Kirchner, Cristina y Binner se conocieron en un momento muy especial. Estaban reunidos en una oficina de la Casa de Santa Cruz en Buenos Aires un día de mayo del 2003 cuando se enteraron que Carlos Menem renunciaba a competir en la segunda vuelta. Fue lo primero que la Presidenta electa y el gobernador socialista recordaron no bien se vieron la semana que pasó.
Binner hizo dos reconocimientos. La decisión de crear la Secretaría de Ciencia y Técnica y la mejor decisión, a juicio suyo, de designar al frente a Lino Barañao. Elogió también el viaje de Cristina a Brasil y la señal que eso representó en la alianza estratégica con Lula da Silva. El socialismo tiene una postura ambivalente ante Hugo Chávez: rescata algunas de sus posturas económicas y proyectos en el marco regional, pero detesta su sistema político impregnado de personalismo y excesos de autoridad.
Cristina avaló muchas de las cosas que Binner dijo sobre Brasil, pero prefirió no hacer referencias a Caracas. La Presidenta electa se cuida en sus referencias a Chávez y no desea que su apuesta por Brasil sea interpretada en desmedro de Venezuela. "Con Chávez existe más un problema de intereses comerciales que de política", le deslizó al ministro de Economía alemán, Michael Glos, inquieto por el país caribeño. Pero siempre queda en claro que la forma de entender que tiene Chávez la política doméstica y el vínculo con aquellas naciones que menos le agradan incomodan a la senadora. Incluso, cuando se sobrepasa con Washington.
Binner le planteó a la Presidenta electa los problemas del agro. Son, en gran medida, también problemas de Santa Fe. Le mencionó las dificultades de los frigoríficos, muchos de los cuales pasaron a propiedad brasileña, de los pequeños productores rurales y del circuito lácteo provincial. De todos esos sectores el socialista recogió inquietudes en la campaña y luego una parva de votos. Esos mismos sectores retacearon apoyo a Cristina.
¿Qué hubiera hecho Kirchner en una situación similar? Quizá ningunear varios de los planteos. Quizá derivarlos a algún funcionario de tercer rango. Cristina se manifestó dispuesta a negociar una solución, a rastrear nuevas reglas de juego y hasta aceptó que el gobernador socialista se convierta en una especie de bisagra entre las partes. Se trataría de que los sectores afectados logren enhebrar otra relación con el Estado.
El gesto de Cristina, en realidad, no debería tener nada de excepcional. Pero cobra ese cariz por la era de política ensimismada que la precedió. Se trataría también de un destello y no de una luz permanente. Binner tuvo bastante más fortuna que Macri: el jefe de Gobierno porteño también ha reclamado ver a Cristina angustiado por la inseguridad que deberá afrontar. Pero su pedido sigue en capilla en el poder. (...)"
Mauricio Maronna en La Capital de la ciudad de Rosario:
"Hermes Binner sufrió el primer resbalón político a poco más de 15 días de asumir como gobernador.
Si un tropezón no es caída, el abrupto paso al costado que dio el designado ministro de Obras Públicas y Vivienda, Hugo Arrillaga, obligará al mandatario electo y a su más leal séquito de colaboradores a extremar los cuidados a la hora de completar las designaciones.
Más allá de los reales fundamentos que tuvo Arrillaga (un hombre estrechamente vinculado al próximo intendente de la ciudad de Santa Fe, el radical Mario Barletta), su retirada antes de que el elenco salga a escena se explica por la base de sustentación que llevó a Binner a la Casa Gris.
En efecto, las alianzas sirven (y de mucho) para ganar elecciones, pero a la hora de la conformación de las primeras, segundas y hasta terceras líneas de un gobierno hay que actuar con pulso de cirujano, paciencia de orfebre y muchísima inteligencia práctica.
Cada ministro quiere completar su staff con funcionarios de su confianza y no con desconocidos (aunque aliados) a los que siempre verán como potenciales sustitutos si es que los fusibles vuelan por el aire. Cuando Arrillaga comprobó que su estratégica cartera sería completada con referencias que no eran de su agrado, evaluó los pasos a seguir y consideró que lo mejor estaba en el repliegue antes que en entablar una disputa justo en el momento en que los laureles se depositan sobre la humanidad de Binner. Y se fue.
(...) El Frente Progresista tendrá que buscar como premisa algo que otras coaliciones, frentes o alianzas no pudieron conseguir: convivir con las diferencias, esconder debajo de un velo de recato las disputas y (esto sí que es lo más difícil) dejar a todos los sectores con la sensación de que son imprescindibles para llevar adelante una tarea eficaz. La salida de Arrillaga encuentra con la guardia baja al actual Ejecutivo provincial, al que las tundas del Frente por la designación de Daniel Erbetta en la Corte, la de Agustín Bassó en la Procuración, Mario Esquivel en el Tribunal de Cuentas, Liliana Meotto en la Defensoría del Pueblo Adjunta, sumado a los supuestos nombramientos en la EPE, lo pusieron a la defensiva.
Con inteligencia, ni Binner ni Raúl Lamberto ni Antonio Bonfatti se quedaron con la resaca de los festejos del 2 de septiembre. Decidieron pasar a la ofensiva y cuestionar todas y cada una de las medidas que tomó Jorge Obeid, quien, tal vez con demasiado candor por tratarse de un político curtido en mil batallas, sintió la andanada.
“Les pidieron (los socialistas) que eliminara la ley de lemas, y la derogó; construyó un sistema electoral a la medida de la oposición, y les va a entregar 1.400 millones para que pasen un verano cómodo. El Turco pensó que le iban a hacer un reconocimiento público por haber sido el que «garantizó la alternancia en el poder» y que le caerían con todos los abogados a la última administración de (Carlos) Reutemann. Grueso error: Binner y el Lole tienen más parecidos que diferencias y los cuadros más importantes del PS saben que para lograr gobernabilidad en la Legislatura hay que hablar con Reutemann. Y como ustedes publicaron en el diario, hablaron hace bastante tiempo”, relata a La Capital una calificadísima fuente peronista. En medio del estilo fighter del futuro oficialismo, el abandonismo de Arrillaga le dio entidad a una de las máximas que Dick Morris desempolva en sus libros: “El partido opositor rara vez causa tanta angustia como el propio”. (...)"
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