Pese a la importancia de las políticas de admisión, en el país no se debate el tema
El tema de la inmigración y su vinculación con la política económica y con otros aspectos de la vida social está hoy, casi sin excepción, en el centro de las agendas políticas, sobre todo en el hemisferio norte. Sin embargo, un asunto tan significativo no atrae la atención en nuestro país, a pesar de que congrega aspectos que no pueden dejar de subrayarse debido a su poderosa presencia en la vida ciudadana.
En los Estados Unidos, el tratamiento de la inmigración constituye una cuestión cotidiana y en la Unión Europea ha empezado a hacerse sentir con fuerza y fundamentos que pueden o no compartirse, pero que trascienden las meras especulaciones circunstanciales, habida cuenta de que entran en juego algunos valores tales como las bajas tasas de natalidad en la población nativa, el envejecimiento de la población adulta y la crisis de la seguridad social , hábitos y costumbres sociales diferentes y hasta desafíos a la identidad nacional que se desea preservar, al margen del desempleo y discordias sociales relevantes.
En rigor, las precariedades de las políticas inmigratorias en la medida que han existido, convirtieron al país en una suerte de formidable "colador", donde el ingreso de emigrantes no se evalúa según razonables parámetros socioeconómicos. Luego, de cuando en cuando, los desajustes pretenden corregirse mediante regularizaciones o moratorias que de ninguna manera sirven para resolver la cuestión de fondo, esto es, implantar un criterio de aceptación que guarde correspondencia con lo que el país necesita en materia de recursos humanos y que ofrezca aceptables garantías para los interesados en términos de dignas condiciones de vida.
Todavía con elevados cocientes de desempleo, pobreza y marginación; hacinamiento y crisis habitacional en un contexto nacional de multiplicación de villorrios y de inmuebles usurpados que, en conjunto, albergan poblaciones con serias dificultades de acceso a la educación, a la salud y a servicios esenciales como energía, agua potable y gas, la cuestión plantea un desafío para nada fácil, pero de ello no debe deducirse que haya que mirar para otro lado sin correr el riesgo de que el fenómeno se magnifique y potencie.
Políticas claras
Para evitar malentendidos, no se busca clausurar las fronteras ni auspiciar la implantación de cerrojos raciales, religiosos o políticos. De ninguna manera. Sí se trata de establecer criterios adecuadamente selectivos que, por una parte, le permitan al país resolver hondos problemas sociales, como los resultantes la multiplicación viviendas precarias, de la elevada deserción escolar y la ostensibles crisis del sistema de salud, que en conjunto configuran un testimonio inocultable de crisis que no puede soslayarse sin incurrir en irritantes falsedades. Por la otra, la selectividad tiene que ver con lo que el país necesita en materia de recursos humanos calificados para dar continuidad a un proceso de crecimiento que puede extenderse durante otro quinquenio, si se ejerciera la capacidad de previsión que demanda la política racional.
Un elevado coeficiente de desempleados nativos y extranjeros carece en la actualidad de adecuada preparación para el trabajo, hecho que los condena a vegetar en la marginalidad. La admisión y la permanencia en el país, entonces, deberían responder y estar condicionada a favor de interesados que reúnan las calificaciones profesionales y técnicas que demanda el mercado de trabajo. Este temperamento supone una manera simple de corregir un desafío no menor, ajustado a la práctica vigente en el ámbito internacional.
Por Marcelo R. Lascano
El autor es economista y profesor universitario.
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