La Cámara de Diputados del Parlamento Belga rechazó ayer la toma en consideración de una propuesta de ley presentada por los nacionalistas flamencos del partido extremista Vlaams Belang pidiendo la desaparición de todos los elementos representativos de la unidad de Bélgica.
En medio del ambiente políticamente pesado que provoca la incapacidad de formar Gobierno -la crisis va camino ya de los seis meses- parecería que esta provocación de los fanáticos de la independencia flamenca serviría para añadir más leña al fuego.
Pero, esto es Bélgica, aquí nada es lo que parece y el voto de ayer se espera que constituya el bálsamo para permitir la reanudación de las negociaciones encabezadas por el socialcristiano flamenco Ives Leterme. La votación permitió de todos modos hacer una radiografía del paisaje político belga: los extremistas flamencos, ultranacionalistas xenófobos, no han sorprendido a nadie, y han sido apoyados por sus homólogos valones del Frente Nacional, igualmente nacionalistas e intolerantes.
Algunos diputados flamencos del partido de Leterme se han abstenido. Los democristianos valones han celebrado con alivio el voto en contra por parte de los flamencos y les ha faltado poco para anunciar que les parece suficiente compensación para regresar a las negociaciones, mientras que sus compatriotas liberales, que son la bisagra necesaria para la coalición, quieren todavía alguna otra compensación para sacarse el mal sabor de boca de la aprobación por parte de la imposición de una mayoría flamenca de la separación de dos barrios bilingües. Los socialistas, la «futura oposición» han puesto mala cara a todas las opciones posibles.
Sensatez de los verdes
Como siempre en los últimos meses, la única posición sensata y razonable es la expresada por los verdes del norte y del sur del país, que son los que invariablemente hablan de la necesidad de abandonar el estéril debate del divorcio nacional entre los partidos políticos, para pedirles que se centren en los problemas de los ciudadanos.
En Bélgica, por ejemplo, el Gobierno tiene un mecanismo para atemperar las oscilaciones del precio de la gasolina y los combustibles de calefacción, pero que el Gobierno en funciones del primer ministro saliente Guy Verhofstadt no está autorizado a utilizar a pesar de que se aproxima el invierno.
Probablemente esta ha de ser la última oportunidad para Leterme, cuyo fracaso podría llevar a la convocatoria de nuevas elecciones.
En medio del ambiente políticamente pesado que provoca la incapacidad de formar Gobierno -la crisis va camino ya de los seis meses- parecería que esta provocación de los fanáticos de la independencia flamenca serviría para añadir más leña al fuego.
Pero, esto es Bélgica, aquí nada es lo que parece y el voto de ayer se espera que constituya el bálsamo para permitir la reanudación de las negociaciones encabezadas por el socialcristiano flamenco Ives Leterme. La votación permitió de todos modos hacer una radiografía del paisaje político belga: los extremistas flamencos, ultranacionalistas xenófobos, no han sorprendido a nadie, y han sido apoyados por sus homólogos valones del Frente Nacional, igualmente nacionalistas e intolerantes.
Algunos diputados flamencos del partido de Leterme se han abstenido. Los democristianos valones han celebrado con alivio el voto en contra por parte de los flamencos y les ha faltado poco para anunciar que les parece suficiente compensación para regresar a las negociaciones, mientras que sus compatriotas liberales, que son la bisagra necesaria para la coalición, quieren todavía alguna otra compensación para sacarse el mal sabor de boca de la aprobación por parte de la imposición de una mayoría flamenca de la separación de dos barrios bilingües. Los socialistas, la «futura oposición» han puesto mala cara a todas las opciones posibles.
Sensatez de los verdes
Como siempre en los últimos meses, la única posición sensata y razonable es la expresada por los verdes del norte y del sur del país, que son los que invariablemente hablan de la necesidad de abandonar el estéril debate del divorcio nacional entre los partidos políticos, para pedirles que se centren en los problemas de los ciudadanos.
En Bélgica, por ejemplo, el Gobierno tiene un mecanismo para atemperar las oscilaciones del precio de la gasolina y los combustibles de calefacción, pero que el Gobierno en funciones del primer ministro saliente Guy Verhofstadt no está autorizado a utilizar a pesar de que se aproxima el invierno.
Probablemente esta ha de ser la última oportunidad para Leterme, cuyo fracaso podría llevar a la convocatoria de nuevas elecciones.
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