jueves, diciembre 13, 2007

Venezuela y Colombia un divorcio muy particular

Las relaciones entre Caracas y Bogotá han sido tensas desde la investidura del presidente Hugo Chávez, cuyas ideas políticas chocan inevitablemente con las de su homólogo Álvaro Uribe. A pesar de todo, si bien se han producido roces de vez en cuando, las relaciones siempre han sido continuas hasta hace unos pocos días, cuando el Palacio Miraflores anunció su congelación.


Las FARC

El grupo paramilitar de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas) ha sido siempre un punto de discordia entre los dos Ejecutivos, desde el final del mandato de ex jefe de Estado, André Pastrana. Uribe, de hecho, nunca ha ocultado sus sospechas de que muchos componentes del grupo revolucionario encontrasen refugio en la vecina Venezuela, contando con la aprobación tácita del presidente Chávez y utilizando esta complicidad para, desde allí, organizar ataques contra su país. Confirmando estas declaraciones, a mitad de diciembre de 2005, las Fuerzas Armadas de Bogotá realizaron una incursión más allá de sus fronteras, capturando a Rodrigro Granda, un miembro relevante de las FARC. Esta acción, sin embargo, despertó vehementes protestas por parte de Caracas, que acusó a Bogotá de violar su soberanía nacional con una incursión no autorizada. La réplica fue igual de dura: el Gobierno colombiano acusó a Chávez de estar dando refugio a Granda, sólo para poder aprovecharse de la recompensa que pendía sobre su cabeza. Durante estos dos años se han sucedido los escarceos diplomáticos, donde las breves tensiones y las acusaciones mutuas nunca han faltado, pero no fue hasta el 28 de noviembre cuando se decidió suspender las relaciones diplomáticas.
Chávez como mediador

En agosto, aparecía en todas las cabeceras internacionales la noticia de que la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt había sido liberada gracias a la intervención del Palacio de Miraflores, noticia que fue rápidamente desmentida por el propio Hugo Chávez, que sin embargo aprovechó la ocasión para reivindicar suinterés en el asunto, ofreciéndose oficialmente como mediador. Probablemente un poco en contra de su voluntad, dadas las notables diferencias, Álvaro Uribe consintió en otorgar cierto margen de acción a Chávez y al recién nombrado primer ministro francés Nicolás Sarkozy. Mientras que este último no ha sido relevado de tal encargo, el 21 de noviembre, y de forma imprevista, el presidente venezolano fue apartado de su labor mediadora. La causa: una llamada telefónica por parte de Chávez a un alto cargo del ejército colombiano, en la que interrogaba acerca del número de soldados capturados por las milicias revolucionarias, todo ello sin la autorización previa de Bogotá.

Tras esta decisión, las acusaciones y críticas se sucedieron durante días. Por un lado, Uribe apuntaba con el dedo a Chávez, acusándolo estar a favor de las FARC; mientras que éste, a su vez, acusaba a Uribe de no preocuparse nunca por las condiciones de los rehenes, habiendo preferido siempre una solución “armada” del conflicto. Respaldando al mandatario venezolano, se han posicionado los parientes de Betancourt, que había visto un vídeo arrebatado a un miembro de la guerrilla días antes de la decisión colombiana. En este vídeo se mostraba el empeño por liberar a la prisionera, deplorando la rigidez del ejecutivo de sus paí, que nunca aceptó formalmente los términos del intercambio propuesto por Chávez (la liberación de 45 rehenes a cambio de 500 guerrilleros detenidos en las cárceles de Bogotá). En esta nueva situación, Francia, a través de su Primer Ministro, continúa solicitando la reanudación de las relaciones y la reapertura de los canales del diálogo, tanto en las relaciones Venezuela-Colombia, como en las de Venezuela-España, con vistas a la cumbre entre la Unión Europea y América Latina prevista en Lima para el próximo mes de marzo. De entre ambas naciones, el frente de Chávez parece aferrado a su posición, a despecho de las posibles repercusiones que la fragmentación podría provocar.
Causas y consecuencia del “congelamiento”

El 28 de noviembre llegó la confirmación oficial de la “congelación”, según las palabras textuales provenientes de Caracas, de las relaciones con Colombia. Las razones argumentadas se centran sobre la presunta falsedad de Uribe que, en base a las declaraciones oficiales, habría fingido estar interesado en una mediación, “desmarcándose” más tarde con un alejamiento de Chávez y mostrando como, para ellos, el camino a seguir es el del enfrentamiento directo con las FARC.

En realidad, las divergencias se asientan en un trasfondo político que no ha dejado de surgir en los días sucesivos. Bogotá, por su parte, siempre ha recalcado su impresión de que los intereses de Venezuela vienen dictados por el deseo de su Presidente de convertirse en un punto de referencia para la región, con el objetivo de extender su hegemonía (e ideología) a otras naciones. No muy diferentes, si bien en sentido diametralmente opuesto en cuanto a los contenidos, han sido las declaraciones del Palacio de Miraflores: según éstas, el presidente Uribe sería el peón de Estados Unidos en el ajedrez centro-sudamericano, junto con Perú y México, un puente para que Washington pueda controlar a los Estados del área y vigilar que no se alejen de los dictados de la Casa Blanca. En este contexto, las decisiones de Bogotá en tema de rehenes son la simple prolongación de la campaña estadounidense, consistente en desplazar a las FARC hacia el campo, para lo cual ha concedido amplias subvenciones a Colombia, en dólares, armas y formación. El debate, por tanto, se centra en el enfrentamiento entre las dos ideologías predominantes en América Latina: una favorable a las relaciones estrechas, o por lo menos distendidas, con Estados Unidos; y otra completamente opuesta a la Administración Bush.Las profundas connotaciones ideológicas comportan que el impacto de esta “congelación” sea mayor que las implicaciones económicas, si bien éstas cuentan con cierta relevancia, a la luz de los 5.000 millones de dólares en intercambios comerciales entre los dos países.La fragmentación regional se va ampliando cada vez más, sobre todo tras la decisión de Hugo de Chávez de no ingresar en la CAN (Comunidad Andina de la Naciones), debido a la adhesión de Colombia.
¿Chávez se queda solo?

Muchos analistas han interpretado los últimos acontecimientos de la política venezolana como una demostración de que la retórica de Chávez, si no su ideología, está perdiendo fuerza. Partiendo de su enfrentamiento verbal con el rey Juan Carlos, y el sucesivo enfriamiento de las relaciones con España, pasando por el congelamiento de las relaciones con Colombia y concluyendo con la derrota en su referéndum para modificar la Constitución, parece que los últimos meses sean de todo menos tranquilos para el Presidente.

A nivel regional, por otro lado, parece que su deseo de instaurar un Mercosur (Mercado Común del Sur) de fuertes connotaciones antiamericanas, esté perdiendo apoyos: aparte de la Bolivia de Evo Morales (si bien no completamente) y del Ecuador de Rafael Correa (que mira con preocupación el abandono de la OPEP propuesto por Venezuela), Argentina y Brasil tienden a desligarse de las posiciones de Caracas. Argentina, en plena transición entre la gestión de Néstor Kichner y la nueva presidenta, Cristina Fernández, se ha aproximado inmediatamente a Brasil, de la que se había distanciado en los últimos años por temor a las ambiciones hegemónicas de Lula. Por su parte, el Presidente brasileño, no esconde su rechazo a una región en la que prime la presencia de Venezuela, y ha abandonado, seguramente haciéndolo naufragar, el proyecto del Gaseoducto del Sur, fuertemente defendido por Caracas.

No son pocos aquellos que, desde las alas más moderadas de casi todos los partidos sudamericanos, sospechan de las generosas subvenciones venezolanas, fondos y petróleo, hacia otras naciones a cambio de paquetes de acuerdos y contratos, dejando ver en esta estrategia un intento por “comprar” el subcontinente. Sin recurrir a teorías tan complejas, no cabe duda de que Hugo Chávez es un personaje incómodo para América Latina, tanto para sus detractores como para aquellos que, compartiendo sus posturas, se encuentran en el deber de criticar su modo de actuar. La interrupción de las relaciones con Colombia parece confirmar la crítica situación por la que atraviesa Caracas.
Perspectivas y conclusiones

No es la primera vez, y se puede suponer que tampoco será la última, que Hugo Chávez se encuentra en un conflicto con sus vecinos: había ocurrido ya previamente con Colombia, más adelante con Perú (con ocasión de las elecciones presidenciales), y con México, siempre en el momento de la llamada a las urnas. Generalmente, las relaciones han vuelto después a la normalidad, incluso con Estados Unidos, a quien suele lanzar improperios, pero sin llegar nunca a interrumpir el comercio y las asociaciones relacionadas con el petróleo. Probablemente, también esta última crisis se resolverá, quizás gracias al buen hacer diplomático de Francia, pero cada fractura que se crea,para ser curada más delante, deja cicatrices sobre el Mercosur y sobre el proyecto de unión siguiendo la estela europea. A todo esto se suma que, sobre el plano nacional, la derrota en el referéndum en el que Chávez había invertido tantos esfuerzos en términos de popularidad, ha señalado un importante punto a favor de la oposición, tanto más después de la promesa del Presidente de repetir la votación, después de una nueva campaña electoral, decisión que le ha costado la imagen de no saber aceptar las decisiones de su propio pueblo.

Por su parte, la Colombia de Uribe nunca se ha demostrado demasiado partidaria de resolver el problema de las FARC a través de canales diplomáticos, de la mediación o del diálogo, mostrando siempre su predilección por el enfrentamiento directo, y puede que sea la intención del Gobierno, definitivo. De este modo, la credibilidad del Presidente en este campo ha caído rápidamente, y no resulta difícil comprender las razones: la sumisión a las indicaciones a la Casa Blanca y las ingentes subvenciones que recibe desde Washington, entre las que destacan las del Plan Colombia y las del Plan Democracia, que hacen muy difícil distinguir entre la orientación del Ejecutivo y su alianza con el poderoso vecino.Sobre estas bases, y aunque el conflicto será seguramente superado, las relaciones futuras continuarán siendo precarias, a menos que ambos Estados dejen parcialmente de lado sus orientaciones políticas a favor de un constructivo diálogo regional.

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