lunes, noviembre 05, 2007

The Onion: el otro periodismo







Este semanario satírico de EE.UU. no refleja la realidad sino una visión irreverente y desprejuiciada del mundo mediante parodias y noticias falsas, una receta que si bien lo sitúa en las fronteras del periodismo le ha valido un éxito extraordinario entre el público más informado


Por Greg Beato

En agosto de 1988 Tim Keck, que en ese entonces cursaba los primeros años en la universidad, le pidió prestados a su madre US$7000, alquiló una Mac Plus y publicó un diario de 12 páginas. Su ambición difícilmente calificaba como tema de futuros simposios periodísticos: quería crear una manera atractiva de hacer llegar avisos publicitarios a sus compañeros de estudio. Parte de la primera página fue dedicada a la historia de un monstruo que enloquecía en un lago del lugar; el resto se reservó a cupones de cerveza y pizza.

Casi 20 años después, The Onion es una de las pocas historias de éxito de la industria periodística escrita en la era post diario. Actualmente imprime 710.000 copias por edición semanal, casi 6000 más que The Denver Post , que ocupa el noveno lugar en el ámbito norteamericano. Las emisiones de su radio alcanzan una audiencia semanal de un millón y recientemente también comenzó a producir videoclips. Unos 3000 anunciantes locales mantienen a flote a The Onion , que planea agregar este año 170 empleados a sus actuales 130.

En su edición online atrae a más de dos millones de lectores por semana. Escriba "onion" en Google y The Onion aparece en primer lugar. Si tipea "the", también aparece The Onion en primer lugar.

Pero si escribe "mejores prácticas periodísticas" en Google, The Onion no aparece en ningún lugar. Quizás debería. En un momento en que los diarios tradicionales buscan de manera frenética dejar el papel y despojarse de su legado noticioso, The Onion asume una postura sorprendentemente conservadora frente a la innovación. Así como se ha beneficiado con la Web, le debe gran parte de su éxito a atributos de "baja" tecnología disponibles para cualquier diario pero que escasean: candor, irreverencia y voluntad de molestar.

Mientras que otros diarios agregan desesperadamente secciones de jardinería, piden a sus lectores que compartan sus recetas de salchichas o lanzan a sus empleados a voraces pelotones de bloggers para sesiones de preguntas y respuestas online , The Onion se limita a informar las noticias. Noticias falsas, seguramente, pero aun así noticias. No le pide a los lectores que envíen comentarios ni que califiquen a las notas en una escala del uno al cinco. No hace ningún esfuerzo para convencer a los lectores de que realmente comprende sus necesidades y de que existe sólo para servirlos. Los periodistas de The Onion sólo escriben historias y las brindan en una variedad de formatos, y esta postura relativamente anticuada de hacer un diario ha sido tremendamente exitosa.

¿Hay otros diarios que puedan jactarse de haber aumentado su circulación en un 60 por ciento durante los últimos tres años? Sin embargo, si bien los diarios tradicionales no logran atraer a los lectores, sólo periodistas arriesgados como Jayson Blair, de The New York Times , y Jack Kelly, de Usa Today , han buscado inspiración en The Onion .

Una de las razones por la que The Onion no es tomado más en serio es que su lectura es realmente divertida. En 1985, el crítico cultural Neil Postman publicó el prestigioso Amusing ourselves to death ("Divirtiéndonos hasta morir"), que advertía sobre el destino que nos esperaba si se permitía que el discurso público se convirtiera en algo sustancialmente más entretenido que, digamos, un libro de Neil Postman. Hoy, los diarios están ansiosos por entretener, al menos en sus secciones de viajes, cocina y moda.

Demasiados popes del periodismo ven todavía al humor como el enemigo de la seriedad: si las noticias se leen demasiado fácilmente, eso no puede ser muy bueno. ¿Pero acaso The Onion y sus acólitos más ajustados a la realidad, como The Daily Show y The Colbert Report , monitorean los hechos de actualidad de manera menos rigurosa que, por ejemplo, The Columbia Journalism Review o USA Today ?

Durante los últimos años, muchos estudios realizados por el Centro de Investigación Pew y el Centro de Política Pública Annenberg, encontraron que los seguidores de programas satíricos de TV -como The Daily Show y The Colbert Report - son también los ciudadanos mejor informados de Estados Unidos. Ahora bien, es posible que estos programas no logren que alguien sea más inteligente, y quizás los ciudadanos más informados simplemente prefieran la comedia en lugar de las estentóreas tonterías presentadas por modelos presentadoras. Pero estos estudios sugieren que las noticias agudizadas con la sátira no causan el infarto intelectual que predijo Postman.

Provocador por naturaleza

Es fácil ver por qué los lectores se conectan con The Onion , y no es sólo por las bromas: a pesar de sus "noticias falsas" es una publicación extremadamente honesta. Muchos diarios, especialmente aquellos de mercados monopólicos o casi, operan como si estuvieran más interesados en no ofender a los lectores (o anunciantes) que en expresar una visión de cualquier tipo.

The Onion tiene una posición contraria. Se deleita en burlarse de las beaterías y habitualmente publica historias que garantizan que molestarán a alguien: "Cristo mata a dos, hiere a siete en ataque contra clínica de abortos". "Heroicos comandos PETA matan a 49 y salvan conejo". "El desfile del orgullo Gay establece corriente de aceptación de los gays hace 50 años". No hay ninguna ideología en estos titulares, sólo el deseo de expresar alguna verdad brutal y directa sobre el mundo.

Una queja habitual contra los diarios es que son demasiado negativos, demasiado centrados en las malas noticias, demasiado obsesionados con los aspectos más desagradables de la vida. The Onion muestra cuán equivocada es esta caracterización, con qué cautela la mayoría de los medios bailan alrededor de lo inexorablemente horrible de la vida y se niegan a reconocer los límites de nuestra tolerancia y compasión. La cobertura superficial que los diarios tradicionales dan a los desastres en países castigados con esos temas es reducida a su esencia tenebrosa y desnuda: "15.000 personas negras murieron en algún lugar". Los mendigos no son utilizados para ganar Pulitzers sino para títulos llamativos: "Un hombre no puede decidir si dar un sándwich a un pobre o a los patos". Los triunfos del espíritu humano son raros como un vegetariano en un asado de la Asociación Nacional del Rifle: "Sus seres queridos recuerdan la cobarde batalla de un hombre contra el cáncer".

Tales titulares tienen un costo, por supuesto. Los lectores que se sienten ultrajados han convencido a los anunciantes de que retiren sus avisos. Ginger Rogers y Denzel Washington, entre otras celebridades, han objetado historias en que aparecían sus nombres, y el ex editor de The Onion, Robert Siegel, contó una vez en una conferencia que el diario "casi termina su existencia por una demanda" luego de publicar una historia con el título "Niño moribundo cumple su deseo: tener una relación con Janet Jackson".

Pero si esta irreverencia a veces es económicamente inconveniente, también es la mayor razón del éxito de la publicación. Es un refrescante antídoto al "él dijo, ella dijo", que equilibra los hechos y hace que tantos diarios suenen excesivamente circunspectos. Y si bien The Onion puede no adherir a los hechos de la realidad demasiado estrictamente, no hay dudas de que podría estar más alto si el Centro de Investigación Pew alguna vez lo incluyera en una encuesta sobre las fuentes de noticias más confiables de Estados Unidos.

Durante los últimos años, los diarios de las grandes ciudades han comenzado a ofrecer publicaciones dirigidas a quienes deben viajar desde la periferia, que funcionan como versiones livianas de los originales. Estas publicaciones comparten algunos de los atributos de The Onion : son libres, tabloides y muchas de sus historias son breves. Pero si bien son menos llenadoras, todavía saben a poco. Uno tiene que preguntarse: ¿Por qué detenerse en el precio y el tamaño del papel? ¿Por qué no adoptar la brutal franqueza, la voluntad de perforar las ortodoxias de todas las franjas políticas y culturales y aplicar esos atributos a un diario cotidiano y genuinamente informado?

Los editores de hoy dan a las tiras cómicas cada vez menos espacio. Los dibujantes de editoriales y los humoristas han sido casi erradicados. Esos cambios han ayudado a hacer que los diarios sean más entretenidos, o al menos menos aburridos, pero es sólo un comienzo. Mientras las tapas de los diarios no puedan hacer reír a nuestros más leales defensores de la integridad periodística hasta la dispepsia severa, si no de la muerte, eso significa que no lo están intentando lo suficiente.

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