La búsqueda de un nuevo orden político en Oriente Medio, destrozado por la Fitna (inestabilidad) que se propaga desde Irak, pone las condiciones para un cauto acercamiento entre Egipto e Irán, después de casi treinta años de interrupción de formales relaciones diplomáticas. Si la reducción del peso político americano es un objetivo común en todo el área, aunque no se percibe como elemento estabilizador, aún continúan habiendo importantes cuestiones sin resolver.
Dos realidades opuestas en el escenario medioriental
Las relaciones diplomáticas entre Egipto e Irán fueron formalmente interrumpidas en 1979 justo después de la hospitalidad ofrecida al cesado Shah Muhammad Reza Pahlavi, por parte del entonces presidente egipcio Anwar El-Sadat. Los líderes de la revolución islámica interpretaron aquel gesto como un acto hostil. Sadat, ya considerado un objetivo tras la paz firmada en el 1978 con Israel, fue asesinado tres años después, el 6 de octubre de 1981, por un grupo islamista radical denominado Al-Jihad, durante un desfile militar. Las sospechas egipcias sobre una implicación iraní en el atentado, por otra parte nunca probadas, se reforzaron después de que se le pusiera el nombre de Khaled al-Islamboli, uno de los miembros del comando terrorista del 6 de octubre, a una de las calles principales de Teherán. El Irán revolucionario ha seguido desde los inicios de los años ochenta una política de revisión del statu quo, con el fin de afirmar la propia hegemonía en el espacio político regional. Egipto, por su parte, simpatizante de Estados Unidos – aunque con cierta ambigüedad y con recurrentes discrepancias más o menos ocultas – se ha colocado en la línea moderada en el clima de discrepancia frente a la revolución iraní. La estrategia de moderación anti-iraní es todavía hoy uno de los pilares de la política externa de la mayor parte de los regimenes árabes, incluido Egipto. El régimen de Hosni Mubarak participa, de hecho, en un grupo diplomático informal llamado “6+2+1” que lo forman, bajo la protección de Estados Unidos, los seis Estados miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Omán Y Qatar) y Jordania. El objetivo declarado de las reuniones es elmonitorizar y equilibrar la influyente política iraní en Oriente Medio. A pesar de su oposición a un ataque militar estadounidense a las instalaciones nucleares iraníes, Egipto siempre se ha declarado contrario al estilo de política exterior desarrollado por Teherán. Este rechazo político se vio acentuado tras el acceso a la Presidencia de la República Islámica del radical Mohahmud Ahmadinejad. Las principales divergencias políticas entre los dos países se centran en la influencia iraní en Palestina y en la presunta financiación iraní de movimientos islamistas egipcios.
Lucha por la hegemonía en la cuestión palestina
Los países del grupo “6+2+1” acusan a la República Islámica de interferir en las cuestiones domésticas de los Estados de la región, para reforzar la influencia chiita como medio de presión política regional. Irán posee numerosas bazas diplomáticas: el compromiso con Irak, las estrechas relaciones con Siria y con el movimiento libanés de Hezbolá. Además, la influencia iraní sobre la cuestión palestina ha estado creciendo. Teherán apoya a la Yihad Islámica palestina desde su fundación en 1983, por su naturaleza activista y militante. El movimiento de Hamás, creado en las filas de la Hermandad Musulmana en 1987 – con el objetivo de salir del estancamiento al que llevaba el trabajo exclusivamente social del movimiento – históricamente ha tenido apoyos de los países árabes del Golfo, en particular de Arabia Saudí y Kuwait. Sin embargo, el sucesivo embargo de las ayudas decretadas por Estados Unidos y la Unión Europea, seguido de la victoria del movimiento islamista en las elecciones legislativas celebradas en la Autoridad Nacional de Palestina en enero de 2006, han hecho que Hamás se vaya decantando por el apoyo de Irán, del que obtiene un notable apoyo económico. Egipto, sin embargo, ha sospechado desde siempre del movimiento de Hamás, rama de la Hermandad Musulmana egipcia – movimiento no reconocido todavía legalmente por Mubarak –, calificando a al-Fatah como el brazo ejecutor de la Hermandad en la cuestión palestina. Por lo tanto es común que en el conflicto entre Hamás y al-Fatah, Irán y Egipto se enfrenten ásperamente. El ministro de Exteriores egipcios, Ahmed Aboul Gheit, acusó recientemente a Irán de haber apoyado política y económicamente la toma de posesión de Gaza por parte de Hamás. Dada la cercanía de la Franja de Gaza a Egipto, este evento es percibido por el Ministerio de Asuntos Externos egipcios como una amenaza a la seguridad nacional. La guerra fratricida palestina de los meses pasados, aún sin resolver, se ha internacionalizado: Irán se ha colocado de lado de Hamás, mientras que el grupo de los “6+2+1” lo ha hecho del lado de al-Fatah.
En particular, el régimen egipcio teme el impacto que pueda tener en la opinión pública la radicalización del discurso iraní sobre el proceso de paz árabe-israelí. No hay que infravalorar el actual estancamiento que vive el régimen de Mubarak: la falta de apoyo al régimen debido, tanto al estancamiento de las reformas económicas y políticas como a la frustrada abolición del régimen de estado de emergencia en vigor desde hace casi treinta años, ha creado un terreno fértil para el reclutamiento, por parte del conjunto de los movimientos islamistas egipcios, de jóvenes socialmente vulnerables y políticamente insatisfechos. Mientras algunos de estos movimientos se han institucionalizado y renunciado desde hace ya algunas décadas al uso de la violencia política, caso de los Hermanos Musulmanes, otros, herederos de los “asesinos del Faraón” Sadat, están aún operativos entre el desierto del Sinaí y el Bajo Egipto trabajando para derrocar al régimen, al que consideran impío. Si la hegemonía en la representación del conflicto israelí-palestino ha representado, desde siempre, una de las apuestas estratégicas más extendidas en elárea medioriental (un campo de batalla “narrativo” con recaídas políticas y materiales), el activismo del presidente iraní Ahmadinejad es percibido como una peligrosa espada de Damocles que amenaza el régimen egipcio, ya que el presidente iraní estimula el desarrollo de una “vía árabe”. La encendida retórica iraní fortalece al mismo tiempo, en el ámbito filo-palestino, la imagen de inmovilismo y condescendencia que se ha formado en las potencias occidentales e Israel en torno a los regímenes árabes, entre ellos el egipcio.
Al marco ya precario, se añade que Irán es sospechoso de financiar y de tejer oscuras telas diplomáticas con algunos grupos islamistas revisionistas del statu quo egipcio, con el fin de influenciar en la política interna. Egipto, de hecho, ha acusado repetidamente a Irán de albergar a miembros de estas organizaciones, que son buscados y acusados por la corte egipcia. Los servicios de seguridad de El Cairo exigen que antes de que se lleven a cabo negociaciones con Teherán, se exija que ésta dé muestras de su buena voluntad.
Los puntos de encuentro
No obstante, en el transcurso de los últimos años han madurado algunos intereses regionales comunes. Ambos países han criticado la intervención americana en Irak en 2003. Además, la reciente decisión estratégica de Mubarak, impulsado por su hijo y probable sucesor Gamal, sobre la voluntad de desarrollar tecnología nuclear para fines civiles, pone a Egipto del lado de Irán en la disputa que este último mantiene con las potencias occidentales. El ministro de Exteriores Gheit ha, de hecho, declarado en numerosas ocasiones su contrariedad ante un posible ataque contra las instalaciones nucleares iraníes, subrayando el hecho de que el Cairo apoya el derecho de Irán de dotarse de tecnología nuclear con fines pacíficos, respetando el Tratado de No Proliferación nuclear que ambos países firmaron. Además, tanto Egipto como Irán critican el rechazo israelí a firmar el mencionado tratado, además de resaltar el hecho de que Israel sea el únido Estado de la región con instalaciones nucleares no adscritas al control de la Agencia Internacional para la Energía Atómica, dirigida por el egipcio El-Baradei. Además de la cuestión nuclear, los dos países interpretan la reducción de la influencia americana en la región como inversamente proporcional al aumento del respectivo peso político. Parecen extremamente prematuras las propuestas de algunos analistas egipcios que creen que el acercamiento con Irán promueve una versión medioriental de un bloque similar al franco-alemán (Hassan Nafaa, Cairo University), todo ello a pesar de que los respectivos regímenes políticos se muestran de acuerdo en frenar el vacío político que se propaga desde Irak. Mohamed Sadik Al-Hussein, secretario general de la Egyptian-Iranian Friendship Association – una organización creada en los años noventa con la finalidad de restablecer las relaciones diplomáticas entre los dos países y cada vez más activa en los ultimo meses – declaró a Ahram Weekly que, dada la gravedad de la situación política regional, ha llegado el momento de retomar las relaciones bilaterales al más alto nivel. El pasado septiembre, el viceministro de Exteriores iraní, Abbas Araghchi se dirigió al Cairo para discutir la cuestión. Y si la toponimia es un factor político importante, es necesario denotar que en Teherán la dirección que toma el nombre de Khaled Al-Islamboli ha desaparecido del callejero urbano.
Conclusiones
La normalización de las relaciones entre Egipto e Irán pasa a través de la resolución de algunas cuestiones cruciales como la interrupción del financiamiento de Teherán a algunos grupos islamistas egipcios y la llegada a un acuerdo para la resolución del conflicto intra-palestino. Pero el país más poblado de la zona, de mayoría sunita, y el país bastión del Islam chiita podrían llevar a cabo un giro políticodestinado tanto a resolver los conflictos sectarios que destrozan a Oriente Medio o bien para lograr un nuevo equilibrio de poderes en la zona.
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