jueves, noviembre 22, 2007

Rusia: convergencias y fracturas en las relaciones ruso-turcas

Desde hace casi veinte años, Moscú y Ankara no comparten frontera terrestre. La línea que a lo largo de la historia ha separado a ambas naciones ha sido redibujada muchas veces desde las rivalidades entre el Imperio Otomano y el Imperio zarista, la delimitación del Estado turco con el Tratado de Lausana y la barrera hipervigilada de la Guerra Fría entre la Turquía atlántica y la Unión Soviética ya no existe en los mapas políticos. Sin embargo, no ha agotado su potencial político-histórico y estratégico. Los herederos de los imperios que fueron enemigos históricos siguen articulando sus estrategias en los mismos escenarios. Asia Central, Oriente Medio, Balcanes, Cáucaso, gestión de las minorías y construcción de las vías de tránsito en el corazón de Eurasia. En una región expuesta a las interferencias internacionales, el resultado es una convergencia sólo aparente.


Socios comerciales que compiten política y económicamente

Desde los años 90, Rusia y Turquía, a pesar de sus reservas, se han mostrado dialogantes. Los profundos cambios que esta etapa trajo consigo convirtió en poco creíble la amenaza recíproca. En el terreno comercial, Rusia ocupa el segundo lugar, por detrás de Alemania, en la lista de socios comerciales de Turquía. Son muchos los empresarios turcos que buscan oportunidades para invertir en Rusia. Turquía, en cambio, se encuentra en el decimocuarto puesto de los socios rusos, lo que supone en cualquier caso una situación significativa, considerando la anterior ausencia de relaciones comerciales, o la crisis económico-financiera turca de 2001, que disparó la inflación hasta el 65%. El mercado turco es un destinatario significativo para las exportaciones rusas, lo que conlleva implicaciones políticas obvias.

En los últimos años, aparentemente, los intereses rusos y turcos han convergido. La guerra de Irak y la creciente interferencia estadounidense en el Cáucaso son afrontadas por ambos países con una cierta preocupación, o, en el caso ruso, con una irritación cada vez mayor. Los kurdos presentes en el rico norte del polvorín iraquí son un aliado del dispositivo geopolítico estadounidense y una importante fuente de preocupación para la estabilidad interna de Turquía. La misma inestabilidad de la zona fue la que interrumpió el diálogo económico y estratégico ruso-iraquí previo al conflicto.

El Cáucaso es otra zona en precario equilibrio. El irresoluble conflicto checheno, el independentismo de Abjasia y Osetia en Georgia y el conflicto enquistado de Nagorno-Karabaj entre Armenia y Azerbaiyán son terreno fértil para tensiones siempre abiertas y de difícil solución. Tanto Rusia como Turquía son favorables al mantenimiento del stau quo para seguir haciendo valer sus capacidades de mediación, y la inclusión de los intereses estadounidenses en la zona modifica el intrincado equilibrio de poder en la región.

Sin embargo, la animadversión común hacia la interferencia estadounidense no es síntoma de una convergencia de las respectivas líneas de política exterior. En primer lugar, la presencia americana en la zona se percibe según una escala diferente. Para Turquía la posición estadounidense favorable a los kurdos es un problema que se circunscribe a la escala regional, mientras se promueven y refuerzan las buenas relaciones con Estados Unidos. Rusia, en cambio, se ofrece para desafiar la unipolaridad sistemática de los EE.UU., y las tensiones en la zona tienen repercusiones en la escala de las relaciones internacionales.

El segundo punto de análisis en las relaciones ruso-turcas es que los intereses base de algunos objetivos, yen principio comunes, son en realidad incompatibles. Un claro ejemplo de esta divergencia se encuentra en el conflicto de Nagorno-Karabaj, la región azerí habitada hoy prácticamente sólo por armenios, que se proclamó independiente de Azerbaiyán a raíz de la caída de la Unión Soviética. Ambos países tienen interés en mantener el conflicto paralizado, tal como se encuentra desde 1994. Sin embargo, Rusia defiende más la posición armenia, mientras que Turquía respalda la azerí, junto a cuyo Gobierno mantiene aún hoy un embargo comercial a Armenia. Tanto Rusia como Turquía son miembros del Grupo de Minsk, un ente creado por la OSCE para la resolución del conflicto. A pesar de que Rusia ejerce una mayor influencia en la cuestión, no se ha dado ningún paso por parte de las diferentes partes para promover la cooperación entre ellas.

Otra de las áreas de influencia en disputa es Asia Central. Los vínculos históricos y culturales de los países del antiguo Turquestán con Turquía son numerosos. Sin embargo, las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central aún se resienten de un modelo de desarrollo de tipo colonial heredado del período comunista, y las conexiones económicas con Rusia son mucho mayores de las que las unen a Turquía, que no tiene recursos suficientes para atraer a estos países y proponer un centro de desarrollo económico alternativo. En cualquier caso, ha asumido un papel de intermediario relevante entre la región centroasiática y Occidente.
Las nuevas rutas de la energía

Turquía depende en un 65% de Rusia en cuanto a suministro de hidrocarburos extranjeros. Al mismo tiempo, Ankara ha presentado su candidatura como zona de tránsito alternativa para los recursos energéticos en su camino hacia la Unión Europea. Se trata de un papel apropiado si se considera su proximidad a una zona donde se concentra más del 70% de las reservas mundiales de petróleo y gas, y muy útil de cara a las negociaciones acerca del ingreso en la UE; su posición intermedia entre el área del Caspio y la de Oriente Medio le permite coordinar la política de seguridad energética con la Unión Europea y constituir una bisagra fundamental de cara a la diversificación de los suministradores de energía.

Sin embargo, la creciente necesidad de recursos prepara el terreno para una dependencia de Rusia en este mismo sentido. El gaseoducto Blue Stream, construido en 2002 e inaugurado en 2005, enlaza directamente la terminal rusa de Izobilnoye con Ankara, pasando por el puerto de Samsun. Su capacidad es de cerca de 16 mil millones de metros cúbicos anuales, aunque por el momento sólo se está aprovechando a un 25% de su rendimiento máximo.

La voluntad turca de diversificar sus fuentes de suministro y la idea de convertirse en una zona de tránsito preferencial hacia la Unión Europea empujan a Turquía a distanciarse de Moscú y a promover una línea de desarrollo de la red de suministro energético este-oeste. De ahí el papel dominante otorgado al oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan y al proyecto hermano para la realización del gaseoducto South Caucasus Pipeline, en construcción desde 2004. Para ambos se prevé una prolongación hacia la otra orilla del Caspio, a Turkmenistán y Kazajistán, lo que supone un acceso difícil de obtener si no se ofrecen contrapartidas a Rusia.

Otra línea de desarrollo emprendida por Turquía es la que conecta con Irán. El pasado mes de julio se firmó un memorándum con Irán respecto a la posibilidad de transportar gas hacia Europa a través de Irán y Turquía y de permitir a Turkish Petroleum la extracción de gas en Irán, haciendo caso omiso a las recomendaciones estadounidenses y compitiendo contra la expansión del monopolio ruso. Ha fracasado, sin embargo, el Blue-Stream 2, un proyecto para la potenciación y la prolongación del Blue Stream hacia Europa Oriental. El no de Turquía no ha obstaculizado los proyectos rusos, que mediante un acuerdo con Bulgaria ha encontrado una nueva vía para llegar al corazón de Europa y evitar el congestionado Bósforo.De esta manera, Turquía se ha visto excluida de una vía de suministro a Europa. La alternativa de la vía turca está clara, pero se está llevando a cabo sólo de manera parcial, a pesar de seguir siendo, en cualquier caso, un factor que atenúa la influencia rusa sobre la seguridad energética europea.

El contrapeso turco a la fuerza centrípeta rusa juega un papel, si bien no dominante, como mínimo relevante, que en parte incluye la intención de monopolizar los recursos y las líneas de transporte energético por parte de Rusia. Un papel que constituye una ventaja también para la Unión Europea, cuyo peso se refleja en las negociaciones para el ingreso de Turquía en la UE, que se vienen desarrollando intermitentemente desde 1963. El diálogo con el interlocutor ruso tampoco se ve afectado por las relaciones con Turquía; ambas relaciones se desarrollan sobre caminos paralelos, sin que unas interfieran sobre las otras.
Conclusiones

En resumen, Rusia y Turquía no van camino de establecer una línea de cooperación tout court en política exterior. La política llevada a cabo por ambos Estados es muy competitiva entre sí en muchos aspectos, aunque no haya ningún enfrentamiento directo y en algunos casos se haya podido llegar a acuerdos de cierta importancia. Los escenarios disputados se interpretan como juegos de suma cero. La hipotética creación de nuevas ventajas mediante la concertación no se ha tomado en consideración.Hay que decir, además, que Turquía no tiene la misma capacidad de influencia que Rusia. Sin embargo, persigue una estrategia independiente en la región, cuyos resultados tienen repercusiones en sus relaciones con Occidente. De este modo, Ankara trabaja hacia el este mirando al oeste.

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