Por Leandro Uría
La pregunta es si podrá Alemania, un país cuya historia fue marcada por las atrocidades del nazismo, jugar un papel fundamental para el logro de un mayor entendimiento entre Oriente y Occidente. La respuesta era rotundamente afirmativa para el ex canciller socialista Gerhard Schröder, que se puso al frente del ambicioso proyecto de que Turquía se integrara a la Unión Europea. De este modo, la UE -un bloque de abrumadora mayoría cristiana- conseguiría tener en su seno a un país de religión musulmana que, a su vez, adaptaría, sin necesidad de violencia, su sistema político al de las democracias occidentales. La jugada parecía ideal para diferenciar a Europa del intento de imponer la democracia por la fuerza que se vive en Irak y, al mismo tiempo, para distanciar cada vez más a Alemania de su turbulento pasado nazi. Sin embargo, las negociaciones entre Turquía y la UE quedaron en punto muerto después de que Ankara se negara a abrir todos sus puertos a Chipre, al contrario de lo establecido por el tratado de libre comercio que mantiene con el bloque europeo. Por otro lado, tampoco parece avanzar mucho la integración efectiva a la sociedad de los turcos que viven en Alemania, que llegaron a este país a partir de los años 70 como trabajadores invitados para paliar la falta de mano de obra masculina que había dejado la sucesión de guerras. Actualmente, hay aquí unos 2.700.000 habitantes de origen turco, de los cuales 900.000 nacieron en este país y ya ostentan la ciudadanía alemana. El índice de desempleo puede dar una pauta de lo mencionado: en la comunidad turca hay un 40% de desempleo, contra un 11% general, según dijo a LA NACION Ahmed Külahçi, periodista de la edición en Alemania del diario Hürriyet ("libertad", en turco). Por otro lado, el Estado alemán considera fundamentalistas a 30.000 turcos miembros de una organización llamada Islam Toplum Milli Görüs. "Son ciudadanos comunes", se quejó Külahçi. Otro campo en el que se pueden ver perfectamente las dificultades de la integración es el de la educación. En principio, el sistema educativo alemán se presenta como más abierto que el de Francia, donde se discute permanentemente si las alumnas musulmanas deben llevar o no el velo a la escuela. Aquí no hay limitaciones para las alumnas en cuanto al velo, aunque está prohibido para las docentes. Sin embargo, existen escuelas en Kreuzberg -barrio berlinés con fuerte presencia turca- y en Neukolln -otro barrio berlinés en el que viven muchos turcos, sirios y libaneses-, que tienen un porcentaje mínimo de alumnos alemanes y son destinadas cada vez más a inmigrantes o hijos de inmigrantes. Una explicación para este fenómeno es el temor a la violencia: muchos alemanes temen el enfrentamiento de bandas de inmigrantes de orígenes distintos. La rectora de un establecimiento de esta clase, la Rülti Schule de Neukolln, pidió a principios de 2006 ayuda por carta a las autoridades alemanas para frenar la ola de violencia en el establecimiento, en el que un 83,2% de los alumnos descienden de inmigrantes. En la Robert-Koch-Oberschule, una escuela secundaria del barrio de Kreuzberg, el 91% de los alumnos procede de una familia no alemana. El profesor Bernd Bohse, responsable del departamento de idiomas, afirma que el principal problema del colegio es que muchos de los alumnos no dominan del todo el alemán, lo que obliga a los docentes a ponerles malas notas. Así se dañan sus posibilidades y su motivación para con los estudios. Bohse no descarta que a futuro se incremente el conflicto social en el país por esta situación. Para evitarlo, "Alemania debe acostumbrarse de a poco a que es un país de inmigrantes", dijo el docente. Una solución pasaría por poner un mayor financiamiento para clases adicionales que ayuden a los alumnos a mejorar su dominio en alemán. Otra, más polémica aquí, es que se permita educar a estos jóvenes en turco o en algún otro idioma natal, para que aprendan el alemán luego de haber incorporado conocimientos esenciales.
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