia tiene un precio de apenas 1,5 dólares por millón de BTU. No olvidemos que cada metro cúbico adicional de gas argentino significará más regalías para las provincias y más empleo, inversiones y prosperidad en el interior de nuestro país.
La caída en las reservas y en la producción de nuestros hidrocarburos no puede ser atribuida a una "maldición geológica", sino a deficientes políticas que no alientan inversiones que enfrenten el riesgo exploratorio. Los productores de hidrocarburos, en los últimos años, salvo ciertas excepciones, pusieron más énfasis en extraer de pozos conocidos que en incorporar reservas.
Es urgente replantear la movilización de genuinos capitales de riesgo para el desarrollo de áreas potencialmente productivas. Y para ello es crucial un nuevo régimen de estabilidad tributaria, similar a la ley de minería que impulsó esta históricamente olvidada actividad. En este nuevo régimen nos tendremos que olvidar de las retenciones a las exportaciones (que están desapareciendo) y capturar la renta fiscal del recurso mediante licitaciones abiertas, transparentes y competitivas. Este mecanismo es claramente superior a las decisiones discrecionales de adjudicación de concesión de áreas a las cuales son tan afectos las burocracias políticas de muchos países petroleros.
La recuperación de nuestras alicaídas reservas y seguridad energética se logrará no con el "capitalismo de amigos" sino con inversores genuinos y eficientes productores que acepten lo que insinuaba Carlos III, en el sentido de que la renta del recurso natural pertenece a toda la sociedad.
El autor fue secretario de Energía durante la presidencia de Eduardo Duhalde.
"Los jugos de la tierra pertenecen al rey." Carlos III (Ordenanzas de Aranjuez. Minas en Nueva España, 1783)
Los hidrocarburos han ocupado un lugar importante en nuestra agenda política; recordemos el frustrado acuerdo con la Standard Oil de California, propiciado por Perón antes del golpe militar que lo derrocó, en 1955, o los contratos petroleros impulsados por Frondizi y Frigerio en 1958. También podríamos mencionar las iniciativas de Alfonsín para estimular la producción nacional, bautizadas Plan Olivos en 1988 y que fueron profundizadas por Menem en los años 90 con la privatización de YPF. Es así como nuestro país, tradicional importador de petróleo, no sólo pudo lograr su anhelado autoabastecimiento, sino también convertirse en exportador de petróleo y de gas.
Pero las cosas han comenzado a cambiar en los últimos años, a pesar de que los precios energéticos han trepado, impulsados al alza por varios factores, entre los cuales destacamos la creciente demanda china (a fines de 2001 el petróleo se cotizaba a apenas 20 dólares el barril y en la actualidad supera los 70). Si no definimos con urgencia una nueva política de hidrocarburos que aliente el aprovechamiento de nuestros recursos corremos el riesgo de caer en la trampa de la "triple tenaza", al transitar de un estadio de energía abundante, barata y exportada a otro caracterizado por energía escasa, cara e importada.
Estamos en presencia de un creciente desfase entre una demanda energética que trepa por la expansión económica y una oferta que declina año tras año.
Señalemos que la producción de petróleo viene cayendo desde 1998, cuando su nivel se ubicaba un 30 por ciento por encima del volumen actual; por este motivo, estas exportaciones han caído nada menos que un 80 por ciento en la última década. Pero lo más grave es que las reservas vienen cayendo por la merma en las tareas de exploración. Por todo esto no debe sorprender que las exportaciones se estén evaporando y apunten a su extinción hacia 2009, cuando perdamos así el autoabastecimiento y nos convirtamos nuevamente en importadores.
No sólo se perderían entonces los recursos fiscales por retenciones a las exportaciones, sino que también emergerían presiones para alinear nuestros precios internos con los precios de importación, que equivalen a más del doble. Para darse cuenta de ello, basta con mirar a nuestros vecinos importadores de petróleo -Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay-, donde los combustibles tienen precios que duplican los nuestros.
Pero el mayor esfuerzo debe estar orientado hacia el gas que, como no es un commodity global como el petróleo, se moviliza en ámbitos regionales más reducidos, potenciando así su importancia geopolítica, por la gravitación de la cercanía geográfica entre países exportadores e importadores. La madre de todas las batallas por nuestra seguridad energética se librará, por estas razones, en el sector gasífero, ya que en pocos países el gas es tan importante como en la Argentina. En el mundo representa apenas la quinta parte del consumo de energía, mucho menos que el petróleo y el carbón. Las cosas son distintas en nuestro país, donde el gas satisface la mitad del consumo energético (en Brasil apenas el 8 por ciento). No es sólo esencial para el confort familiar, sino que también es un insumo crítico en las muchas actividades productivas que necesitan de gas abundante y barato para potenciar sus ventajas competitivas.
Alrededor del 60 por ciento de la generación eléctrica depende del gas; con más de 1,5 millones de vehículos impulsados por GNC, lideramos en el mundo la transformación tecnológica que significa este reemplazo de petróleo por gas. No es una exageración decir que nuestro crecimiento económico dependerá del acceso a suministros seguros de gas a costos moderados. Esto se refuerza cuando se considera que en poco tiempo volveremos a ser importadores de petróleo.
Es preocupante observar que la producción de gas está estancada desde 2004 y que las reservas han caído más del 40 por ciento desde 2002. Por esto, es conveniente buscar el acceso a las reservas gasíferas de Bolivia, como procura el contrato firmado por Enarsa con Yacimientos Petrolíferos Bolivianos el año último. Pero para que Bolivia pueda cumplir en el futuro sus compromisos de exportación a nuestro país hay que construir un gran gasoducto que recién se está licitando ahora y además hay que invertir en desarrollar los campos gasíferos.
Si la producción boliviana no se expande, podrían aparecer problemas para nuestro abastecimiento. Aquí es preocupante el artículo 3.8 del contrato firmado por Enarsa, que reza "las exportaciones de gas a la Argentina, ante potenciales interrupciones que pudieran presentarse, mantendrán razonable prioridad o proporcionalidad (...) respetando las obligaciones asumidas con anterioridad (...) es decir, abastecer primero el mercado interno boliviano, luego la exportación de gas a Brasil e inmediatamente después el contrato con la Argentina".
Vale la pena aprender de las lecciones de la diplomacia energética mundial, que procura diversificar las fuentes de abastecimiento para evitar los riesgos de la dependencia en este crítico rubro. Esto ocurre no sólo ahora en Chile y Brasil, sino también en Japón, China, la India, Estados Unidos y, particularmente, en la Unión Europea, que no está nada contenta con su dependencia del gas ruso.
En nuestro caso, es razonable que procuremos el acceso al gas boliviano, pero no es recomendable olvidar nuestras propias posibilidades, ya que el consumo aumentará fuertemente por la construcción de nuevas centrales eléctricas que ahora impulsa el Gobierno.
Es difícil de entender que fijemos un precio de 5 dólares para el gas boliviano mientras la producción de Salta, Neuquén y la Patagonia tiene un precio de apenas 1,5 dólares por millón de BTU. No olvidemos que cada metro cúbico adicional de gas argentino significará más regalías para las provincias y más empleo, inversiones y prosperidad en el interior de nuestro país.
La caída en las reservas y en la producción de nuestros hidrocarburos no puede ser atribuida a una "maldición geológica", sino a deficientes políticas que no alientan inversiones que enfrenten el riesgo exploratorio. Los productores de hidrocarburos, en los últimos años, salvo ciertas excepciones, pusieron más énfasis en extraer de pozos conocidos que en incorporar reservas.
Es urgente replantear la movilización de genuinos capitales de riesgo para el desarrollo de áreas potencialmente productivas. Y para ello es crucial un nuevo régimen de estabilidad tributaria, similar a la ley de minería que impulsó esta históricamente olvidada actividad. En este nuevo régimen nos tendremos que olvidar de las retenciones a las exportaciones (que están desapareciendo) y capturar la renta fiscal del recurso mediante licitaciones abiertas, transparentes y competitivas. Este mecanismo es claramente superior a las decisiones discrecionales de adjudicación de concesión de áreas a las cuales son tan afectos las burocracias políticas de muchos países petroleros.
La recuperación de nuestras alicaídas reservas y seguridad energética se logrará no con el "capitalismo de amigos" sino con inversores genuinos y eficientes productores que acepten lo que insinuaba Carlos III, en el sentido de que la renta del recurso natural pertenece a toda la sociedad.
El autor fue secretario de Energía durante la presidencia de Eduardo Duhalde.
Gas y política
Por Alieto Aldo Guadagni
"Los jugos de la tierra pertenecen al rey." Carlos III (Ordenanzas de Aranjuez. Minas en Nueva España, 1783)
Los hidrocarburos han ocupado un lugar importante en nuestra agenda política; recordemos el frustrado acuerdo con la Standard Oil de California, propiciado por Perón antes del golpe militar que lo derrocó, en 1955, o los contratos petroleros impulsados por Frondizi y Frigerio en 1958. También podríamos mencionar las iniciativas de Alfonsín para estimular la producción nacional, bautizadas Plan Olivos en 1988 y que fueron profundizadas por Menem en los años 90 con la privatización de YPF. Es así como nuestro país, tradicional importador de petróleo, no sólo pudo lograr su anhelado autoabastecimiento, sino también convertirse en exportador de petróleo y de gas.
Pero las cosas han comenzado a cambiar en los últimos años, a pesar de que los precios energéticos han trepado, impulsados al alza por varios factores, entre los cuales destacamos la creciente demanda china (a fines de 2001 el petróleo se cotizaba a apenas 20 dólares el barril y en la actualidad supera los 70). Si no definimos con urgencia una nueva política de hidrocarburos que aliente el aprovechamiento de nuestros recursos corremos el riesgo de caer en la trampa de la "triple tenaza", al transitar de un estadio de energía abundante, barata y exportada a otro caracterizado por energía escasa, cara e importada.
Estamos en presencia de un creciente desfase entre una demanda energética que trepa por la expansión económica y una oferta que declina año tras año.
Señalemos que la producción de petróleo viene cayendo desde 1998, cuando su nivel se ubicaba un 30 por ciento por encima del volumen actual; por este motivo, estas exportaciones han caído nada menos que un 80 por ciento en la última década. Pero lo más grave es que las reservas vienen cayendo por la merma en las tareas de exploración. Por todo esto no debe sorprender que las exportaciones se estén evaporando y apunten a su extinción hacia 2009, cuando perdamos así el autoabastecimiento y nos convirtamos nuevamente en importadores.
No sólo se perderían entonces los recursos fiscales por retenciones a las exportaciones, sino que también emergerían presiones para alinear nuestros precios internos con los precios de importación, que equivalen a más del doble. Para darse cuenta de ello, basta con mirar a nuestros vecinos importadores de petróleo -Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay-, donde los combustibles tienen precios que duplican los nuestros.
Pero el mayor esfuerzo debe estar orientado hacia el gas que, como no es un commodity global como el petróleo, se moviliza en ámbitos regionales más reducidos, potenciando así su importancia geopolítica, por la gravitación de la cercanía geográfica entre países exportadores e importadores. La madre de todas las batallas por nuestra seguridad energética se librará, por estas razones, en el sector gasífero, ya que en pocos países el gas es tan importante como en la Argentina. En el mundo representa apenas la quinta parte del consumo de energía, mucho menos que el petróleo y el carbón. Las cosas son distintas en nuestro país, donde el gas satisface la mitad del consumo energético (en Brasil apenas el 8 por ciento). No es sólo esencial para el confort familiar, sino que también es un insumo crítico en las muchas actividades productivas que necesitan de gas abundante y barato para potenciar sus ventajas competitivas.
Alrededor del 60 por ciento de la generación eléctrica depende del gas; con más de 1,5 millones de vehículos impulsados por GNC, lideramos en el mundo la transformación tecnológica que significa este reemplazo de petróleo por gas. No es una exageración decir que nuestro crecimiento económico dependerá del acceso a suministros seguros de gas a costos moderados. Esto se refuerza cuando se considera que en poco tiempo volveremos a ser importadores de petróleo.
Es preocupante observar que la producción de gas está estancada desde 2004 y que las reservas han caído más del 40 por ciento desde 2002. Por esto, es conveniente buscar el acceso a las reservas gasíferas de Bolivia, como procura el contrato firmado por Enarsa con Yacimientos Petrolíferos Bolivianos el año último. Pero para que Bolivia pueda cumplir en el futuro sus compromisos de exportación a nuestro país hay que construir un gran gasoducto que recién se está licitando ahora y además hay que invertir en desarrollar los campos gasíferos.
Si la producción boliviana no se expande, podrían aparecer problemas para nuestro abastecimiento. Aquí es preocupante el artículo 3.8 del contrato firmado por Enarsa, que reza "las exportaciones de gas a la Argentina, ante potenciales interrupciones que pudieran presentarse, mantendrán razonable prioridad o proporcionalidad (...) respetando las obligaciones asumidas con anterioridad (...) es decir, abastecer primero el mercado interno boliviano, luego la exportación de gas a Brasil e inmediatamente después el contrato con la Argentina".
Vale la pena aprender de las lecciones de la diplomacia energética mundial, que procura diversificar las fuentes de abastecimiento para evitar los riesgos de la dependencia en este crítico rubro. Esto ocurre no sólo ahora en Chile y Brasil, sino también en Japón, China, la India, Estados Unidos y, particularmente, en la Unión Europea, que no está nada contenta con su dependencia del gas ruso.
En nuestro caso, es razonable que procuremos el acceso al gas boliviano, pero no es recomendable olvidar nuestras propias posibilidades, ya que el consumo aumentará fuertemente por la construcción de nuevas centrales eléctricas que ahora impulsa el Gobierno.
Es difícil de entender que fijemos un precio de 5 dólares para el gas boliviano mientras la producción de Salta, Neuquén y la Patagonia tiene un precio de apenas 1,5 dólares por millón de BTU. No olvidemos que cada metro cúbico adicional de gas argentino significará más regalías para las provincias y más empleo, inversiones y prosperidad en el interior de nuestro país.
La caída en las reservas y en la producción de nuestros hidrocarburos no puede ser atribuida a una "maldición geológica", sino a deficientes políticas que no alientan inversiones que enfrenten el riesgo exploratorio. Los productores de hidrocarburos, en los últimos años, salvo ciertas excepciones, pusieron más énfasis en extraer de pozos conocidos que en incorporar reservas.
Es urgente replantear la movilización de genuinos capitales de riesgo para el desarrollo de áreas potencialmente productivas. Y para ello es crucial un nuevo régimen de estabilidad tributaria, similar a la ley de minería que impulsó esta históricamente olvidada actividad. En este nuevo régimen nos tendremos que olvidar de las retenciones a las exportaciones (que están desapareciendo) y capturar la renta fiscal del recurso mediante licitaciones abiertas, transparentes y competitivas. Este mecanismo es claramente superior a las decisiones discrecionales de adjudicación de concesión de áreas a las cuales son tan afectos las burocracias políticas de muchos países petroleros.
La recuperación de nuestras alicaídas reservas y seguridad energética se logrará no con el "capitalismo de amigos" sino con inversores genuinos y eficientes productores que acepten lo que insinuaba Carlos III, en el sentido de que la renta del recurso natural pertenece a toda la sociedad.
El autor fue secretario de Energía durante la presidencia de Eduardo Duhalde.
"Los jugos de la tierra pertenecen al rey." Carlos III (Ordenanzas de Aranjuez. Minas en Nueva España, 1783)
Los hidrocarburos han ocupado un lugar importante en nuestra agenda política; recordemos el frustrado acuerdo con la Standard Oil de California, propiciado por Perón antes del golpe militar que lo derrocó, en 1955, o los contratos petroleros impulsados por Frondizi y Frigerio en 1958. También podríamos mencionar las iniciativas de Alfonsín para estimular la producción nacional, bautizadas Plan Olivos en 1988 y que fueron profundizadas por Menem en los años 90 con la privatización de YPF. Es así como nuestro país, tradicional importador de petróleo, no sólo pudo lograr su anhelado autoabastecimiento, sino también convertirse en exportador de petróleo y de gas.
Pero las cosas han comenzado a cambiar en los últimos años, a pesar de que los precios energéticos han trepado, impulsados al alza por varios factores, entre los cuales destacamos la creciente demanda china (a fines de 2001 el petróleo se cotizaba a apenas 20 dólares el barril y en la actualidad supera los 70). Si no definimos con urgencia una nueva política de hidrocarburos que aliente el aprovechamiento de nuestros recursos corremos el riesgo de caer en la trampa de la "triple tenaza", al transitar de un estadio de energía abundante, barata y exportada a otro caracterizado por energía escasa, cara e importada.
Estamos en presencia de un creciente desfase entre una demanda energética que trepa por la expansión económica y una oferta que declina año tras año.
Señalemos que la producción de petróleo viene cayendo desde 1998, cuando su nivel se ubicaba un 30 por ciento por encima del volumen actual; por este motivo, estas exportaciones han caído nada menos que un 80 por ciento en la última década. Pero lo más grave es que las reservas vienen cayendo por la merma en las tareas de exploración. Por todo esto no debe sorprender que las exportaciones se estén evaporando y apunten a su extinción hacia 2009, cuando perdamos así el autoabastecimiento y nos convirtamos nuevamente en importadores.
No sólo se perderían entonces los recursos fiscales por retenciones a las exportaciones, sino que también emergerían presiones para alinear nuestros precios internos con los precios de importación, que equivalen a más del doble. Para darse cuenta de ello, basta con mirar a nuestros vecinos importadores de petróleo -Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay-, donde los combustibles tienen precios que duplican los nuestros.
Pero el mayor esfuerzo debe estar orientado hacia el gas que, como no es un commodity global como el petróleo, se moviliza en ámbitos regionales más reducidos, potenciando así su importancia geopolítica, por la gravitación de la cercanía geográfica entre países exportadores e importadores. La madre de todas las batallas por nuestra seguridad energética se librará, por estas razones, en el sector gasífero, ya que en pocos países el gas es tan importante como en la Argentina. En el mundo representa apenas la quinta parte del consumo de energía, mucho menos que el petróleo y el carbón. Las cosas son distintas en nuestro país, donde el gas satisface la mitad del consumo energético (en Brasil apenas el 8 por ciento). No es sólo esencial para el confort familiar, sino que también es un insumo crítico en las muchas actividades productivas que necesitan de gas abundante y barato para potenciar sus ventajas competitivas.
Alrededor del 60 por ciento de la generación eléctrica depende del gas; con más de 1,5 millones de vehículos impulsados por GNC, lideramos en el mundo la transformación tecnológica que significa este reemplazo de petróleo por gas. No es una exageración decir que nuestro crecimiento económico dependerá del acceso a suministros seguros de gas a costos moderados. Esto se refuerza cuando se considera que en poco tiempo volveremos a ser importadores de petróleo.
Es preocupante observar que la producción de gas está estancada desde 2004 y que las reservas han caído más del 40 por ciento desde 2002. Por esto, es conveniente buscar el acceso a las reservas gasíferas de Bolivia, como procura el contrato firmado por Enarsa con Yacimientos Petrolíferos Bolivianos el año último. Pero para que Bolivia pueda cumplir en el futuro sus compromisos de exportación a nuestro país hay que construir un gran gasoducto que recién se está licitando ahora y además hay que invertir en desarrollar los campos gasíferos.
Si la producción boliviana no se expande, podrían aparecer problemas para nuestro abastecimiento. Aquí es preocupante el artículo 3.8 del contrato firmado por Enarsa, que reza "las exportaciones de gas a la Argentina, ante potenciales interrupciones que pudieran presentarse, mantendrán razonable prioridad o proporcionalidad (...) respetando las obligaciones asumidas con anterioridad (...) es decir, abastecer primero el mercado interno boliviano, luego la exportación de gas a Brasil e inmediatamente después el contrato con la Argentina".
Vale la pena aprender de las lecciones de la diplomacia energética mundial, que procura diversificar las fuentes de abastecimiento para evitar los riesgos de la dependencia en este crítico rubro. Esto ocurre no sólo ahora en Chile y Brasil, sino también en Japón, China, la India, Estados Unidos y, particularmente, en la Unión Europea, que no está nada contenta con su dependencia del gas ruso.
En nuestro caso, es razonable que procuremos el acceso al gas boliviano, pero no es recomendable olvidar nuestras propias posibilidades, ya que el consumo aumentará fuertemente por la construcción de nuevas centrales eléctricas que ahora impulsa el Gobierno.
Es difícil de entender que fijemos un precio de 5 dólares para el gas boliviano mientras la producción de Salta, Neuquén y la Patagonia tiene un precio de apenas 1,5 dólares por millón de BTU. No olvidemos que cada metro cúbico adicional de gas argentino significará más regalías para las provincias y más empleo, inversiones y prosperidad en el interior de nuestro país.
La caída en las reservas y en la producción de nuestros hidrocarburos no puede ser atribuida a una "maldición geológica", sino a deficientes políticas que no alientan inversiones que enfrenten el riesgo exploratorio. Los productores de hidrocarburos, en los últimos años, salvo ciertas excepciones, pusieron más énfasis en extraer de pozos conocidos que en incorporar reservas.
Es urgente replantear la movilización de genuinos capitales de riesgo para el desarrollo de áreas potencialmente productivas. Y para ello es crucial un nuevo régimen de estabilidad tributaria, similar a la ley de minería que impulsó esta históricamente olvidada actividad. En este nuevo régimen nos tendremos que olvidar de las retenciones a las exportaciones (que están desapareciendo) y capturar la renta fiscal del recurso mediante licitaciones abiertas, transparentes y competitivas. Este mecanismo es claramente superior a las decisiones discrecionales de adjudicación de concesión de áreas a las cuales son tan afectos las burocracias políticas de muchos países petroleros.
La recuperación de nuestras alicaídas reservas y seguridad energética se logrará no con el "capitalismo de amigos" sino con inversores genuinos y eficientes productores que acepten lo que insinuaba Carlos III, en el sentido de que la renta del recurso natural pertenece a toda la sociedad.
El autor fue secretario de Energía durante la presidencia de Eduardo Duhalde.
lunes, agosto 13, 2007
viernes, agosto 03, 2007
Las fronteras y el liberalismo
Por Alan Wolfe
Las sociedades occidentales cuentan con toda una historia de teorías liberales respecto de si se debe regular la economía y, en caso afirmativo, cómo. Pero en materia de inmigración la tradición liberal no les sirve de mucho. De ahí que tanto en Europa como en Estados Unidos las opiniones no liberales dominen gran parte del debate en torno de la inmigración. Los más insistentes son los políticos que prometen proteger la integridad cultural de la patria contra la presunta degeneración de lo extranjero.
La xenofobia es una reacción no liberal, derechista, frente a la inmigración. El multiculturalismo, en gran medida, viene a ser su versión izquierdista. Muchos teóricos multiculturalistas, si bien están comprometidos con la apertura hacia los inmigrantes, no lo están con la apertura de éstos hacia su nuevo país de residencia. Para ellos, los recién llegados viven en un ambiente hostil a su estilo de vida y, por ende, necesitan preservar los usos culturales que trajeron consigo, aun cuando algunos de ellos (los matrimonios concertados, la segregación por género, el adoctrinamiento religioso, entre otros) sean contrarios a los principios liberales. En la contabilidad moral de no pocos multiculturalistas, la supervivencia del grupo importa más que los derechos del individuo.
¿Cómo podemos mantener el compromiso con la apertura al encarar la enfadosa cuestión de las fronteras nacionales? Una respuesta sería admitir que el cosmopolitismo es una calle de doble mano. Immanuel Kant nos enseña que siempre debemos juzgar nuestras circunstancias comparándolas con aquellas en que podríamos habernos hallado de no ser por el azar.
Desde esta perspectiva, es injusto que aquel a quien le toque en suerte nacer en Estados Unidos probablemente viva más años y mejor que el nacido en Kenya. Esto no significa que Estados Unidos deba abrir sus fronteras a todos cuantos vengan de Kenya. Pero sí significa que un neoyorquino debería reconocer que cualquier ventaja que él pudiera tener sobre alguien nacido en Nairobi se debe a la casualidad, más que al mérito. Desde el punto de vista del cosmopolitismo kantiano, lo menos que puede hacer un norteamericano es acoger a cierta cantidad de inmigrantes africanos.
El cosmopolitismo abarcador también significa que, una vez que una sociedad ha admitido a nuevos miembros, éstos están obligados a abrirse a su nueva sociedad. Los multiculturalistas son reacios a apoyar esta parte de la transacción cosmopolita. Los liberales deben hacerlo.
Podemos comprender por qué, al residir en un país extranjero que, tal vez, les parece hostil, los inmigrantes optan por aislarse. Algunos países receptores, como Francia, quizá se apresuren demasiado a exigirles que acepten nuevos estilos de vida. Pero intentar vivir recluidos en una sociedad abierta es, por fuerza, contraproducente y una sociedad liberal no debería fomentarlo.
En 2006 tuvimos un caso instructivo de transacción cosmopolita cuando el ex ministro de Relaciones Exteriores británico Jack Straw expresó su preocupación por el uso del hijab, el velo con el que algunas musulmanas cubren totalmente su cabeza. Straw defendió el derecho de las mujeres a usar chales menos intrusivos. Sin embargo, también sostuvo que algo andaba muy mal cuando, al conversar con otra persona, no se podía establecer una interacción cara a cara.
Straw quiso decir que el uso del hijab implica la decisión de esa mujer de aislarse de todos cuantos la rodean. No planteó un argumento xenófobo, en el sentido de que los musulmanes "no encajan" en Gran Bretaña, ni uno multiculturalista, en el sentido de que se debería permitirles usar el ropaje tradicional -sea cual fuere- que, a su juicio, exprese mejor su susceptibilidad cultural y religiosa. Tampoco pidió que los inmigrantes asimilaran plenamente las costumbres británicas. Utilizó un ejemplo cuidadosamente elegido para demostrar qué significa abrirse a otros esperando que ellos respondan del mismo modo.
Algunos sostuvieron que, al proponer qué deberían usar las musulmanas, Straw trababa la libertad de credos. De hecho, a veces, los valores liberales se contradicen mutuamente. Veamos un caso. Históricamente, el islam ha permitido ciertas formas de poligamia, pero ninguna sociedad liberal está obligada a extender la libertad religiosa de modo tal que socave su compromiso con la igualdad de géneros.
Por suerte, el ejemplo de Straw no plantea un dilema tan tajante. Como él mismo señaló, el Corán no ordena llevar el hijab. Su uso no representa una obligación religiosa, sino una opción cultural. Mientras las musulmanas dispongan de otras prendas para cubrir su cabeza, acceder a no usar el hijab es una manera de expresar su pertenencia a una sociedad liberal a un costo mínimo, en cuanto a sus compromisos religiosos.
Para los liberales, el interrogante nunca es si las fronteras deberían estar abiertas de par en par o herméticamente cerradas. Una sociedad abierta a todos no tendría ningún derecho digno de ser protegido y una sociedad cerrada a todos no tendría derechos dignos de ser emulados. Si buscamos un principio abstracto que nos guíe en materia de inmigración, el liberalismo no puede proporcionarlo.
Una sociedad liberal permitirá el ingreso de inmigrantes y establecerá en qué circunstancias excepcionales deberá prohibirlo, en vez de prohibirles el ingreso y fijar los casos excepcionales de admisión. Una sociedad liberal verá un mundo rebosante de posibilidades que, por mucho que amenacen estilos de vida que damos por sentados, nos obligan a adaptarnos a nuevos retos, en vez de intentar protegernos de lo extranjero y lo desconocido.
Por último, una sociedad liberal no se centrará en qué puede ofrecer a los inmigrantes, sino en qué pueden ofrecerle ellos. Vale la pena preservar el objetivo de apertura implícito en la inmigración, especialmente si tanto sus exigencias como sus promesas nos atañen a todos.
Las sociedades occidentales cuentan con toda una historia de teorías liberales respecto de si se debe regular la economía y, en caso afirmativo, cómo. Pero en materia de inmigración la tradición liberal no les sirve de mucho. De ahí que tanto en Europa como en Estados Unidos las opiniones no liberales dominen gran parte del debate en torno de la inmigración. Los más insistentes son los políticos que prometen proteger la integridad cultural de la patria contra la presunta degeneración de lo extranjero.
La xenofobia es una reacción no liberal, derechista, frente a la inmigración. El multiculturalismo, en gran medida, viene a ser su versión izquierdista. Muchos teóricos multiculturalistas, si bien están comprometidos con la apertura hacia los inmigrantes, no lo están con la apertura de éstos hacia su nuevo país de residencia. Para ellos, los recién llegados viven en un ambiente hostil a su estilo de vida y, por ende, necesitan preservar los usos culturales que trajeron consigo, aun cuando algunos de ellos (los matrimonios concertados, la segregación por género, el adoctrinamiento religioso, entre otros) sean contrarios a los principios liberales. En la contabilidad moral de no pocos multiculturalistas, la supervivencia del grupo importa más que los derechos del individuo.
¿Cómo podemos mantener el compromiso con la apertura al encarar la enfadosa cuestión de las fronteras nacionales? Una respuesta sería admitir que el cosmopolitismo es una calle de doble mano. Immanuel Kant nos enseña que siempre debemos juzgar nuestras circunstancias comparándolas con aquellas en que podríamos habernos hallado de no ser por el azar.
Desde esta perspectiva, es injusto que aquel a quien le toque en suerte nacer en Estados Unidos probablemente viva más años y mejor que el nacido en Kenya. Esto no significa que Estados Unidos deba abrir sus fronteras a todos cuantos vengan de Kenya. Pero sí significa que un neoyorquino debería reconocer que cualquier ventaja que él pudiera tener sobre alguien nacido en Nairobi se debe a la casualidad, más que al mérito. Desde el punto de vista del cosmopolitismo kantiano, lo menos que puede hacer un norteamericano es acoger a cierta cantidad de inmigrantes africanos.
El cosmopolitismo abarcador también significa que, una vez que una sociedad ha admitido a nuevos miembros, éstos están obligados a abrirse a su nueva sociedad. Los multiculturalistas son reacios a apoyar esta parte de la transacción cosmopolita. Los liberales deben hacerlo.
Podemos comprender por qué, al residir en un país extranjero que, tal vez, les parece hostil, los inmigrantes optan por aislarse. Algunos países receptores, como Francia, quizá se apresuren demasiado a exigirles que acepten nuevos estilos de vida. Pero intentar vivir recluidos en una sociedad abierta es, por fuerza, contraproducente y una sociedad liberal no debería fomentarlo.
En 2006 tuvimos un caso instructivo de transacción cosmopolita cuando el ex ministro de Relaciones Exteriores británico Jack Straw expresó su preocupación por el uso del hijab, el velo con el que algunas musulmanas cubren totalmente su cabeza. Straw defendió el derecho de las mujeres a usar chales menos intrusivos. Sin embargo, también sostuvo que algo andaba muy mal cuando, al conversar con otra persona, no se podía establecer una interacción cara a cara.
Straw quiso decir que el uso del hijab implica la decisión de esa mujer de aislarse de todos cuantos la rodean. No planteó un argumento xenófobo, en el sentido de que los musulmanes "no encajan" en Gran Bretaña, ni uno multiculturalista, en el sentido de que se debería permitirles usar el ropaje tradicional -sea cual fuere- que, a su juicio, exprese mejor su susceptibilidad cultural y religiosa. Tampoco pidió que los inmigrantes asimilaran plenamente las costumbres británicas. Utilizó un ejemplo cuidadosamente elegido para demostrar qué significa abrirse a otros esperando que ellos respondan del mismo modo.
Algunos sostuvieron que, al proponer qué deberían usar las musulmanas, Straw trababa la libertad de credos. De hecho, a veces, los valores liberales se contradicen mutuamente. Veamos un caso. Históricamente, el islam ha permitido ciertas formas de poligamia, pero ninguna sociedad liberal está obligada a extender la libertad religiosa de modo tal que socave su compromiso con la igualdad de géneros.
Por suerte, el ejemplo de Straw no plantea un dilema tan tajante. Como él mismo señaló, el Corán no ordena llevar el hijab. Su uso no representa una obligación religiosa, sino una opción cultural. Mientras las musulmanas dispongan de otras prendas para cubrir su cabeza, acceder a no usar el hijab es una manera de expresar su pertenencia a una sociedad liberal a un costo mínimo, en cuanto a sus compromisos religiosos.
Para los liberales, el interrogante nunca es si las fronteras deberían estar abiertas de par en par o herméticamente cerradas. Una sociedad abierta a todos no tendría ningún derecho digno de ser protegido y una sociedad cerrada a todos no tendría derechos dignos de ser emulados. Si buscamos un principio abstracto que nos guíe en materia de inmigración, el liberalismo no puede proporcionarlo.
Una sociedad liberal permitirá el ingreso de inmigrantes y establecerá en qué circunstancias excepcionales deberá prohibirlo, en vez de prohibirles el ingreso y fijar los casos excepcionales de admisión. Una sociedad liberal verá un mundo rebosante de posibilidades que, por mucho que amenacen estilos de vida que damos por sentados, nos obligan a adaptarnos a nuevos retos, en vez de intentar protegernos de lo extranjero y lo desconocido.
Por último, una sociedad liberal no se centrará en qué puede ofrecer a los inmigrantes, sino en qué pueden ofrecerle ellos. Vale la pena preservar el objetivo de apertura implícito en la inmigración, especialmente si tanto sus exigencias como sus promesas nos atañen a todos.
Piden en EE.UU. medidas contra Pekín
El retiro en Estados Unidos de casi un millón de juguetes fabricados en China sospechosos de contener sustancias tóxicas, que se suma a una serie de escándalos similares, amenaza con reavivar el resentimiento estadounidense frente al gigante asiático.
Los norteamericanos tienen desde hace años una gran dependencia en las importaciones de bajo costo de China para su consumo, con un déficit en su balanza comercial de 223.000 millones de dólares en 2006. Esta dependencia ya se ha tornado en una fuente creciente de descontento ante las prácticas comerciales de China, país al que los estadounidenses acusan de estar "robando" puestos de trabajo a la industria local.
China, que está cerca de convertirse en el mayor socio comercial de Estados Unidos, teme que la alarma que provocaron los escándalos por la calidad de sus productos impulse sanciones en contra de sus exportaciones.
Aunque el gobierno chino afirmó ayer que el 99% de sus productos son seguros, la indignación no deja de crecer en Estados Unidos.
"Por ahorrar algunos centavos, los chinos ponen en peligro la vida de la gente en un grado totalmente irresponsable", dijo Peter Morici, profesor de economía en la Universidad de Maryland. Para este economista, un incansable crítico de las prácticas comerciales chinas, los consumidores no están todavía realmente encolerizados por una razón simple: "Ningún niño ha muerto todavía".
Mientras tanto, agregó, algo está claro para él: "No se debe comprar nada de China que pase por la boca de la gente y por las manos de los niños".
Pero escapar a los productos chinos no es algo fácil para los norteamericanos. En un ensayo reciente, llamado Un año sin "made in China", la periodista Sara Bongiorni cuenta cómo ella y su familia pasaron un año sin comprar ningún producto de ese país. Al final, la periodista constató: "Es posible vivir sin los productos chinos, pero cada vez es más difícil y más caro".
Esa situación se aplica también a los juguetes, ya que el 80% de los que se venden en Estados Unidos son fabricados en China, lo que ya provocó preocupación entre muchos padres.
"Parece que todo fuera de China. Pero si pudiera encontrar un juguete similar fabricado en Estados Unidos, sin duda lo compraría, aunque fuera más caro", dijo Allen Mayne, madre de una hija de nueve años.
El gobierno incrementó los controles de las importaciones chinas a principios de este año, cuando se reveló que un alimento para mascotas con ingredientes fabricados en China había matado a unos 100 gatos y perros. Sin embargo, la oposición demócrata acusa al gobierno de haber dado una débil respuesta a estos escándalos.
"El gobierno ha tenido una política de no intervención", dijo el representante Sander Levin, que lidera el subcomité de Comercio.
Varias empresas, por su parte, presionaron ayer al Congreso para que impulsara un aumento de los registros de los productos chinos. "Es urgente que el Congreso contribuya con una respuesta para contrarrestar las prácticas desleales de China", dijo Auggie Tantillo, número dos de la American Manufacturing Trade Action Coalition.
Los norteamericanos tienen desde hace años una gran dependencia en las importaciones de bajo costo de China para su consumo, con un déficit en su balanza comercial de 223.000 millones de dólares en 2006. Esta dependencia ya se ha tornado en una fuente creciente de descontento ante las prácticas comerciales de China, país al que los estadounidenses acusan de estar "robando" puestos de trabajo a la industria local.
China, que está cerca de convertirse en el mayor socio comercial de Estados Unidos, teme que la alarma que provocaron los escándalos por la calidad de sus productos impulse sanciones en contra de sus exportaciones.
Aunque el gobierno chino afirmó ayer que el 99% de sus productos son seguros, la indignación no deja de crecer en Estados Unidos.
"Por ahorrar algunos centavos, los chinos ponen en peligro la vida de la gente en un grado totalmente irresponsable", dijo Peter Morici, profesor de economía en la Universidad de Maryland. Para este economista, un incansable crítico de las prácticas comerciales chinas, los consumidores no están todavía realmente encolerizados por una razón simple: "Ningún niño ha muerto todavía".
Mientras tanto, agregó, algo está claro para él: "No se debe comprar nada de China que pase por la boca de la gente y por las manos de los niños".
Pero escapar a los productos chinos no es algo fácil para los norteamericanos. En un ensayo reciente, llamado Un año sin "made in China", la periodista Sara Bongiorni cuenta cómo ella y su familia pasaron un año sin comprar ningún producto de ese país. Al final, la periodista constató: "Es posible vivir sin los productos chinos, pero cada vez es más difícil y más caro".
Esa situación se aplica también a los juguetes, ya que el 80% de los que se venden en Estados Unidos son fabricados en China, lo que ya provocó preocupación entre muchos padres.
"Parece que todo fuera de China. Pero si pudiera encontrar un juguete similar fabricado en Estados Unidos, sin duda lo compraría, aunque fuera más caro", dijo Allen Mayne, madre de una hija de nueve años.
El gobierno incrementó los controles de las importaciones chinas a principios de este año, cuando se reveló que un alimento para mascotas con ingredientes fabricados en China había matado a unos 100 gatos y perros. Sin embargo, la oposición demócrata acusa al gobierno de haber dado una débil respuesta a estos escándalos.
"El gobierno ha tenido una política de no intervención", dijo el representante Sander Levin, que lidera el subcomité de Comercio.
Varias empresas, por su parte, presionaron ayer al Congreso para que impulsara un aumento de los registros de los productos chinos. "Es urgente que el Congreso contribuya con una respuesta para contrarrestar las prácticas desleales de China", dijo Auggie Tantillo, número dos de la American Manufacturing Trade Action Coalition.
Alerta por infraestructuras obsoletas
Una tubería de vapor explota en Manhattan cerca de la terminal central Grant; un dique no resiste y Nueva Orleáns queda bajo el agua, un puente se derrumba en Minneapolis.
Estos desastres muestran que los Estados Unidos no están invirtiendo lo suficiente en el mantenimiento y reparación de su infraestructura vital, según advierten los ingenieros.
"Los gobiernos no quieren solventar el mantenimiento de la infraestructura porque generalmente no llama la atención ni atrae el interés de la gente", expresó John Ochsendorf, experto en ingeniería estructural y profesor adjunto del Instituto Tecnológico de Massachusetts.
Ochsendorf añadió que el grueso del sistema vial de la nación fue construido en los años cincuenta y sesenta, y que se está volviendo obsoleto. Refiriéndose al derrumbe en Minneapolis, el ingeniero comentó: "Hechos como éste podrían volverse más frecuentes".
Pero otros factores entran en juego, como en 1982, cuando un inspector de puentes revisó el del río Mianus, en Greenwich, Connecticut, y no percibió la fatiga de materiales en un perno que se rompería nueve meses después.
Tres carriles de la ruta en cuestión se derrumbaron y tres personas murieron.
En 1987, un puente de una autopista de Nueva York aprobó el examen sobre su estado en ese momento, pero los inspectores no se habían sumergido en el arroyo Schoharie para revisar la base en la que se asentaba el puente, que había sido erosionada por turbulentas aguas de inundaciones. Cuando la base cedió, el puente se derrumbó. Diez personas murieron.
Funcionarios del transporte saben que es necesario que muchos de los 600.000 puentes del país sean reparados o reemplazados.
Aproximadamente uno de cada ocho ha sido considerado estructuralmente deficiente, término que significa que un componente de la estructura del puente se encuentra en un estado deficiente o peor, pero que no necesariamente implica una advertencia de colapso inminente.
La mayoría de los puentes cuya condición es deficiente, como el caso del que colapsó en Minneapolis, sigue abierta al tránsito.
Por J. Holusha y K. Chang
De The New York Times
Estos desastres muestran que los Estados Unidos no están invirtiendo lo suficiente en el mantenimiento y reparación de su infraestructura vital, según advierten los ingenieros.
"Los gobiernos no quieren solventar el mantenimiento de la infraestructura porque generalmente no llama la atención ni atrae el interés de la gente", expresó John Ochsendorf, experto en ingeniería estructural y profesor adjunto del Instituto Tecnológico de Massachusetts.
Ochsendorf añadió que el grueso del sistema vial de la nación fue construido en los años cincuenta y sesenta, y que se está volviendo obsoleto. Refiriéndose al derrumbe en Minneapolis, el ingeniero comentó: "Hechos como éste podrían volverse más frecuentes".
Pero otros factores entran en juego, como en 1982, cuando un inspector de puentes revisó el del río Mianus, en Greenwich, Connecticut, y no percibió la fatiga de materiales en un perno que se rompería nueve meses después.
Tres carriles de la ruta en cuestión se derrumbaron y tres personas murieron.
En 1987, un puente de una autopista de Nueva York aprobó el examen sobre su estado en ese momento, pero los inspectores no se habían sumergido en el arroyo Schoharie para revisar la base en la que se asentaba el puente, que había sido erosionada por turbulentas aguas de inundaciones. Cuando la base cedió, el puente se derrumbó. Diez personas murieron.
Funcionarios del transporte saben que es necesario que muchos de los 600.000 puentes del país sean reparados o reemplazados.
Aproximadamente uno de cada ocho ha sido considerado estructuralmente deficiente, término que significa que un componente de la estructura del puente se encuentra en un estado deficiente o peor, pero que no necesariamente implica una advertencia de colapso inminente.
La mayoría de los puentes cuya condición es deficiente, como el caso del que colapsó en Minneapolis, sigue abierta al tránsito.
Por J. Holusha y K. Chang
De The New York Times
jueves, agosto 02, 2007
El nuevo paradigma de la competitividad
La innovación no debe faltar en el proceso de hacernos más competitivos.
Por Andrés van der Horst
En el contexto de la globalización económica en que vivimos, cualquier proyecto de país que ignore la necesidad de impulsar su competitividad estará destinado al fracaso. Sólo sobrevivirán aquellos que desarrollen una estrategia de competitividad efectiva, que cuente con la participación activa de gobierno, empresarios y sociedad civil, para hacer frente al cambio continuo y la hipercompetencia global en los mercados internacionales.
La globalización es un término moderno usado para describir los cambios en las sociedades y en la economía mundial, que han resultado en una mayor integración de los pueblos del mundo económica, social y culturalmente. Esta globalización ha sido facilitada en gran parte por una gran reducción en los costos de transporte y comunicación (hoy nos podemos comunicar de manera instantánea con cualquier parte del mundo a través, por ejemplo, del correo electrónico), así como por la apertura comercial que ha conducido al desmantelamiento de las barreras artificiales que habían sido creadas para entorpecer los flujos de bienes, servicios, capitales, conocimientos y personas a través de las fronteras. Pero este entorno de globalización económica y apertura comercial representa un gran reto para los países en vías de desarrollo, porque conlleva la hipercompetencia global en el mercado internacional y local.
Ningún país pequeño puede aspirar a lograr un crecimiento sostenible, un crecimiento que integre avances tanto en materia económica como social, si primero no es capaz de ser competitivo en el mercado global. En la actualidad vivimos en la era del conocimiento, en la que el capital intelectual es el factor estratégico de la competitividad. Nuestras sociedades han ido evolucionando desde la época en que la propiedad de la tierra era el factor estratégico, pasando por las dos revoluciones industriales en los que la maquinaria y la tecnología eran el elemento clave de la competitividad. De acuerdo con ese paradigma, vigente hasta el siglo pasado, el país que no tenía acceso a la maquinaria o la tecnología no podía salir de la pobreza. Pero en esta era del conocimiento, en la que hemos pasado de la manufactura a la "mentefactura", quien mejor desarrolle el capital intelectual será el que mayores ventajas competitivas tendrá.
La competitividad es un término relativamente nuevo que se refiere a la capacidad que tiene una economía de producir bienes y servicios de forma eficiente, manteniendo una ventaja comparativa sobre sus competidores e impulsando de esta manera el intercambio de aquellos productos que la economía ha demostrado producir de forma más eficiente en términos relativos.
Para poder florecer, la competitividad requiere de condiciones macroeconómicas de estabilidad, una institucionalidad sólida con organismos de regulación serios y respetados y una infraestructura con el desarrollo suficiente como para permitir la reducción de costos y de tiempos de producción economía estable. En el esquema actual de hipercompetencia global se hace necesario, además, contar con una estrategia de promoción a las exportaciones que apoye a los sectores productivos nacionales en la producción eficiente y la comercialización efectiva de los productos con potencial para la exportación y en los cuales podamos ser competitivos a nivel internacional. La búsqueda de diferentes formas de hacer lo mismo, de manera más eficiente, es lo que a la larga nos colocará un paso delante de nuestros competidores. La velocidad y capacidad de respuesta al cambio es una nueva fuente de ventaja competitiva. En la vieja economía de los negocios la empresa más grande se comía a la más pequeña, pero en la nueva economía de los negocios la empresa más inteligente, veloz y ágil se come a la más grande, lenta y rígida.
Los gobiernos deben trabajar con ahínco para fomentar la eficiencia del mercado mediante la modernización e implementación de leyes, regulaciones y procesos necesarios para que la economía cuente con bases que le den movilidad, dinamismo y que aseguren el buen funcionamiento de las empresas, instituciones y organismos nacionales. La competitividad no es sólo una imposición o necesidad, es la mejor forma de enfrentar los retos del mundo y aprovechar los beneficios que otros países ya están aprovechando.
República Dominicana ha demostrado que se pueden lograr grandes avances en materia de competitividad cuando el gobierno muestra liderazgo y tiene visión a largo plazo, siempre y cuando cuente con el apoyo y la participación decidida del sector privado.
Por Andrés van der Horst
En el contexto de la globalización económica en que vivimos, cualquier proyecto de país que ignore la necesidad de impulsar su competitividad estará destinado al fracaso. Sólo sobrevivirán aquellos que desarrollen una estrategia de competitividad efectiva, que cuente con la participación activa de gobierno, empresarios y sociedad civil, para hacer frente al cambio continuo y la hipercompetencia global en los mercados internacionales.
La globalización es un término moderno usado para describir los cambios en las sociedades y en la economía mundial, que han resultado en una mayor integración de los pueblos del mundo económica, social y culturalmente. Esta globalización ha sido facilitada en gran parte por una gran reducción en los costos de transporte y comunicación (hoy nos podemos comunicar de manera instantánea con cualquier parte del mundo a través, por ejemplo, del correo electrónico), así como por la apertura comercial que ha conducido al desmantelamiento de las barreras artificiales que habían sido creadas para entorpecer los flujos de bienes, servicios, capitales, conocimientos y personas a través de las fronteras. Pero este entorno de globalización económica y apertura comercial representa un gran reto para los países en vías de desarrollo, porque conlleva la hipercompetencia global en el mercado internacional y local.
Ningún país pequeño puede aspirar a lograr un crecimiento sostenible, un crecimiento que integre avances tanto en materia económica como social, si primero no es capaz de ser competitivo en el mercado global. En la actualidad vivimos en la era del conocimiento, en la que el capital intelectual es el factor estratégico de la competitividad. Nuestras sociedades han ido evolucionando desde la época en que la propiedad de la tierra era el factor estratégico, pasando por las dos revoluciones industriales en los que la maquinaria y la tecnología eran el elemento clave de la competitividad. De acuerdo con ese paradigma, vigente hasta el siglo pasado, el país que no tenía acceso a la maquinaria o la tecnología no podía salir de la pobreza. Pero en esta era del conocimiento, en la que hemos pasado de la manufactura a la "mentefactura", quien mejor desarrolle el capital intelectual será el que mayores ventajas competitivas tendrá.
La competitividad es un término relativamente nuevo que se refiere a la capacidad que tiene una economía de producir bienes y servicios de forma eficiente, manteniendo una ventaja comparativa sobre sus competidores e impulsando de esta manera el intercambio de aquellos productos que la economía ha demostrado producir de forma más eficiente en términos relativos.
Para poder florecer, la competitividad requiere de condiciones macroeconómicas de estabilidad, una institucionalidad sólida con organismos de regulación serios y respetados y una infraestructura con el desarrollo suficiente como para permitir la reducción de costos y de tiempos de producción economía estable. En el esquema actual de hipercompetencia global se hace necesario, además, contar con una estrategia de promoción a las exportaciones que apoye a los sectores productivos nacionales en la producción eficiente y la comercialización efectiva de los productos con potencial para la exportación y en los cuales podamos ser competitivos a nivel internacional. La búsqueda de diferentes formas de hacer lo mismo, de manera más eficiente, es lo que a la larga nos colocará un paso delante de nuestros competidores. La velocidad y capacidad de respuesta al cambio es una nueva fuente de ventaja competitiva. En la vieja economía de los negocios la empresa más grande se comía a la más pequeña, pero en la nueva economía de los negocios la empresa más inteligente, veloz y ágil se come a la más grande, lenta y rígida.
Los gobiernos deben trabajar con ahínco para fomentar la eficiencia del mercado mediante la modernización e implementación de leyes, regulaciones y procesos necesarios para que la economía cuente con bases que le den movilidad, dinamismo y que aseguren el buen funcionamiento de las empresas, instituciones y organismos nacionales. La competitividad no es sólo una imposición o necesidad, es la mejor forma de enfrentar los retos del mundo y aprovechar los beneficios que otros países ya están aprovechando.
República Dominicana ha demostrado que se pueden lograr grandes avances en materia de competitividad cuando el gobierno muestra liderazgo y tiene visión a largo plazo, siempre y cuando cuente con el apoyo y la participación decidida del sector privado.
miércoles, agosto 01, 2007
"La democracia es la única solución para el mundo árabe"
El escritor egipcio Alaa al Aswany analiza el origen del fanatismo religioso
MADRID.– ¿Qué se lee en Medio Oriente? Lejos de las diatribas de jeques fanáticos o de políticos extremistas, el best seller más grande de los últimos años es una novela que cuenta la historia de un glamoroso edificio estilo art déco en El Cairo, en su época de gloria: la década del 30. Allí convivían –¡oh, sorpresa!– la elite cairota: judíos, homosexuales, intelectuales y comerciantes burgueses. El libro, El edificio Yacobián (Editorial Maeva), narra la gradual decadencia del inmueble, hasta su miseria total, en la actualidad, que marcha en paralelo con la creciente penetración de la pobreza y del fundamentalismo entre sus paredes y en la sociedad en general.
El autor, Alaa al Aswany, no se cansa de decir que el único remedio para los males que afectan al mundo árabe es la democracia. No una democracia distinta de la conocida. Una democracia como las occidentales, sin ningún tipo de aditamento. Alaa al Aswany es un dentista encantador y –valga la coincidencia– de sonrisa perfecta. Le resulta difícil ocultarla mientras confiesa que, entre sus largas jornadas en la clínica odontológica y sus madrugadas escribiendo, logró intercalar clases de castellano para leer a Cervantes y García Márquez en su idioma original.
Pero su ademán alegre y despreocupado contrasta con lo duro de sus opiniones políticas, para las que también le han servido sus años de estudio del cuerpo humano en la Universidad de El Cairo y luego en la de Chicago, en Estados Unidos.
"Si uno confunde el síntoma con la enfermedad, el paciente muere. Si se cura la fiebre, pero no se presta atención a la inflamación cerebral que la causó, no sirve de nada. Y en la gran enfermedad del mundo árabe, lo primero que hay que atender es la dictadura. La injusticia, la corrupción, el fanatismo y la pobreza son sólo síntomas o complicaciones", asegura.
A pesar del éxito rotundo de su obra -ya traducida a una veintena de idiomas, comparada con la de Naguib Mahfuz, el premio Nobel de Literatura egipcio, y llevada al cine en la mayor superproducción de la historia reciente del mundo árabe, con entusiastas críticas en los festivales de Cannes, Berlín y Nueva York-, Al Aswany sigue trabajando en su clínica dental. "Cada día estoy expuesto a muchas personalidades distintas, y no podría haber mejor fuente para crear personajes. Además, escribo sobre personas y atiendo a personas. Por eso cuando voy de las bocas al papel no me parece que esté saltando de un mundo a otro dramáticamente distinto", explica con humor a LA NACION durante su visita a España, invitado por la Casa Arabe para presentar la traducción al castellano y hablar del futuro de su país.
-¿Cuál cree que es el primer paso para curar lo que usted llama "la gran enfermedad de la sociedad árabe"?
-El primer paso es también el único posible: democracia.
-Pero ¿una democracia estilo occidental o una democracia especial, que contemple las sensibilidades propias de esa sociedad?
-Yo no creo en tipos especiales de democracia. El "tipo especial de democracia adaptado al mundo árabe" es un juego de palabras, la excusa que han usado todo el tiempo los dictadores para evitar el sistema político que la gente normal, en la calle, sabe que quiere: elecciones libres, Parlamento libre, prensa libre, respeto por los derechos humanos, Estado de Derecho. No creo que sea algo muy complicado ni que se necesite una gran sofisticación para buscar algo así.
-Sin embargo, tanto en su libro como en sus escritos políticos, usted apunta que no es ése el rumbo que se está tomando. ¿Por qué?
-Existen varias interpretaciones del islam. Hasta fines de los años 70, en Egipto la visión de la religión era abierta, tolerante y liberal, y por eso El Cairo era una sociedad tan cosmopolita, con un componente considerable de armenios, judíos, italianos y demás. Era una visión del islam que reflejaba bien nuestro carácter nacional: habíamos tendido a ser abiertos durante siglos. Pero entonces hubo un punto de inflexión en nuestra historia: los precios del petróleo escalaron y le dieron a Arabia Saudita un poder sin precedente en la región. Tuvieron millones de dólares para exportar su visión wahabi del islam, que no podría haber sido más contraria a la nuestra. Es una visión cerrada, intolerante, que va en contra de las mujeres y que es muy agresiva no sólo con aquellos que no son musulmanes, sino con los musulmanes que no son wahabi. A esto se sumó que en los últimos 25 años algo así como un cuarto de la población egipcia viajó a Arabia Saudita para trabajar. En general, era gente pobre y sin educación, y trajeron de vuelta consigo la interpretación saudita del islam. Esto no podría haber sido un mejor regalo de Navidad para cualquier dictador, ya que en la interpretación wahabi no existen los derechos políticos y no hay derecho a rebelarse si quien detenta el poder es musulmán. La combinación de todos estos factores llevó a una erosión constante de la libertad, lo que es el centro de los problemas de la región.
-¿Qué opina sobre la integración de los musulmanes en Europa?
-Hay serios problemas, y ambas partes son responsables. Muchos musulmanes no hacen el esfuerzo de educarse e integrarse, pero, por otra parte, las sociedades quieren mantenerlos a prudente distancia, como se ve en las banlieues , en Francia. En Europa, muchas mezquitas son patrocinadas por los sauditas, y los gobiernos no se meten a ver qué tipo de religión se está enseñando allí, lo cual es muy peligroso. Respecto de puntos específicos, como el debate sobre el velo, creo que lo importante es que demuestra la dificultad que tiene Europa para aceptar la diversidad. Dicho esto, hay que aclarar que lo de llevar toda la cara tapada, y no sólo la cabeza, es wahabi, y que hay musulmanes que sostienen que el islam no les pide a las mujeres que usen velo.
-¿Y sobre la guerra en Irak?
-No creo que llevar la democracia a Medio Oriente necesariamente tenga que significar la muerte de tantos iraquíes y norteamericanos, y la destrucción de una antigua civilización. Se me ocurren muchas ideas mejores de hacerlo. La democracia tiene que surgir de adentro. No puede ser impuesta. Yo no creo en el choque de civilizaciones. Creo que, simplemente, por un lado está la gente común, que quiere vivir con dignidad, y por el otro están los fanáticos, los imperialistas, los que odian. Ahora, respecto de Irak, qué hacer es el problema de los norteamericanos. Uno no puede ir, destruir una casa, matar a parte de sus habitantes y luego marcharse. Los norteamericanos son los responsables de la situación actual y tienen que encontrarle una solución.
-Usted ha sostenido que existe un islam para los ricos y un islam para los pobres.
-Nosotros solíamos tener una de las interpretaciones más liberales del islam, y por eso Egipto fue primero en casi todo en el mundo musulmán. Tuvimos el primer Parlamento, la primera legisladora, la primera Constitución, el primer periódico libre, las primeras mujeres universitarias y en la administración pública... Pero también están los fanáticos. Y aquí entra la cuestión social. Los pobres son particularmente susceptibles de caer en el fanatismo como una forma de protesta. El Estado los trata de manera inhumana y no les da forma de canalizar su descontento. Entonces, la única forma de rebelarse es usando la religión. Eso es muy distinto de la persona que se acerca a Dios para agradecerle.
-En su libro, usted aborda la corrupción política, el fanatismo, la homosexualidad, temas que son considerados tabúes. ¿No tuvo miedo de posibles represalias?
-Mientras escribo no tengo miedo, y supongo que soy algo inconsciente, pero básicamente tuve que confiar en la tradición del respeto por la literatura que tiene Egipto desde hace 700 años. Los lectores no me decepcionaron. Este año publiqué un nuevo libro, Chicago , como siempre con escenas sexuales muy controvertidas, y se vendieron 25.000 ejemplares en un mes. Por supuesto que con ambos libros tuve cartas amenazantes, pero me di cuenta de que el ruido que hacen estos fanáticos es mayor que su existencia.
-¿Cree que la literatura puede contribuir a cambiar la situación política?
-La literatura muchas veces se anima a decir lo que nosotros no decimos, pero no creo que ayude en el corto plazo, como lo harían ensayos políticos o artículos periodísticos que fueran directo al grano. Lo que la literatura puede hacer es llegar a lo más íntimo de la persona, de tal manera que empiece a cuestionarse el mundo que la rodea. Una sociedad así se vuelve más participativa.
Por Juana Libedinsky
MADRID.– ¿Qué se lee en Medio Oriente? Lejos de las diatribas de jeques fanáticos o de políticos extremistas, el best seller más grande de los últimos años es una novela que cuenta la historia de un glamoroso edificio estilo art déco en El Cairo, en su época de gloria: la década del 30. Allí convivían –¡oh, sorpresa!– la elite cairota: judíos, homosexuales, intelectuales y comerciantes burgueses. El libro, El edificio Yacobián (Editorial Maeva), narra la gradual decadencia del inmueble, hasta su miseria total, en la actualidad, que marcha en paralelo con la creciente penetración de la pobreza y del fundamentalismo entre sus paredes y en la sociedad en general.
El autor, Alaa al Aswany, no se cansa de decir que el único remedio para los males que afectan al mundo árabe es la democracia. No una democracia distinta de la conocida. Una democracia como las occidentales, sin ningún tipo de aditamento. Alaa al Aswany es un dentista encantador y –valga la coincidencia– de sonrisa perfecta. Le resulta difícil ocultarla mientras confiesa que, entre sus largas jornadas en la clínica odontológica y sus madrugadas escribiendo, logró intercalar clases de castellano para leer a Cervantes y García Márquez en su idioma original.
Pero su ademán alegre y despreocupado contrasta con lo duro de sus opiniones políticas, para las que también le han servido sus años de estudio del cuerpo humano en la Universidad de El Cairo y luego en la de Chicago, en Estados Unidos.
"Si uno confunde el síntoma con la enfermedad, el paciente muere. Si se cura la fiebre, pero no se presta atención a la inflamación cerebral que la causó, no sirve de nada. Y en la gran enfermedad del mundo árabe, lo primero que hay que atender es la dictadura. La injusticia, la corrupción, el fanatismo y la pobreza son sólo síntomas o complicaciones", asegura.
A pesar del éxito rotundo de su obra -ya traducida a una veintena de idiomas, comparada con la de Naguib Mahfuz, el premio Nobel de Literatura egipcio, y llevada al cine en la mayor superproducción de la historia reciente del mundo árabe, con entusiastas críticas en los festivales de Cannes, Berlín y Nueva York-, Al Aswany sigue trabajando en su clínica dental. "Cada día estoy expuesto a muchas personalidades distintas, y no podría haber mejor fuente para crear personajes. Además, escribo sobre personas y atiendo a personas. Por eso cuando voy de las bocas al papel no me parece que esté saltando de un mundo a otro dramáticamente distinto", explica con humor a LA NACION durante su visita a España, invitado por la Casa Arabe para presentar la traducción al castellano y hablar del futuro de su país.
-¿Cuál cree que es el primer paso para curar lo que usted llama "la gran enfermedad de la sociedad árabe"?
-El primer paso es también el único posible: democracia.
-Pero ¿una democracia estilo occidental o una democracia especial, que contemple las sensibilidades propias de esa sociedad?
-Yo no creo en tipos especiales de democracia. El "tipo especial de democracia adaptado al mundo árabe" es un juego de palabras, la excusa que han usado todo el tiempo los dictadores para evitar el sistema político que la gente normal, en la calle, sabe que quiere: elecciones libres, Parlamento libre, prensa libre, respeto por los derechos humanos, Estado de Derecho. No creo que sea algo muy complicado ni que se necesite una gran sofisticación para buscar algo así.
-Sin embargo, tanto en su libro como en sus escritos políticos, usted apunta que no es ése el rumbo que se está tomando. ¿Por qué?
-Existen varias interpretaciones del islam. Hasta fines de los años 70, en Egipto la visión de la religión era abierta, tolerante y liberal, y por eso El Cairo era una sociedad tan cosmopolita, con un componente considerable de armenios, judíos, italianos y demás. Era una visión del islam que reflejaba bien nuestro carácter nacional: habíamos tendido a ser abiertos durante siglos. Pero entonces hubo un punto de inflexión en nuestra historia: los precios del petróleo escalaron y le dieron a Arabia Saudita un poder sin precedente en la región. Tuvieron millones de dólares para exportar su visión wahabi del islam, que no podría haber sido más contraria a la nuestra. Es una visión cerrada, intolerante, que va en contra de las mujeres y que es muy agresiva no sólo con aquellos que no son musulmanes, sino con los musulmanes que no son wahabi. A esto se sumó que en los últimos 25 años algo así como un cuarto de la población egipcia viajó a Arabia Saudita para trabajar. En general, era gente pobre y sin educación, y trajeron de vuelta consigo la interpretación saudita del islam. Esto no podría haber sido un mejor regalo de Navidad para cualquier dictador, ya que en la interpretación wahabi no existen los derechos políticos y no hay derecho a rebelarse si quien detenta el poder es musulmán. La combinación de todos estos factores llevó a una erosión constante de la libertad, lo que es el centro de los problemas de la región.
-¿Qué opina sobre la integración de los musulmanes en Europa?
-Hay serios problemas, y ambas partes son responsables. Muchos musulmanes no hacen el esfuerzo de educarse e integrarse, pero, por otra parte, las sociedades quieren mantenerlos a prudente distancia, como se ve en las banlieues , en Francia. En Europa, muchas mezquitas son patrocinadas por los sauditas, y los gobiernos no se meten a ver qué tipo de religión se está enseñando allí, lo cual es muy peligroso. Respecto de puntos específicos, como el debate sobre el velo, creo que lo importante es que demuestra la dificultad que tiene Europa para aceptar la diversidad. Dicho esto, hay que aclarar que lo de llevar toda la cara tapada, y no sólo la cabeza, es wahabi, y que hay musulmanes que sostienen que el islam no les pide a las mujeres que usen velo.
-¿Y sobre la guerra en Irak?
-No creo que llevar la democracia a Medio Oriente necesariamente tenga que significar la muerte de tantos iraquíes y norteamericanos, y la destrucción de una antigua civilización. Se me ocurren muchas ideas mejores de hacerlo. La democracia tiene que surgir de adentro. No puede ser impuesta. Yo no creo en el choque de civilizaciones. Creo que, simplemente, por un lado está la gente común, que quiere vivir con dignidad, y por el otro están los fanáticos, los imperialistas, los que odian. Ahora, respecto de Irak, qué hacer es el problema de los norteamericanos. Uno no puede ir, destruir una casa, matar a parte de sus habitantes y luego marcharse. Los norteamericanos son los responsables de la situación actual y tienen que encontrarle una solución.
-Usted ha sostenido que existe un islam para los ricos y un islam para los pobres.
-Nosotros solíamos tener una de las interpretaciones más liberales del islam, y por eso Egipto fue primero en casi todo en el mundo musulmán. Tuvimos el primer Parlamento, la primera legisladora, la primera Constitución, el primer periódico libre, las primeras mujeres universitarias y en la administración pública... Pero también están los fanáticos. Y aquí entra la cuestión social. Los pobres son particularmente susceptibles de caer en el fanatismo como una forma de protesta. El Estado los trata de manera inhumana y no les da forma de canalizar su descontento. Entonces, la única forma de rebelarse es usando la religión. Eso es muy distinto de la persona que se acerca a Dios para agradecerle.
-En su libro, usted aborda la corrupción política, el fanatismo, la homosexualidad, temas que son considerados tabúes. ¿No tuvo miedo de posibles represalias?
-Mientras escribo no tengo miedo, y supongo que soy algo inconsciente, pero básicamente tuve que confiar en la tradición del respeto por la literatura que tiene Egipto desde hace 700 años. Los lectores no me decepcionaron. Este año publiqué un nuevo libro, Chicago , como siempre con escenas sexuales muy controvertidas, y se vendieron 25.000 ejemplares en un mes. Por supuesto que con ambos libros tuve cartas amenazantes, pero me di cuenta de que el ruido que hacen estos fanáticos es mayor que su existencia.
-¿Cree que la literatura puede contribuir a cambiar la situación política?
-La literatura muchas veces se anima a decir lo que nosotros no decimos, pero no creo que ayude en el corto plazo, como lo harían ensayos políticos o artículos periodísticos que fueran directo al grano. Lo que la literatura puede hacer es llegar a lo más íntimo de la persona, de tal manera que empiece a cuestionarse el mundo que la rodea. Una sociedad así se vuelve más participativa.
Por Juana Libedinsky
"La democracia es la única solución para el mundo árabe"
El escritor egipcio Alaa al Aswany analiza el origen del fanatismo religioso
MADRID.– ¿Qué se lee en Medio Oriente? Lejos de las diatribas de jeques fanáticos o de políticos extremistas, el best seller más grande de los últimos años es una novela que cuenta la historia de un glamoroso edificio estilo art déco en El Cairo, en su época de gloria: la década del 30. Allí convivían –¡oh, sorpresa!– la elite cairota: judíos, homosexuales, intelectuales y comerciantes burgueses. El libro, El edificio Yacobián (Editorial Maeva), narra la gradual decadencia del inmueble, hasta su miseria total, en la actualidad, que marcha en paralelo con la creciente penetración de la pobreza y del fundamentalismo entre sus paredes y en la sociedad en general.
El autor, Alaa al Aswany, no se cansa de decir que el único remedio para los males que afectan al mundo árabe es la democracia. No una democracia distinta de la conocida. Una democracia como las occidentales, sin ningún tipo de aditamento. Alaa al Aswany es un dentista encantador y –valga la coincidencia– de sonrisa perfecta. Le resulta difícil ocultarla mientras confiesa que, entre sus largas jornadas en la clínica odontológica y sus madrugadas escribiendo, logró intercalar clases de castellano para leer a Cervantes y García Márquez en su idioma original.
Pero su ademán alegre y despreocupado contrasta con lo duro de sus opiniones políticas, para las que también le han servido sus años de estudio del cuerpo humano en la Universidad de El Cairo y luego en la de Chicago, en Estados Unidos.
"Si uno confunde el síntoma con la enfermedad, el paciente muere. Si se cura la fiebre, pero no se presta atención a la inflamación cerebral que la causó, no sirve de nada. Y en la gran enfermedad del mundo árabe, lo primero que hay que atender es la dictadura. La injusticia, la corrupción, el fanatismo y la pobreza son sólo síntomas o complicaciones", asegura.
A pesar del éxito rotundo de su obra -ya traducida a una veintena de idiomas, comparada con la de Naguib Mahfuz, el premio Nobel de Literatura egipcio, y llevada al cine en la mayor superproducción de la historia reciente del mundo árabe, con entusiastas críticas en los festivales de Cannes, Berlín y Nueva York-, Al Aswany sigue trabajando en su clínica dental. "Cada día estoy expuesto a muchas personalidades distintas, y no podría haber mejor fuente para crear personajes. Además, escribo sobre personas y atiendo a personas. Por eso cuando voy de las bocas al papel no me parece que esté saltando de un mundo a otro dramáticamente distinto", explica con humor a LA NACION durante su visita a España, invitado por la Casa Arabe para presentar la traducción al castellano y hablar del futuro de su país.
-¿Cuál cree que es el primer paso para curar lo que usted llama "la gran enfermedad de la sociedad árabe"?
-El primer paso es también el único posible: democracia.
-Pero ¿una democracia estilo occidental o una democracia especial, que contemple las sensibilidades propias de esa sociedad?
-Yo no creo en tipos especiales de democracia. El "tipo especial de democracia adaptado al mundo árabe" es un juego de palabras, la excusa que han usado todo el tiempo los dictadores para evitar el sistema político que la gente normal, en la calle, sabe que quiere: elecciones libres, Parlamento libre, prensa libre, respeto por los derechos humanos, Estado de Derecho. No creo que sea algo muy complicado ni que se necesite una gran sofisticación para buscar algo así.
-Sin embargo, tanto en su libro como en sus escritos políticos, usted apunta que no es ése el rumbo que se está tomando. ¿Por qué?
-Existen varias interpretaciones del islam. Hasta fines de los años 70, en Egipto la visión de la religión era abierta, tolerante y liberal, y por eso El Cairo era una sociedad tan cosmopolita, con un componente considerable de armenios, judíos, italianos y demás. Era una visión del islam que reflejaba bien nuestro carácter nacional: habíamos tendido a ser abiertos durante siglos. Pero entonces hubo un punto de inflexión en nuestra historia: los precios del petróleo escalaron y le dieron a Arabia Saudita un poder sin precedente en la región. Tuvieron millones de dólares para exportar su visión wahabi del islam, que no podría haber sido más contraria a la nuestra. Es una visión cerrada, intolerante, que va en contra de las mujeres y que es muy agresiva no sólo con aquellos que no son musulmanes, sino con los musulmanes que no son wahabi. A esto se sumó que en los últimos 25 años algo así como un cuarto de la población egipcia viajó a Arabia Saudita para trabajar. En general, era gente pobre y sin educación, y trajeron de vuelta consigo la interpretación saudita del islam. Esto no podría haber sido un mejor regalo de Navidad para cualquier dictador, ya que en la interpretación wahabi no existen los derechos políticos y no hay derecho a rebelarse si quien detenta el poder es musulmán. La combinación de todos estos factores llevó a una erosión constante de la libertad, lo que es el centro de los problemas de la región.
-¿Qué opina sobre la integración de los musulmanes en Europa?
-Hay serios problemas, y ambas partes son responsables. Muchos musulmanes no hacen el esfuerzo de educarse e integrarse, pero, por otra parte, las sociedades quieren mantenerlos a prudente distancia, como se ve en las banlieues , en Francia. En Europa, muchas mezquitas son patrocinadas por los sauditas, y los gobiernos no se meten a ver qué tipo de religión se está enseñando allí, lo cual es muy peligroso. Respecto de puntos específicos, como el debate sobre el velo, creo que lo importante es que demuestra la dificultad que tiene Europa para aceptar la diversidad. Dicho esto, hay que aclarar que lo de llevar toda la cara tapada, y no sólo la cabeza, es wahabi, y que hay musulmanes que sostienen que el islam no les pide a las mujeres que usen velo.
-¿Y sobre la guerra en Irak?
-No creo que llevar la democracia a Medio Oriente necesariamente tenga que significar la muerte de tantos iraquíes y norteamericanos, y la destrucción de una antigua civilización. Se me ocurren muchas ideas mejores de hacerlo. La democracia tiene que surgir de adentro. No puede ser impuesta. Yo no creo en el choque de civilizaciones. Creo que, simplemente, por un lado está la gente común, que quiere vivir con dignidad, y por el otro están los fanáticos, los imperialistas, los que odian. Ahora, respecto de Irak, qué hacer es el problema de los norteamericanos. Uno no puede ir, destruir una casa, matar a parte de sus habitantes y luego marcharse. Los norteamericanos son los responsables de la situación actual y tienen que encontrarle una solución.
-Usted ha sostenido que existe un islam para los ricos y un islam para los pobres.
-Nosotros solíamos tener una de las interpretaciones más liberales del islam, y por eso Egipto fue primero en casi todo en el mundo musulmán. Tuvimos el primer Parlamento, la primera legisladora, la primera Constitución, el primer periódico libre, las primeras mujeres universitarias y en la administración pública... Pero también están los fanáticos. Y aquí entra la cuestión social. Los pobres son particularmente susceptibles de caer en el fanatismo como una forma de protesta. El Estado los trata de manera inhumana y no les da forma de canalizar su descontento. Entonces, la única forma de rebelarse es usando la religión. Eso es muy distinto de la persona que se acerca a Dios para agradecerle.
-En su libro, usted aborda la corrupción política, el fanatismo, la homosexualidad, temas que son considerados tabúes. ¿No tuvo miedo de posibles represalias?
-Mientras escribo no tengo miedo, y supongo que soy algo inconsciente, pero básicamente tuve que confiar en la tradición del respeto por la literatura que tiene Egipto desde hace 700 años. Los lectores no me decepcionaron. Este año publiqué un nuevo libro, Chicago , como siempre con escenas sexuales muy controvertidas, y se vendieron 25.000 ejemplares en un mes. Por supuesto que con ambos libros tuve cartas amenazantes, pero me di cuenta de que el ruido que hacen estos fanáticos es mayor que su existencia.
-¿Cree que la literatura puede contribuir a cambiar la situación política?
-La literatura muchas veces se anima a decir lo que nosotros no decimos, pero no creo que ayude en el corto plazo, como lo harían ensayos políticos o artículos periodísticos que fueran directo al grano. Lo que la literatura puede hacer es llegar a lo más íntimo de la persona, de tal manera que empiece a cuestionarse el mundo que la rodea. Una sociedad así se vuelve más participativa.
Por Juana Libedinsky
MADRID.– ¿Qué se lee en Medio Oriente? Lejos de las diatribas de jeques fanáticos o de políticos extremistas, el best seller más grande de los últimos años es una novela que cuenta la historia de un glamoroso edificio estilo art déco en El Cairo, en su época de gloria: la década del 30. Allí convivían –¡oh, sorpresa!– la elite cairota: judíos, homosexuales, intelectuales y comerciantes burgueses. El libro, El edificio Yacobián (Editorial Maeva), narra la gradual decadencia del inmueble, hasta su miseria total, en la actualidad, que marcha en paralelo con la creciente penetración de la pobreza y del fundamentalismo entre sus paredes y en la sociedad en general.
El autor, Alaa al Aswany, no se cansa de decir que el único remedio para los males que afectan al mundo árabe es la democracia. No una democracia distinta de la conocida. Una democracia como las occidentales, sin ningún tipo de aditamento. Alaa al Aswany es un dentista encantador y –valga la coincidencia– de sonrisa perfecta. Le resulta difícil ocultarla mientras confiesa que, entre sus largas jornadas en la clínica odontológica y sus madrugadas escribiendo, logró intercalar clases de castellano para leer a Cervantes y García Márquez en su idioma original.
Pero su ademán alegre y despreocupado contrasta con lo duro de sus opiniones políticas, para las que también le han servido sus años de estudio del cuerpo humano en la Universidad de El Cairo y luego en la de Chicago, en Estados Unidos.
"Si uno confunde el síntoma con la enfermedad, el paciente muere. Si se cura la fiebre, pero no se presta atención a la inflamación cerebral que la causó, no sirve de nada. Y en la gran enfermedad del mundo árabe, lo primero que hay que atender es la dictadura. La injusticia, la corrupción, el fanatismo y la pobreza son sólo síntomas o complicaciones", asegura.
A pesar del éxito rotundo de su obra -ya traducida a una veintena de idiomas, comparada con la de Naguib Mahfuz, el premio Nobel de Literatura egipcio, y llevada al cine en la mayor superproducción de la historia reciente del mundo árabe, con entusiastas críticas en los festivales de Cannes, Berlín y Nueva York-, Al Aswany sigue trabajando en su clínica dental. "Cada día estoy expuesto a muchas personalidades distintas, y no podría haber mejor fuente para crear personajes. Además, escribo sobre personas y atiendo a personas. Por eso cuando voy de las bocas al papel no me parece que esté saltando de un mundo a otro dramáticamente distinto", explica con humor a LA NACION durante su visita a España, invitado por la Casa Arabe para presentar la traducción al castellano y hablar del futuro de su país.
-¿Cuál cree que es el primer paso para curar lo que usted llama "la gran enfermedad de la sociedad árabe"?
-El primer paso es también el único posible: democracia.
-Pero ¿una democracia estilo occidental o una democracia especial, que contemple las sensibilidades propias de esa sociedad?
-Yo no creo en tipos especiales de democracia. El "tipo especial de democracia adaptado al mundo árabe" es un juego de palabras, la excusa que han usado todo el tiempo los dictadores para evitar el sistema político que la gente normal, en la calle, sabe que quiere: elecciones libres, Parlamento libre, prensa libre, respeto por los derechos humanos, Estado de Derecho. No creo que sea algo muy complicado ni que se necesite una gran sofisticación para buscar algo así.
-Sin embargo, tanto en su libro como en sus escritos políticos, usted apunta que no es ése el rumbo que se está tomando. ¿Por qué?
-Existen varias interpretaciones del islam. Hasta fines de los años 70, en Egipto la visión de la religión era abierta, tolerante y liberal, y por eso El Cairo era una sociedad tan cosmopolita, con un componente considerable de armenios, judíos, italianos y demás. Era una visión del islam que reflejaba bien nuestro carácter nacional: habíamos tendido a ser abiertos durante siglos. Pero entonces hubo un punto de inflexión en nuestra historia: los precios del petróleo escalaron y le dieron a Arabia Saudita un poder sin precedente en la región. Tuvieron millones de dólares para exportar su visión wahabi del islam, que no podría haber sido más contraria a la nuestra. Es una visión cerrada, intolerante, que va en contra de las mujeres y que es muy agresiva no sólo con aquellos que no son musulmanes, sino con los musulmanes que no son wahabi. A esto se sumó que en los últimos 25 años algo así como un cuarto de la población egipcia viajó a Arabia Saudita para trabajar. En general, era gente pobre y sin educación, y trajeron de vuelta consigo la interpretación saudita del islam. Esto no podría haber sido un mejor regalo de Navidad para cualquier dictador, ya que en la interpretación wahabi no existen los derechos políticos y no hay derecho a rebelarse si quien detenta el poder es musulmán. La combinación de todos estos factores llevó a una erosión constante de la libertad, lo que es el centro de los problemas de la región.
-¿Qué opina sobre la integración de los musulmanes en Europa?
-Hay serios problemas, y ambas partes son responsables. Muchos musulmanes no hacen el esfuerzo de educarse e integrarse, pero, por otra parte, las sociedades quieren mantenerlos a prudente distancia, como se ve en las banlieues , en Francia. En Europa, muchas mezquitas son patrocinadas por los sauditas, y los gobiernos no se meten a ver qué tipo de religión se está enseñando allí, lo cual es muy peligroso. Respecto de puntos específicos, como el debate sobre el velo, creo que lo importante es que demuestra la dificultad que tiene Europa para aceptar la diversidad. Dicho esto, hay que aclarar que lo de llevar toda la cara tapada, y no sólo la cabeza, es wahabi, y que hay musulmanes que sostienen que el islam no les pide a las mujeres que usen velo.
-¿Y sobre la guerra en Irak?
-No creo que llevar la democracia a Medio Oriente necesariamente tenga que significar la muerte de tantos iraquíes y norteamericanos, y la destrucción de una antigua civilización. Se me ocurren muchas ideas mejores de hacerlo. La democracia tiene que surgir de adentro. No puede ser impuesta. Yo no creo en el choque de civilizaciones. Creo que, simplemente, por un lado está la gente común, que quiere vivir con dignidad, y por el otro están los fanáticos, los imperialistas, los que odian. Ahora, respecto de Irak, qué hacer es el problema de los norteamericanos. Uno no puede ir, destruir una casa, matar a parte de sus habitantes y luego marcharse. Los norteamericanos son los responsables de la situación actual y tienen que encontrarle una solución.
-Usted ha sostenido que existe un islam para los ricos y un islam para los pobres.
-Nosotros solíamos tener una de las interpretaciones más liberales del islam, y por eso Egipto fue primero en casi todo en el mundo musulmán. Tuvimos el primer Parlamento, la primera legisladora, la primera Constitución, el primer periódico libre, las primeras mujeres universitarias y en la administración pública... Pero también están los fanáticos. Y aquí entra la cuestión social. Los pobres son particularmente susceptibles de caer en el fanatismo como una forma de protesta. El Estado los trata de manera inhumana y no les da forma de canalizar su descontento. Entonces, la única forma de rebelarse es usando la religión. Eso es muy distinto de la persona que se acerca a Dios para agradecerle.
-En su libro, usted aborda la corrupción política, el fanatismo, la homosexualidad, temas que son considerados tabúes. ¿No tuvo miedo de posibles represalias?
-Mientras escribo no tengo miedo, y supongo que soy algo inconsciente, pero básicamente tuve que confiar en la tradición del respeto por la literatura que tiene Egipto desde hace 700 años. Los lectores no me decepcionaron. Este año publiqué un nuevo libro, Chicago , como siempre con escenas sexuales muy controvertidas, y se vendieron 25.000 ejemplares en un mes. Por supuesto que con ambos libros tuve cartas amenazantes, pero me di cuenta de que el ruido que hacen estos fanáticos es mayor que su existencia.
-¿Cree que la literatura puede contribuir a cambiar la situación política?
-La literatura muchas veces se anima a decir lo que nosotros no decimos, pero no creo que ayude en el corto plazo, como lo harían ensayos políticos o artículos periodísticos que fueran directo al grano. Lo que la literatura puede hacer es llegar a lo más íntimo de la persona, de tal manera que empiece a cuestionarse el mundo que la rodea. Una sociedad así se vuelve más participativa.
Por Juana Libedinsky
Elton John pidió "cerrar" Internet
El cantante británico acusa a la Web de destruir la industria musical y las relaciones interpersonales. "Salgamos a las calles, marchemos y hagamos protestas, en lugar de sentarnos en casa y meternos en los blogs", dijo. Llamó a suspender el servicio durante cinco años.
Elton John llamó a cerrar Internet, ya que –de acuerdo con el cantante- está destruyendo la industria musical y las relaciones interpersonales. Las críticas a la Web por parte del artista pop llegan luego de que su último disco, "The Captain & The Kid", vendiera sólo 100.000 copias, algo por lo que responsabilizó a las descargas de canciones online.
"Internet ha hecho que la gente deje de comunicarse y encontrarse, y evitó que se creen cosas. Los artistas se sientan en sus casas y crean sus propios discos, que algunas veces están bien, pero que no tienen una visión artística a largo plazo", destacó el cantante.
"Esperemos que el próximo movimiento en el mundo de la música tire abajo a Internet. Salgamos a las calles, marchemos, y hagamos protestas, en lugar de sentarnos en casa y meternos en los blogs", pidió. El músico sugirió "cerrar por cinco años Internet y ver qué tipo de arte se produce en ese período". "Hay demasiada tecnología disponible. Estoy seguro de que sin Internet, en términos de música, sería mucho más interesante que ahora", continuó.
El cantante, de 60 años, admitió que es un "tecnófobo" y que muchas veces siente que va "detrás de los tiempos modernos". "No tengo teléfono celular o iPod o nada que se le parezca. Cuando tengo que componer música, simplemente me siento frente al piano", comentó.
martes, julio 31, 2007
IBM y el futuro del transporte
Según un relevamiento realizado por IBM, se avecina una serie innovaciones que tienen el potencial de cambiar el modo en que las personas viajan en aviones, trenes y automóviles. Los detalles
"Nuestros automóviles serán capaces de detectar a otros y evitar situaciones peligrosas en el camino. El futuro es la conducción colaborativa. Los automóviles de un futuro cercano contarán con tecnologías para asistir a los conductores que harán posible que los automóviles se comporten como si tuvieran reflejos", indicó IBM.
Los vehículos intercambiarán información entre ellos y con la infraestructura del camino, tomarán acciones correctivas cuando sea apropiado y proporcionarán retroalimentación esencial a los conductores.
Por otra parte, los analistas de IBM determinaron que "los viajeros obtendrán notificaciones de demoras de trenes y autobuses vía teléfono celular". En un futuro cercano, mediante una nueva tecnología se llamará o enviará un mensaje de texto a los pasajeros sobre la llegada del próximo autobús o tren.
Esta innovación se incorporará a través de sensores, tecnología GPS y comunicaciones en el vehículo.
Los mismos sistemas permiten a las personas que programan los transportes efectuar correcciones de ruta en tiempo real, haciendo que la aglomeración de los caminos sea cosa del pasado.
Según IBM, "los conductores conversarán con sus vehículos. Los sistemas de reconocimiento de voz cada vez más sofisticados permitirán a los conductores obtener actualizaciones en tiempo real de vuelos, leer y responder a emails, obtener direcciones, evitar accidentes, reproducir DVDs o seleccionar música a través de comandos de voz sencillos".
Por otra parte, los sistemas de navegación y de entretenimiento de reconocimiento de voz "permitirán a los conductores ajustar la temperatura de la cabina o llamar a casa mientras mantienen sus manos en el volante y sus ojos en la carretera".
Los sistemas de tráfico inteligentes realizarán ajustes en tiempo real de los semáforos para aliviar los congestionamientos y limpiar las rutas para vehículos de emergencia.
Los analistas esperan "tener un aire más limpio y carreteras más seguras" en el futuro gracias a estas innovaciones.
Cambios en los aeropuertos
"Los viajeros obtendrán control sobre los cambios de ruta y recibirán un mejor manejo del equipaje perdido.
La ubicación de jets, tripulaciones y puertas de embarque en los aeropuertos será optimizada conforme un sistema inteligente "prevea" demoras y redirijan a los pasajeros antes de que queden atrapados en el aeropuerto.
"A los investigadores y estrategas del transporte de IBM les queda claro que la cura para los problemas del transporte no es el construir más carreteras o sumar más vuelos", afirmó George Pohle, vicepresidente de estrategia de IBM.
El hombre que se negó a odiar
Por Héctor D´ Amico
La mayor enseñanza que le dejaron a Nelson Mandela los veintisiete años que pasó en las cárceles del apartheid , custodiado por guardias que, al igual que los de Dachau o Auschwitz, se empecinaban en rebajar la identidad del prisionero hasta convertirla en un número -el suyo era el 46664-, es que no hay verbo más difícil de conjugar en política, sobre todo en el campo de los derechos humanos, que el verbo reconciliar.
Aprendida en circunstancias brutales, esta lección no sólo modificó la percepción que el propio Mandela tenía acerca de los abrumadores conflictos sociales de su país y de sus posibles soluciones, sino que, con el tiempo, dejó una huella profunda en la transformación contemporánea de Sudáfrica. Fue un cambio de mirada que modificó la historia de una nación.
Ocurrió a comienzos de la década del setenta, cuando el prisionero más famoso del siglo XX empezaba a ser considerado seriamente el hombre que podía liderar una estrategia de largo plazo para terminar con la dictadura de una minoría blanca, en un país donde más del noventa por ciento de los habitantes era, y sigue siendo, negro, mestizo o descendiente de indios y malayos.
Con humilde sabiduría, innato conocimiento de los mecanismos que mueven la historia, paciencia y un coraje sin límites para defender sus convicciones, Mandela ya ocupaba un lugar destacado, junto con Albert Luthuli, Oliver Tambo y Walter Sisulu, como uno de los líderes más carismáticos del Consejo Nacional Africano (CNA), principal alianza de oposición al gobierno. Condenado a prisión perpetua por organizar protestas callejeras en contra de la llamada ley del pase, que prohibía el desplazamiento de los habitantes negros desde zonas rurales a las ciudades, y en contra de la ley de nativos, que impedía que éstos compraran o alquilaran tierras que eran propiedad de los blancos, se convirtió ante el mundo en la cara visible del sometimiento de millones de africanos.
Mandela no consideró nunca el encierro como otro de los tantos castigos arbitrarios impuestos a un hombre negro para recordarle cuál era su lugar en el apartheid . Por el contrario, lo aceptó como un martirio que debía fortalecerlos a él y a su causa. En una reciente entrevista con la BBC, poco antes de cumplir 89 años, lo explicó de este modo: "No importa cómo me vean o me describan los otros, soy sólo un hombre común que tuvo que hacer cosas extraordinarias impulsado por situaciones extremas".
El entusiasmo pasajero que había sentido por los métodos violentos contra el gobierno, sobre todo después de la llamada masacre de Sharpville, en la que sesenta y ocho manifestantes que protestaban contra los pases obligatorios fueron muertos a tiros por la policía y otros ciento ochenta resultaron con graves heridas, dio lugar a un discurso reflexivo, conciliador, que muchos de sus compañeros de lucha en un primer momento no comprendieron, y otros tantos no estaban dispuestos a tolerar.
Su frase más resistida fue: "El enemigo no son los blancos, es el apartheid ". Albertina Sisula, una de las activistas más respetadas del CNA, especuló con la posibilidad de que Mandela hubiera perdido la razón debido a las condiciones inhumanas de su encierro y respondió: "Jamás podremos reconciliarnos con criminales que asesinaron a nuestros hijos, que torturaron y eliminaron a prisioneros en la cárcel".
La tensión racial, los sabotajes urbanos, los ataques nocturnos a los granjeros y a sus familias, los asesinatos y las violentas redadas de las fuerzas de seguridad, con detenciones clandestinas seguidas de tortura, crearon una atmósfera tan hostil que el gobierno, para poder describir la situación, tuvo que echar mano del vocabulario militar. La llamó "guerra civil de baja intensidad".
Una marcha de cuatro siglos
El calabozo de la isla Robben Island, de dos metros por cuatro, es ahora una especie de santuario de los derechos civiles por el que peregrinan multitudes de sudafricanos y turistas extranjeros que quieren saber más acerca del hombre que contribuyó a salvar a una sociedad del suicidio. Desde esa penumbra amurallada, Mandela predicó durante años el mensaje que tantos y por razones tan comprensibles consideraron un insulto.
¿Por qué las mayorías iban a optar por la resistencia pasiva y no la sangre, en un país de desigualdades extremas, pero a la vez dotado de enormes riquezas, en el cual la ley de unos pocos siempre fue la ley de los más, en donde holandeses y británicos impusieron la esclavitud durante siglos y en el que, todavía hoy, la mitad de la población no vive más de 39 años, el desempleo real supera el 40% y la mitad de las embarazadas es portadora de VIH?
El mayor legado que los compatriotas le reconocen hoy a Mandela, quien ganó el Premio Nobel de la Paz en 1993 y al año siguiente fue elegido presidente en las primeras elecciones libres celebradas en el país, pero al que muchos hoy llaman familiarmente mkhulu , "abuelo", no es sólo que guió la resistencia pacífica contra el apartheid , sino que tuvo la lucidez de ver antes que nadie cuál era el estrecho sendero que conducía a la democracia, serpenteando entre dos escenarios de catástrofe, una devastadora guerra racial y la perpetuación del dominio blanco.
Otro mérito no menor fue la valentía con la que introdujo ideas revulsivas para una sociedad cuyos bandos habían convivido demasiado tiempo con el desprecio por la vida y el pensamiento del otro.
"Es el miedo a las ideas del adversario lo que nos paraliza, no su poder", explicó en febrero de 1990 cuando el presidente Frederik de Clerk anunció su liberación después de que Mandela rechazara una y otra vez la posibilidad del exilio y el perdón que le ofrecía un gobierno peligrosamente debilitado. "Nuestro pueblo lleva demasiado tiempo muriendo innecesariamente -insistió-, si no somos capaces de frenar otra matanza, les aseguro que la única sangre que correrá será la del hombre negro."
Su primera aparición pública fue otra señal en la misma dirección. Aceptó estrechar la mano de Betsie, la viuda de Hendrik Verwoerd, el arquitecto del apartheid , y ser fotografiado con ella. Fue algo tan impensable como un saludo entre Churchill y Goering.
Para desmentir el temor del gobierno de que, una vez liberado, marcharía al frente de una multitud hacia Pretoria, la capital, con el fin de exigir por la fuerza el desmantelamiento del poder blanco, Mandela organizó otra visita de alto impacto político. Se reunió con el ex presidente Pik Botha, uno de los responsables de su largo encarcelamiento. Botha les comentó después a los periodistas que lo más llamativo del encuentro había sido que el visitante no había hecho la menor alusión a los casi treinta años que había estado en prisión.
Hay un lugar y un momento en Ciudad del Cabo en el que un ser humano logra, por fin, comprender la figura de Mandela en toda su dimensión.
El lugar es el Museo de Esclavos, un enorme edificio blanco, de estilo colonial holandés, enclavado en el centro histórico. Allí se vendieron y se compraron decenas de miles de esclavos, se separó a las madres de los hijos, a los esposos y a los hermanos, según el destino que les asignaba el nuevo dueño. En el patio principal del edificio, donde se hacían los remates, se exhiben ahora documentales y se teatraliza un horror de siglos. El público ocupa largos bancos de madera dispuestos en semicírculos. La mayoría, siempre, son negros, familias enteras, grupos de adolescentes, alumnos, ancianas con vestidos de colores fuertes. Los blancos son unos seis, tal vez ocho. En la penumbra, las miradas se cruzan. No son de reproche; en todo caso, de curiosidad. Pero hay blancos que sienten, tal vez por primera vez, el peso de la raza.
Es aventurado afirmar quiénes en esa sala le deben más a Mandela.
El hombre que se negó a odiar
Por Héctor D´ Amico
La mayor enseñanza que le dejaron a Nelson Mandela los veintisiete años que pasó en las cárceles del apartheid , custodiado por guardias que, al igual que los de Dachau o Auschwitz, se empecinaban en rebajar la identidad del prisionero hasta convertirla en un número -el suyo era el 46664-, es que no hay verbo más difícil de conjugar en política, sobre todo en el campo de los derechos humanos, que el verbo reconciliar.
Aprendida en circunstancias brutales, esta lección no sólo modificó la percepción que el propio Mandela tenía acerca de los abrumadores conflictos sociales de su país y de sus posibles soluciones, sino que, con el tiempo, dejó una huella profunda en la transformación contemporánea de Sudáfrica. Fue un cambio de mirada que modificó la historia de una nación.
Ocurrió a comienzos de la década del setenta, cuando el prisionero más famoso del siglo XX empezaba a ser considerado seriamente el hombre que podía liderar una estrategia de largo plazo para terminar con la dictadura de una minoría blanca, en un país donde más del noventa por ciento de los habitantes era, y sigue siendo, negro, mestizo o descendiente de indios y malayos.
Con humilde sabiduría, innato conocimiento de los mecanismos que mueven la historia, paciencia y un coraje sin límites para defender sus convicciones, Mandela ya ocupaba un lugar destacado, junto con Albert Luthuli, Oliver Tambo y Walter Sisulu, como uno de los líderes más carismáticos del Consejo Nacional Africano (CNA), principal alianza de oposición al gobierno. Condenado a prisión perpetua por organizar protestas callejeras en contra de la llamada ley del pase, que prohibía el desplazamiento de los habitantes negros desde zonas rurales a las ciudades, y en contra de la ley de nativos, que impedía que éstos compraran o alquilaran tierras que eran propiedad de los blancos, se convirtió ante el mundo en la cara visible del sometimiento de millones de africanos.
Mandela no consideró nunca el encierro como otro de los tantos castigos arbitrarios impuestos a un hombre negro para recordarle cuál era su lugar en el apartheid . Por el contrario, lo aceptó como un martirio que debía fortalecerlos a él y a su causa. En una reciente entrevista con la BBC, poco antes de cumplir 89 años, lo explicó de este modo: "No importa cómo me vean o me describan los otros, soy sólo un hombre común que tuvo que hacer cosas extraordinarias impulsado por situaciones extremas".
El entusiasmo pasajero que había sentido por los métodos violentos contra el gobierno, sobre todo después de la llamada masacre de Sharpville, en la que sesenta y ocho manifestantes que protestaban contra los pases obligatorios fueron muertos a tiros por la policía y otros ciento ochenta resultaron con graves heridas, dio lugar a un discurso reflexivo, conciliador, que muchos de sus compañeros de lucha en un primer momento no comprendieron, y otros tantos no estaban dispuestos a tolerar.
Su frase más resistida fue: "El enemigo no son los blancos, es el apartheid ". Albertina Sisula, una de las activistas más respetadas del CNA, especuló con la posibilidad de que Mandela hubiera perdido la razón debido a las condiciones inhumanas de su encierro y respondió: "Jamás podremos reconciliarnos con criminales que asesinaron a nuestros hijos, que torturaron y eliminaron a prisioneros en la cárcel".
La tensión racial, los sabotajes urbanos, los ataques nocturnos a los granjeros y a sus familias, los asesinatos y las violentas redadas de las fuerzas de seguridad, con detenciones clandestinas seguidas de tortura, crearon una atmósfera tan hostil que el gobierno, para poder describir la situación, tuvo que echar mano del vocabulario militar. La llamó "guerra civil de baja intensidad".
Una marcha de cuatro siglos
El calabozo de la isla Robben Island, de dos metros por cuatro, es ahora una especie de santuario de los derechos civiles por el que peregrinan multitudes de sudafricanos y turistas extranjeros que quieren saber más acerca del hombre que contribuyó a salvar a una sociedad del suicidio. Desde esa penumbra amurallada, Mandela predicó durante años el mensaje que tantos y por razones tan comprensibles consideraron un insulto.
¿Por qué las mayorías iban a optar por la resistencia pasiva y no la sangre, en un país de desigualdades extremas, pero a la vez dotado de enormes riquezas, en el cual la ley de unos pocos siempre fue la ley de los más, en donde holandeses y británicos impusieron la esclavitud durante siglos y en el que, todavía hoy, la mitad de la población no vive más de 39 años, el desempleo real supera el 40% y la mitad de las embarazadas es portadora de VIH?
El mayor legado que los compatriotas le reconocen hoy a Mandela, quien ganó el Premio Nobel de la Paz en 1993 y al año siguiente fue elegido presidente en las primeras elecciones libres celebradas en el país, pero al que muchos hoy llaman familiarmente mkhulu , "abuelo", no es sólo que guió la resistencia pacífica contra el apartheid , sino que tuvo la lucidez de ver antes que nadie cuál era el estrecho sendero que conducía a la democracia, serpenteando entre dos escenarios de catástrofe, una devastadora guerra racial y la perpetuación del dominio blanco.
Otro mérito no menor fue la valentía con la que introdujo ideas revulsivas para una sociedad cuyos bandos habían convivido demasiado tiempo con el desprecio por la vida y el pensamiento del otro.
"Es el miedo a las ideas del adversario lo que nos paraliza, no su poder", explicó en febrero de 1990 cuando el presidente Frederik de Clerk anunció su liberación después de que Mandela rechazara una y otra vez la posibilidad del exilio y el perdón que le ofrecía un gobierno peligrosamente debilitado. "Nuestro pueblo lleva demasiado tiempo muriendo innecesariamente -insistió-, si no somos capaces de frenar otra matanza, les aseguro que la única sangre que correrá será la del hombre negro."
Su primera aparición pública fue otra señal en la misma dirección. Aceptó estrechar la mano de Betsie, la viuda de Hendrik Verwoerd, el arquitecto del apartheid , y ser fotografiado con ella. Fue algo tan impensable como un saludo entre Churchill y Goering.
Para desmentir el temor del gobierno de que, una vez liberado, marcharía al frente de una multitud hacia Pretoria, la capital, con el fin de exigir por la fuerza el desmantelamiento del poder blanco, Mandela organizó otra visita de alto impacto político. Se reunió con el ex presidente Pik Botha, uno de los responsables de su largo encarcelamiento. Botha les comentó después a los periodistas que lo más llamativo del encuentro había sido que el visitante no había hecho la menor alusión a los casi treinta años que había estado en prisión.
Hay un lugar y un momento en Ciudad del Cabo en el que un ser humano logra, por fin, comprender la figura de Mandela en toda su dimensión.
El lugar es el Museo de Esclavos, un enorme edificio blanco, de estilo colonial holandés, enclavado en el centro histórico. Allí se vendieron y se compraron decenas de miles de esclavos, se separó a las madres de los hijos, a los esposos y a los hermanos, según el destino que les asignaba el nuevo dueño. En el patio principal del edificio, donde se hacían los remates, se exhiben ahora documentales y se teatraliza un horror de siglos. El público ocupa largos bancos de madera dispuestos en semicírculos. La mayoría, siempre, son negros, familias enteras, grupos de adolescentes, alumnos, ancianas con vestidos de colores fuertes. Los blancos son unos seis, tal vez ocho. En la penumbra, las miradas se cruzan. No son de reproche; en todo caso, de curiosidad. Pero hay blancos que sienten, tal vez por primera vez, el peso de la raza.
Es aventurado afirmar quiénes en esa sala le deben más a Mandela.
lunes, julio 30, 2007
Una vieja pero eficaz vía para otro tipo de liderazgo
Por Anthony Giddens
El largo adiós ya terminó, y Gran Bretaña cuenta con un nuevo primer ministro. Tony Blair se ha ido. ¿Desaparecerá con él la filosofía política que lo caracterizó, la tercera vía?
La tercera vía es una etiqueta que designa la necesidad de poner al día el pensamiento de centroizquierda dadas las grandes transformaciones que experimenta el mundo y, sobre todo, la influencia de la globalización, la interdependencia creciente de la economía mundial.
La primera vía es la izquierda socialdemócrata tradicional, que dominó las ideas y las prácticas políticas en el primer período de posguerra. Sus bases son la economía keynesiana y la noción de que el Estado debe sustituir al mercado en áreas fundamentales de la vida económica. Esta perspectiva fracasó a medida que la economía se globalizó y empezó a reconocerse que el Estado, muchas veces, es ineficaz y burocrático.
La segunda vía es el thatcherismo o fundamentalismo del mercado: la convicción de que es preciso extender al máximo el ámbito del mercado, porque éste es quien distribuye los recursos de forma más racional y eficiente. El thatcherismo produjo algunas innovaciones importantes y fue relevante a la hora de restablecer la competitividad británica. Pero murió de muerte natural, cuando se hicieron visibles sus limitaciones.
Durante los años de Thatcher, la pobreza y las desigualdades aumentaron más en el Reino Unido que en prácticamente cualquier otro país desarrollado. Era, pues, absolutamente necesario buscar una tercera alternativa, una estrategia política que tratase de conciliar la competitividad económica con la protección social y la lucha contra la pobreza.
Algunos consideraron que la tercera vía era un nombre para los titulares, un truco de relaciones públicas, un punto de vista político vacío de contenido. Esta opinión está muy equivocada. El laborismo ganó tres elecciones sucesivas por primera vez en su historia, y muy bien podría ganar la cuarta, precisamente porque la tercera vía está llena de contenido. Seguramente, Gordon Brown no utilizará el término, y yo mismo he dejado de usarlo por todo lo que se ha malinterpretado. Pero Brown no va a volver al viejo laborismo.
Brown seguirá recurriendo a la tercera vía, como, en la práctica, lo hacen hoy todos los líderes de centroizquierda del mundo a los que les va bien. Eso no significa que no vaya a buscar nuevas estrategias y hacer cambios. No tiene más remedio.
Como dijo él mismo, "se han cometido errores"; no sólo uno catastrófico en política exterior, sino también muchos en los asuntos nacionales. Por ejemplo, el laborismo no ha actuado suficientemente contra las desigualdades. Pero no abandonará las ideas centrales que han transformado el rostro político del país.
Todo es posible
El pesimismo que era tan visible en las filas laboristas hace unos meses se ha evaporado. De pronto, con un nuevo primer ministro, todo vuelve a parecer posible. Mientras tanto, los conservadores, que hace poco parecían acumular una ventaja amplia y sostenida en los sondeos, parecen vulnerables y sin rumbo. ¿Por qué?
Una explicación podría ser el previsible efecto Brown, un cambio meramente temporal de opinión debido a toda la atención que ha suscitado el traspaso de poderes en el gobierno. Quizá Brown no aguante bien la transición al cargo de primer ministro.
En otros países hubo casos de políticos que habían tenido éxito como ministros de Economía y, sin embargo, fracasaron al hacerse cargo del mando supremo.
Ahora bien, David Cameron [líder de los conservadores] haría mal en fiarse de esa posibilidad. Brown es un político excepcional. En encanto y atractivo personal no es Blair, pero, a estas alturas, es posible que los electores prefieran otro estilo de liderazgo, y Brown podría ser la persona adecuada para proporcionarlo.
Lo que tienen que hacer los conservadores es revisar seriamente su estrategia. Cameron ha sido una inyección de aire fresco en el partido. Muchos de los cambios que ha hecho eran necesarios. El thatcherismo está muerto; Blair venció a cuatro rivales conservadores que se empeñaron en seguir siendo thatcheristas.
Pero Cameron parece haber creído que el nuevo laborismo triunfó porque supo manipular la opinión pública, que todo su fundamento eran las relaciones públicas. Es una idea muy extendida, pero está equivocada. Desde el principio, la base del nuevo laborismo fue una agenda política detallada y sólida, que se basaba en un análisis serio y minucioso del mundo en transformación.
Bases intelectuales
No veo un análisis similar en los discursos de Cameron. Cualquier gran transformación en política tiene bases intelectuales. Por ejemplo, el thatcherismo se construyó a partir de importantes revisiones de la teoría económica. Se desecharon las ideas keynesianas y se dijo que el Estado de bienestar estaba creando unos ciudadanos pasivos y dependientes. Cameron necesita una contribución intelectual más seria y constante a sus ideas.
Es fácil ver los defectos que tiene un concepto de los conservadores, la responsabilidad social, a la que Cameron da tanta importancia. Pretende que este concepto sea la línea de separación entre conservadores y laboristas. Brown, afirma Cameron, cree en el gobierno desde arriba y en el gran Estado, mientras que los conservadores quieren transferir el poder a la gente de la calle. Es muy posible que Brown eche por tierra las expectativas y se dedique, él mismo, a promover una transferencia radical de poderes. Ya ha dado señales de ello.
Lord Anthony Giddens
El largo adiós ya terminó, y Gran Bretaña cuenta con un nuevo primer ministro. Tony Blair se ha ido. ¿Desaparecerá con él la filosofía política que lo caracterizó, la tercera vía?
La tercera vía es una etiqueta que designa la necesidad de poner al día el pensamiento de centroizquierda dadas las grandes transformaciones que experimenta el mundo y, sobre todo, la influencia de la globalización, la interdependencia creciente de la economía mundial.
La primera vía es la izquierda socialdemócrata tradicional, que dominó las ideas y las prácticas políticas en el primer período de posguerra. Sus bases son la economía keynesiana y la noción de que el Estado debe sustituir al mercado en áreas fundamentales de la vida económica. Esta perspectiva fracasó a medida que la economía se globalizó y empezó a reconocerse que el Estado, muchas veces, es ineficaz y burocrático.
La segunda vía es el thatcherismo o fundamentalismo del mercado: la convicción de que es preciso extender al máximo el ámbito del mercado, porque éste es quien distribuye los recursos de forma más racional y eficiente. El thatcherismo produjo algunas innovaciones importantes y fue relevante a la hora de restablecer la competitividad británica. Pero murió de muerte natural, cuando se hicieron visibles sus limitaciones.
Durante los años de Thatcher, la pobreza y las desigualdades aumentaron más en el Reino Unido que en prácticamente cualquier otro país desarrollado. Era, pues, absolutamente necesario buscar una tercera alternativa, una estrategia política que tratase de conciliar la competitividad económica con la protección social y la lucha contra la pobreza.
Algunos consideraron que la tercera vía era un nombre para los titulares, un truco de relaciones públicas, un punto de vista político vacío de contenido. Esta opinión está muy equivocada. El laborismo ganó tres elecciones sucesivas por primera vez en su historia, y muy bien podría ganar la cuarta, precisamente porque la tercera vía está llena de contenido. Seguramente, Gordon Brown no utilizará el término, y yo mismo he dejado de usarlo por todo lo que se ha malinterpretado. Pero Brown no va a volver al viejo laborismo.
Brown seguirá recurriendo a la tercera vía, como, en la práctica, lo hacen hoy todos los líderes de centroizquierda del mundo a los que les va bien. Eso no significa que no vaya a buscar nuevas estrategias y hacer cambios. No tiene más remedio.
Como dijo él mismo, "se han cometido errores"; no sólo uno catastrófico en política exterior, sino también muchos en los asuntos nacionales. Por ejemplo, el laborismo no ha actuado suficientemente contra las desigualdades. Pero no abandonará las ideas centrales que han transformado el rostro político del país.
Todo es posible
El pesimismo que era tan visible en las filas laboristas hace unos meses se ha evaporado. De pronto, con un nuevo primer ministro, todo vuelve a parecer posible. Mientras tanto, los conservadores, que hace poco parecían acumular una ventaja amplia y sostenida en los sondeos, parecen vulnerables y sin rumbo. ¿Por qué?
Una explicación podría ser el previsible efecto Brown, un cambio meramente temporal de opinión debido a toda la atención que ha suscitado el traspaso de poderes en el gobierno. Quizá Brown no aguante bien la transición al cargo de primer ministro.
En otros países hubo casos de políticos que habían tenido éxito como ministros de Economía y, sin embargo, fracasaron al hacerse cargo del mando supremo.
Ahora bien, David Cameron [líder de los conservadores] haría mal en fiarse de esa posibilidad. Brown es un político excepcional. En encanto y atractivo personal no es Blair, pero, a estas alturas, es posible que los electores prefieran otro estilo de liderazgo, y Brown podría ser la persona adecuada para proporcionarlo.
Lo que tienen que hacer los conservadores es revisar seriamente su estrategia. Cameron ha sido una inyección de aire fresco en el partido. Muchos de los cambios que ha hecho eran necesarios. El thatcherismo está muerto; Blair venció a cuatro rivales conservadores que se empeñaron en seguir siendo thatcheristas.
Pero Cameron parece haber creído que el nuevo laborismo triunfó porque supo manipular la opinión pública, que todo su fundamento eran las relaciones públicas. Es una idea muy extendida, pero está equivocada. Desde el principio, la base del nuevo laborismo fue una agenda política detallada y sólida, que se basaba en un análisis serio y minucioso del mundo en transformación.
Bases intelectuales
No veo un análisis similar en los discursos de Cameron. Cualquier gran transformación en política tiene bases intelectuales. Por ejemplo, el thatcherismo se construyó a partir de importantes revisiones de la teoría económica. Se desecharon las ideas keynesianas y se dijo que el Estado de bienestar estaba creando unos ciudadanos pasivos y dependientes. Cameron necesita una contribución intelectual más seria y constante a sus ideas.
Es fácil ver los defectos que tiene un concepto de los conservadores, la responsabilidad social, a la que Cameron da tanta importancia. Pretende que este concepto sea la línea de separación entre conservadores y laboristas. Brown, afirma Cameron, cree en el gobierno desde arriba y en el gran Estado, mientras que los conservadores quieren transferir el poder a la gente de la calle. Es muy posible que Brown eche por tierra las expectativas y se dedique, él mismo, a promover una transferencia radical de poderes. Ya ha dado señales de ello.
Lord Anthony Giddens
"Si frena os matáis los dos"
En el anuncio de televisión, mientras se ve como un vehículo circula muy pegado al que le precede, se dice:
- "¿Por qué te pegas a ese coche?
- Para acosar, para meterle miedo.
- Crees que la carretera es tuya.
- Te sientes poderoso y él asustado, pero si frena os matáis los dos.- Acuérdate de esto cada vez que te pegues al de delante.
- Elige tu razón para respetar la distancia de seguridad".
A más velocidad, mayor distancia
Tráfico recuerda que el primer efecto de la velocidad sobre la conducción es el aumento de la distancia de detención: a mayor velocidad más espacio se recorre antes de poder detener completamente el vehículo.
La distancia de detención, por lo tanto, está en función de la velocidad a que se circule, así, se necesitarán 44 metros cuando se circula a 80 kilómetros por hora, 70 metros a 100 y 103 metros circulando a 120.
En general, puede servir la norma de mantener una distancia de tres segundos: circulando a 120 kilómetros por hora, un vehículo recorrerá en 3 segundos una distancia de algo más de 100 metros, la equivalente a la longitud de un campo de fútbol, y por lo tanto esa podría ser la referencia para calcular la distancia de seguridad necesaria.
- "¿Por qué te pegas a ese coche?
- Para acosar, para meterle miedo.
- Crees que la carretera es tuya.
- Te sientes poderoso y él asustado, pero si frena os matáis los dos.- Acuérdate de esto cada vez que te pegues al de delante.
- Elige tu razón para respetar la distancia de seguridad".
A más velocidad, mayor distancia
Tráfico recuerda que el primer efecto de la velocidad sobre la conducción es el aumento de la distancia de detención: a mayor velocidad más espacio se recorre antes de poder detener completamente el vehículo.
La distancia de detención, por lo tanto, está en función de la velocidad a que se circule, así, se necesitarán 44 metros cuando se circula a 80 kilómetros por hora, 70 metros a 100 y 103 metros circulando a 120.
En general, puede servir la norma de mantener una distancia de tres segundos: circulando a 120 kilómetros por hora, un vehículo recorrerá en 3 segundos una distancia de algo más de 100 metros, la equivalente a la longitud de un campo de fútbol, y por lo tanto esa podría ser la referencia para calcular la distancia de seguridad necesaria.
"Si frena os matáis los dos"
En el anuncio de televisión, mientras se ve como un vehículo circula muy pegado al que le precede, se dice:
- "¿Por qué te pegas a ese coche?
- Para acosar, para meterle miedo.
- Crees que la carretera es tuya.
- Te sientes poderoso y él asustado, pero si frena os matáis los dos.- Acuérdate de esto cada vez que te pegues al de delante.
- Elige tu razón para respetar la distancia de seguridad".
A más velocidad, mayor distancia
Tráfico recuerda que el primer efecto de la velocidad sobre la conducción es el aumento de la distancia de detención: a mayor velocidad más espacio se recorre antes de poder detener completamente el vehículo.
La distancia de detención, por lo tanto, está en función de la velocidad a que se circule, así, se necesitarán 44 metros cuando se circula a 80 kilómetros por hora, 70 metros a 100 y 103 metros circulando a 120.
En general, puede servir la norma de mantener una distancia de tres segundos: circulando a 120 kilómetros por hora, un vehículo recorrerá en 3 segundos una distancia de algo más de 100 metros, la equivalente a la longitud de un campo de fútbol, y por lo tanto esa podría ser la referencia para calcular la distancia de seguridad necesaria.
- "¿Por qué te pegas a ese coche?
- Para acosar, para meterle miedo.
- Crees que la carretera es tuya.
- Te sientes poderoso y él asustado, pero si frena os matáis los dos.- Acuérdate de esto cada vez que te pegues al de delante.
- Elige tu razón para respetar la distancia de seguridad".
A más velocidad, mayor distancia
Tráfico recuerda que el primer efecto de la velocidad sobre la conducción es el aumento de la distancia de detención: a mayor velocidad más espacio se recorre antes de poder detener completamente el vehículo.
La distancia de detención, por lo tanto, está en función de la velocidad a que se circule, así, se necesitarán 44 metros cuando se circula a 80 kilómetros por hora, 70 metros a 100 y 103 metros circulando a 120.
En general, puede servir la norma de mantener una distancia de tres segundos: circulando a 120 kilómetros por hora, un vehículo recorrerá en 3 segundos una distancia de algo más de 100 metros, la equivalente a la longitud de un campo de fútbol, y por lo tanto esa podría ser la referencia para calcular la distancia de seguridad necesaria.
Los autos, los nuevos enemigos de los Franceses
Ahora que Michael Moore ha roto un tabú al usar a Francia como modelo de un sistema nacional de salud, tal vez convenga señalar otras cosas que Francia hace bien sin correr el riesgo de sufrir una andanada de chistes sobre este país. Por ejemplo, la manera en que París intenta controlar el tráfico y la polución causada por los automóviles.
Lo que París ha logrado es convertir en una pesadilla andar en auto y muy sencillo usar el transporte público o la bicicleta. Cualquier turista que intente circunnavegar en un auto el Arco de Triunfo seguramente nunca más volverá a conducir en París.
Sin embargo, hay muchos parisienses locos que lo hacen todo el tiempo... demasiados, en realidad. Entonces, el alcalde Bertrand Delanöe, un socialista, prometió en el momento de asumir su cargo, en 2001, reducir el tráfico de autos en un 40% para el año 2020.
Y lo dijo en serio. Vivo cerca del bulevar Saint Michel y hace dos años el municipio puso una franja divisoria de cemento entre el carril exclusivo para ómnibus y los de los autos, reduciendo la circulación de los autos privados de dos carriles a uno solo. Los taxis y las bicis circulan por los carriles de ómnibus.
Al mismo tiempo, cada parada de ómnibus fue equipada con una pantalla que anuncia a los usuarios cuánto tiempo tendrán que esperar el próximo. Durante la hora pico, cuando los autos inmovilizan las calles, no hay nada que iguale la satisfacción de pasar rápidamente junto a ellos montado en un micro.
Las rutas de los ómnibus llegan a los rincones más recónditos de París. También está el subte, y especialmente la gran Línea 1, que corre sobre neumáticos bajo los Campos Elíseos y más allá.
Además, hay un ingenioso tranvía nuevo, que corre a lo largo del límite sur de la ciudad, y varias líneas de trenes suburbanos que pueden usarse como transporte rápido dentro de la ciudad.
En suma, el transporte público lo llevará adonde usted quiera, y puede usarlo todo lo que necesite por medio de una tarjeta electrónica que se paga por semana o por mes (53,50 euros para París y los alrededores). Para todo lo demás, hay taxis que pueden llamarse por teléfono.
Lección para los alcaldes e intendentes de las grandes ciudades: si va a reducir los autos, primero dedíquese a acicalar y mejorar el transporte público.
El último frente que el alcalde Delanöe ha usado para la campaña antiautos son las bicicletas. Hace dos semanas, más de 10.000 sólidas bicicletas, pintadas de gris, se ofrecieron en alquiler en 750 locaciones de autoservicio distribuidas en todo París. El precio es modesto y las bicis pueden dejarse en cualquier estacionamiento público. Se supone que el número de bicicletas disponibles se duplicará para fin de año.
Lección para las grandes ciudades: ha llegado el momento de llevar a la práctica esta idea.
Cuestión de costos
Finalmente, una palabra acerca de los autos. En las ciudades estadounidenses, la palabra es "grande", y la justificación que se da usualmente es que los robustos estadounidenses necesitan autos robustos.
Los parisienses, en cambio, compran mayoritariamente autos pequeños. Y no porque la gente sea pequeña, sino porque el combustible es carísimo. La nafta cuesta el doble que en Nueva York.
Pero el precio del combustible diésel es mucho más bajo. De manera que en París la gente compra autos diésel pequeños no porque los franceses sean virtuosos (ése es otro tema), sino por sentido común en el plano económico.
Muchos de esos autos pequeños tienen lugar de sobra para gente de talle especial, y sin problema alcanzan (¡o exceden!) el límite de velocidad de 130 km por hora que rige en las autopistas nacionales.
Lección para el próximo presidente de Estados Unidos: subir los impuestos sobre la nafta. Mucho. Mientras tanto, hay una lección que París puede aprender de Nueva York: saquen todos esos excrementos de perro de las veredas.
Por Serge Schmemann
Del International Herald Tribune
Lo que París ha logrado es convertir en una pesadilla andar en auto y muy sencillo usar el transporte público o la bicicleta. Cualquier turista que intente circunnavegar en un auto el Arco de Triunfo seguramente nunca más volverá a conducir en París.
Sin embargo, hay muchos parisienses locos que lo hacen todo el tiempo... demasiados, en realidad. Entonces, el alcalde Bertrand Delanöe, un socialista, prometió en el momento de asumir su cargo, en 2001, reducir el tráfico de autos en un 40% para el año 2020.
Y lo dijo en serio. Vivo cerca del bulevar Saint Michel y hace dos años el municipio puso una franja divisoria de cemento entre el carril exclusivo para ómnibus y los de los autos, reduciendo la circulación de los autos privados de dos carriles a uno solo. Los taxis y las bicis circulan por los carriles de ómnibus.
Al mismo tiempo, cada parada de ómnibus fue equipada con una pantalla que anuncia a los usuarios cuánto tiempo tendrán que esperar el próximo. Durante la hora pico, cuando los autos inmovilizan las calles, no hay nada que iguale la satisfacción de pasar rápidamente junto a ellos montado en un micro.
Las rutas de los ómnibus llegan a los rincones más recónditos de París. También está el subte, y especialmente la gran Línea 1, que corre sobre neumáticos bajo los Campos Elíseos y más allá.
Además, hay un ingenioso tranvía nuevo, que corre a lo largo del límite sur de la ciudad, y varias líneas de trenes suburbanos que pueden usarse como transporte rápido dentro de la ciudad.
En suma, el transporte público lo llevará adonde usted quiera, y puede usarlo todo lo que necesite por medio de una tarjeta electrónica que se paga por semana o por mes (53,50 euros para París y los alrededores). Para todo lo demás, hay taxis que pueden llamarse por teléfono.
Lección para los alcaldes e intendentes de las grandes ciudades: si va a reducir los autos, primero dedíquese a acicalar y mejorar el transporte público.
El último frente que el alcalde Delanöe ha usado para la campaña antiautos son las bicicletas. Hace dos semanas, más de 10.000 sólidas bicicletas, pintadas de gris, se ofrecieron en alquiler en 750 locaciones de autoservicio distribuidas en todo París. El precio es modesto y las bicis pueden dejarse en cualquier estacionamiento público. Se supone que el número de bicicletas disponibles se duplicará para fin de año.
Lección para las grandes ciudades: ha llegado el momento de llevar a la práctica esta idea.
Cuestión de costos
Finalmente, una palabra acerca de los autos. En las ciudades estadounidenses, la palabra es "grande", y la justificación que se da usualmente es que los robustos estadounidenses necesitan autos robustos.
Los parisienses, en cambio, compran mayoritariamente autos pequeños. Y no porque la gente sea pequeña, sino porque el combustible es carísimo. La nafta cuesta el doble que en Nueva York.
Pero el precio del combustible diésel es mucho más bajo. De manera que en París la gente compra autos diésel pequeños no porque los franceses sean virtuosos (ése es otro tema), sino por sentido común en el plano económico.
Muchos de esos autos pequeños tienen lugar de sobra para gente de talle especial, y sin problema alcanzan (¡o exceden!) el límite de velocidad de 130 km por hora que rige en las autopistas nacionales.
Lección para el próximo presidente de Estados Unidos: subir los impuestos sobre la nafta. Mucho. Mientras tanto, hay una lección que París puede aprender de Nueva York: saquen todos esos excrementos de perro de las veredas.
Por Serge Schmemann
Del International Herald Tribune
jueves, julio 26, 2007
Cecilia Sarkozy y la diplomacia 'free lance'
La actuación de la primera dama gala cosecha elogios y críticas. algunas voces hablan del éxito de 'la diplomacia familiar' otros como Daniel Cohn Bendit les recomienda, a los Sarkozy, hacer terapia de pareja.
Con expresiones como 'diplomacia familiar' o 'diplomacia en pareja', la prensa francesa destaca hoy el surgimiento de una nueva forma de hacer diplomacia, personificada en Cecilia Sarkozy, esposa del presidente Nicolas Sarkozy, por su importante papel en liberación de las cinco enfermeras búlgaras y un médico de origen palestino condenados en Libia.
En Francia, 'ya se conocía la diplomacia oficiosa, a menudo más eficaz que los canales oficiales', pero tras la implicación de la primera dama en la crisis de los profesionales de la salud búlgaros --que permanecieron hasta ayer encarcelados en Libia ocho años y medio bajo la acusación de haber infectado con el virus del sida a más de 400 niños libios-- 'se revela una diplomacia familiar inédita', se lee en el diario 'Liberation', en la vereda de enfrente del gobierno.
La UE irritada
Estas iniciativas también han comenzado a crear irritación en Francia y en esferas diplomáticas europeas.
"Sarkozy adopta la estrategia del cucú, ese pájaro que pone sus huevos en el nido de otros", ironizó el ex ministro socialista Pierre Moscovici. "Es política-espectáculo, show. Se trata de recuperar lo que ya hicieron los demás", agregó.
Es que ahora la oposición socialista, los dirigentes europeos y hasta su propio cuerpo diplomático le reprochan a Sarkozy haber enviado a Libia a su esposa, Cecilia, en calidad de emisaria personal cuando, en realidad, todo estaba listo para el intercambio gracias a las arduas negociaciones pacientemente coordinadas por la UE desde 2004.
Esa iniciativa diplomática, que comenzó en secreto, provocó una ola de sorda indignación.
La UE se enteró del primer viaje de Cecilia el 12 de julio, cuando la esposa del mandatario francés ya había aterrizado en Libia. El malestar fue tan grande que, la semana pasada, la comisaria europea de Relaciones Exteriores, Benita Ferrero-Waldner, visitó a Sarkozy en París para advertirle, en términos bastante enérgicos, sobre los peligros de una diplomacia "free-lance" y de una negociación extraoficial con el coronel libio Muammar Khadafy. La advertencia dio sus frutos y, cuando Cecilia llegó por segunda vez a Trípoli, el domingo pasado, lo hizo acompañada por Ferrero-Waldner.
La intervención de Cecilia, organizada exclusivamente desde el Palacio del Elíseo, también puso en una delicada situación al canciller francés Bernard Kouchner y a sus diplomáticos. El ministro, marginado de las conversaciones, preguntó varias veces a la comisaria europea sobre el tenor de su conversación con Sarkozy en París.
En todo caso, los funcionarios europeos y franceses, como la prensa, coinciden en calificar de "peligroso" este nuevo estilo diplomático de Sarkozy. "¿Para qué sirven el ministro de Relaciones Exteriores y la secretaria de Estado de Derechos Humanos, Rama Yade, si fueron despojados de sus competencias constitucionales en beneficio de la mujer del presidente?", señaló el diputado socialista Arnaud de Montebourg.
"¿Por qué la señora Sarkozy está en este momento en Libia?", cuestionó la vocera de la presidencia de Portugal, país que ejerce este semestre la presidencia rotativa de la UE. "El gobierno portugués ha actuado con Libia por canales institucionales. La mujer del presidente francés no es exactamente una institución", subrayó.
Ex modelo, de 49 años, madre de tres hijos, Cecilia Sarkozy aseguró antes de la elección presidencial en Francia que no se veía para nada como primera dama: "Me aburre", precisó.
Le Monde y La Tribune critican
Menos aprobatorias son las reflexiones del diario económico galo 'La Tribune', al que preocupa el 'precio' de la liberación en sus páginas de opinión. 'La concomitancia entre el feliz desenlace y el anuncio de un acuerdo de cooperación económica entre Libia y la Unión Europea roza la indecencia y el cinismo', además de dar lugar a las 'sospechas', se lee en el editorial del rotativo.
'Sería anormal y amoral que alguien sacara provecho económico de este desafortunado caso', añade 'La Tribune', que no duda en poner en entredicho 'el pragmatismo' del jefe de Estado galo al que opone un periodo de 'latencia' en las relaciones con Libia.
En su edición de ayer, con fecha de hoy, el diario vespertino 'Le Monde' orientaba las críticas de su editorial --titulado 'Final feliz en Libia'--, en 'las dudas semánticas de las autoridades francesas para calificar la intervención de Cecilia Sarkozy'. Según este diario, estas dudas, 'dan una idea de la dificultad de la iniciativa del jefe de Estado galo.
Como constata 'Le Monde', las autoridades galas, dijeron que la primera dama intervino 'como madre y mujer', como 'emisaria' o 'símbolo de la inquietud humanitaria europea' e, incluso, de 'intermediaria' de su marido. El editorial del periódico vespertino señala que el presidente 'Sarkozy ha animado a su esposa a inventarse un papel' en la Presidencia; un papel 'que será útil clarificar'.
Sarko se defiende
Para el Elíseo, la críticas son injustas y demuestran un real desconocimiento de la complicación del caso. Fuentes allegadas a la pareja Sarkozy señalan que la atractiva Cecilia fue un elemento fundamental en la estrategia de acercamiento con el coronel Khadafy, extremadamente sensible a la belleza femenina.
"El presidente libio no recibía a los ministros, no recibía a los comisarios europeos Era imprescindible una relación directa entre el presidente francés y Khadafy, y esa relación se estableció a través de la presencia de la esposa del jefe del Estado", reconoció el primer ministro francés, François Fillon, que también permaneció al margen de toda la operación.
Durante y después de su aventura en Libia, Cecilia ha mantenido un estricto silencio, dando lugar a las más insólitas especulaciones.
"Sarkozy quiso sólo encontrarle a Cecilia una razón para existir. Lo que estamos viendo es una terapia de pareja", ironizó el diputado verde europeo Daniel Cohn-Bendit.
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