Los resultados del sistema educativo de Finlandia son admirables. Las pruebas internacionales que miden la calidad de la educación en lengua, matemática y ciencias ubican a este país entre los primeros del mundo. Supera a Corea, Canadá, Estados Unidos y a otros varios países centrales.
La mejor educación en el mundo no es la que empieza a los cuatro años de edad ni la que tiene todo el secundario obligatorio.
En Finlandia, cuya educación encabeza los rankings internacionales de calidad, los chicos empiezan a ir al colegio a los 7 años y los docentes gozan no sólo de prestigio y valoración social, sino de amplia confianza del Estado para desempeñar sus tareas.
“Los maestros están muy bien formados y motivados. Además, nuestras escuelas tienen un sistema de apoyo a los estudiantes, que contribuye a que tengan éxito”, señala la directora de Educación Preescolar y Básica de Finlandia, Irmeli Halinen, al sintetizar las razones principales que hoy ubican a Finlandia en lo más alto de las evaluaciones en matemática, ciencia y comprensión de lectura.
Más allá de las diferencias culturales y sociales que separan a ese país de la Argentina, las estadísticas desnudan diferencias abismales. En Finlandia, donde la enseñanza básica y obligatoria se extiende nueve años, el abandono escolar es del 0,5% y repite apenas el 2% de los alumnos. En la Argentina, en cambio, se estima que la deserción alcanza al 8,5 % en el período más crítico –séptimo grado a segundo año del secundario– y el índice de repitencia trepa al 10,3 % en la primaria, con picos más altos en algunas jurisdicciones y etapas.
En la Capital Federal, el distrito con mejor rendimiento escolar en todo el país, repiten el 15,5% en primer año del secundario y el 18,1 % en segundo año.
"No tenemos inspecciones ni supervisores. Confiamos en nuestros docentes", aseguró Halinen, que llegó a Buenos Aires para participar de un taller internacional sobre inclusión educativa organizado por el Ministerio de Educación, la Oficina Internacional de Educación de la Unesco, la Oficina Regional de Educación para América Latina y el Caribe (Orealc) y la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés.
Los jardines maternales y el año de preescolar es voluntario, aunque la mayoría de los chicos concurre a estas instancias de educación temprana, en las que juegan, cantan y realizan actividades lúdicas. Pero no más. "La educación obligatoria comienza a los 7 años porque antes los cerebros no están listos. Nuestras investigaciones neurológicas muestran que antes de esa edad el desarrollo cerebral y físico no es el apropiado para el aprendizaje académico", explicó Halinen.
La estructura educativa en Finlandia, un país de 5,2 millones de habitantes, es esencialmente estatal. Hay unas 3500 escuelas de enseñanza básica, con 586.000 alumnos y 44.000 docentes. Más del 90% de los colegios son municipales y la enseñanza privada es casi nula.
A la enseñanza básica le sigue la secundaria superior, de tres años, con dos opciones: vocacional y general, con 120.000 alumnos cada una. Tradicionalmente, la secundaria vocacional era más popular, pero hoy la demanda está equilibrada. Ambas vías sirven para llegar a la universidad.
Por ley, entre primer y segundo grado no puede haber más de 25 alumnos. Y de tercero a sexto, hay entre 25 y 30 chicos en cada aula. A partir de séptimo, en los grados superiores, el número baja y los maestros trabajan con 15 a 20 chicos. "Son clases más pequeñas. A esa edad, es mejor que sean menos", dijo Halinen, con naturalidad. Y contó que la premisa es que los docentes "reconozcan en el curso las necesidades de los estudiantes para desarrollar las capacidades de cada uno de la mejor manera posible".
La lectura, la escritura y el manejo de las habilidades matemáticas son la prioridad en el aula. También se busca el aprendizaje en competencias, más que en contenidos, y cada escuela puede organizar las asignaturas en áreas.
La profesión docente, explicó, es muy popular y es la primera actividad que eligen los jóvenes al salir del secundario. Hay tantos candidatos a la docencia, que se dan el lujo de seleccionar a los mejores. La Universidad de Helsinki sólo admite al 12% de los aspirantes a la docencia.
Comparar Finlandia con nuestro país exige considerar dos realidades muy distintas. Atendamos a los siguientes datos:
1. Finlandia cuenta con una infraestructura edilicia y recursos didácticos para sus escuelas muy superiores a la mayoría de las escuelas argentinas.
2. Brinda más horas de clases. Alcanza progresivamente las 31 horas por semana, mientras que en la mayoría de nuestras escuelas dictan 20.
3. El concepto de gratuidad educativa es más amplio que el nuestro. Allí el Estado se hace responsable de la provisión de útiles escolares, libros de lectura y de texto, almuerzo y transporte cuando el alumno vive a más de cinco kilómetros de distancia.
4. La profesión docente es de alto prestigio. Sólo acceden a la carrera docente el 20% de los aspirantes. Ser maestro en Finlandia es tan notorio como ser médico o abogado y, si bien los salarios no alcanzan los más altos de Europa, son mucho más apetecibles y competitivos que en la Argentina.
Recorridos algunos rasgos generales del sistema educativo finlandés, surge la preocupación por el estado de cosas en la Argentina ¿Quién no quisiera políticas y condiciones similares para nuestro país?
Son la base de cualquier mejora. También son una lección: no hay magia en la construcción de un buen sistema. No se pueden abaratar los costos y tener calidad.
En aquel país, la obligatoriedad escolar comienza a los siete años. Mientras nosotros, en la ley de educación nacional, tenemos escolaridad obligatoria desde los cinco años, allí empieza bien tarde. ¿Deberíamos imitarlos? Este es un buen ejemplo para observar cómo la extrapolación sin considerar los contextos, historias y realidades sociales puede ser problemática.
La pobreza en nuestro país es una realidad que sigue afectando a un tercio de la población. Lo ideal es buscar políticas que eliminen la pobreza, pero hoy, en este contexto, las posibilidades de acceso a bienes materiales y culturales están desigualmente distribuidas. Es probable que en Finlandia toda la infancia tenga vías de acceso no estatales a la cultura. En nuestros países no parece ser el caso.
Por ello, entre otros motivos, la obligatoriedad del preescolar y la universalización del servicio de la sala de cuatro años (que "obliga" al Estado a proveer el bien) se torna una herramienta de la legislación que no podemos dejar de celebrar, sobre todo si viene acompañada de políticas concretas que la pongan en ejecución a la brevedad.
Claves del éxito
Inicio: la escuela obligatoria comienza a los 7 años. El preescolar es voluntario.
Motivación: los chicos aprenden a leer y escribir en primer grado, en medio año.
Extensión: la escuela básica y obligatoria dura nueve años, hasta los 16.
Efectividad: el 0,5 % de los chicos abandona la escuela. Y repite apenas el 2 por ciento.
Por año: los alumnos tienen 190 días de clases.
Atribuciones: cada director de escuela puede elegir su plantel docente.
Ayuda: las escuelas están obligadas a dar apoyo escolar a los chicos que lo necesitan.
Dimensiones: en primer grado no hay más de 25 alumnos por aula. Y de séptimo a noveno, el máximo es de 20.
Por mérito: hay una selección rigurosa en el ingreso a la docencia.