Por Umberto Eco
Como es sabido, sobre el 11 de septiembre circulan muchas teorías de la conspiración. Hay teorías extremas (que se encuentran en sitios fundamentalistas árabes o neonazis) según las cuales habría un complot organizado por los judíos, y a todos los judíos que trabajaban en las dos torres se les habría avisado el día antes de que no se presentaran al trabajo -mientras que se sabe que unos 400 ciudadanos israelíes o judíos norteamericanos figuraban entre las víctimas-; hay teorías anti Bush, según las cuales el atentado lo habrían organizado para poder invadir sucesivamente Afganistán e Irak; hay teorías que atribuyen el hecho a distintos servicios secretos norteamericanos más o menos desviados; está la teoría de que la conjura era de corte fundamentalista islámico pero el gobierno estadounidense conocía los detalles por adelantado, y dejó que las cosas siguieran su curso para tener después el pretexto para atacar Afganistán e Irak (un poco como se dijo de Roosevelt, que sabía del ataque inminente a Pearl Harbour pero no hizo nada para poner a salvo su flota porque necesitaba un pretexto para empezar la guerra contra Japón), y está, por último, la teoría según la cual el ataque se debió a los fundamentalistas de Ben Laden, pero las autoridades encargadas de la defensa del territorio estadounidense reaccionaron mal y con retraso, dando prueba de una espantosa incompetencia.
En todos estos casos, los partidarios de por lo menos una de estas conspiraciones consideran que la reconstrucción oficial de los hechos es falsa, fullera y pueril. Los que quieran hacerse una idea sobre estas distintas teorías de la conspiración pueden leer el libro que han escrito Giulietto Chiesa y Roberto Vignoli, Zero. Perche la versione ufficiale sull 11/9 e un falso ("Cero. Por qué la versión oficial sobre el 11-S es falsa"). Y los que quieran ver la otra cara de la moneda, pueden darle las gracias a la misma editorial, Piemme, porque con admirable ecuanimidad ha publicado un libro contra las teorías, 11/9. La cospirazione impossibile ("11-S. La conspiración imposible"), de Massimo Polidoro.
En mi caso, ya que considero que nuestro mundo nació por azar, tampoco tengo dificultades en admitir que la mayor parte de los acontecimientos que lo han atormentado en el curso de los milenios desde la guerra de Troya hasta nuestros días son el resultado del azar o de la coincidencia de varias estupideces. Por lo tanto, ya sea por naturaleza, por escepticismo o por prudencia, yo tiendo siempre a dudar de cualquier complot, porque considero que mis semejantes son demasiado estúpidos como para concebir uno perfectamente. Esto lo digo aunque, por razones sin duda anímicas y por un impulso incoercible, me siento propenso a considerar a Bush y a su administración capaces de todo.
No entro (también por razones de espacio) en los detalles de los argumentos usados por los partidarios de ambas tesis, que pueden parecer todos ellos convincentes. Simplemente apelo a lo que llamo la "prueba del silencio". Podemos usar, por ejemplo, la prueba del silencio contra los que insinúan que el desembarco norteamericano en la Luna es una falsificación televisiva. Si el vehículo espacial norteamericano no hubiera llegado a la Luna, había alguien que tenía la capacidad de controlarlo y tenía todo el interés en decirlo y eran los soviéticos; si, por lo tanto, los soviéticos se callaron, ahí tenemos la prueba de que los norteamericanos llegaron de verdad a la Luna. Punto redondo.
Por lo que atañe a conspiraciones y secretos, la experiencia (también histórica) nos dice que: 1) si hay un secreto, aunque lo conozca una sola persona, esa persona, quizá en la cama con su amante, antes o después lo revelará (sólo los masones ingenuos y los adeptos de algún rito templario creen que hay un secreto que permanece inviolado); 2) si hay un secreto, habrá siempre una suma adecuada por la que alguien estará dispuesto a revelarlo.
Ahora bien, para organizar un falso atentado contra las dos torres (para minarlas, para avisar a las fuerzas aéreas de que no intervinieran, para esconder pruebas embarazosas, etc, etc), habría hecho falta la colaboración, si no de miles, por lo menos de cientos de personas. Las personas empleadas para estos menesteres no suelen ser caballeros, y es imposible que al menos uno de ellos no haya cantado por una suma adecuada. En fin, que en esta historia falta un Garganta Profunda.
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