En los países de sólida tradición democrática, los sondeos de opinión actúan como si fueran una institución más del sistema.
Por Alí Mustafá
En los cuentos de palacios, el rey siempre quería saber qué opinaban sus vasallos. Disfrazado de pordiosero recorría el mercado preguntando qué opinaban del rey. La información que recogía no le valía para cambiar de rumbo sus decisiones sino que, si ésta le era desfavorable, generalmente aplicaba leyes más duras. Claro, era el rey.
Los modos de recoger la opinión de la gente a lo largo de la historia han ido variando y perfeccionándose hasta llegar a lo que hoy conocemos como sondeos de opinión.
Cuando despunta un proceso electoral, las encuestas pasan a ser las vedettes en el escenario político y los encuestadores compiten en un show de cifras que se parece más a una lotería que a un análisis exhaustivo de la realidad. O como dice el sociólogo Manuel Mora y Araújo: el resultado arrojado por varias encuestadoras nos pone frente a un virtual múltiple ballotage.
Saber lo que piensa la gente les quita el sueño tanto a políticos como a empresarios, y si el que hace política es empresario, el desvelo es doble. Para tal fin, los encuestadores desarrollaron métodos sofisticados que permiten investigar conductas y opiniones preguntándole sólo a una parte de la población, pudiendo ver en gráficos cómo se expresa lo que antes llamaban la mayoría silenciosa.
Crimea: la encuesta como arma.
El antecedente más remoto que se conoce de medición de datos por un método más o menos serio se remonta a 1854, durante la Guerra de Crimea. Allí, la enfermera Florencia Nigthingale luchaba duramente contra la muerte, sobre todo porque a sus pacientes les faltaba lo más elemental para sobrevivir.
El ángel de Crimea, como la habían bautizado, para obtener la información que necesitaba elaboró formularios para las encuestas que iba a realizar en los hospitales de campaña, sentando de esta manera uno de los principios básicos de la socioestadística. Asimismo, se valió de su propia metodología para el análisis de los datos. Los resultados obtenidos le permitieron revertir la situación que, por cierto, era bastante desconcertante.
Luego de la guerra se dedicó a probar si unas malas relaciones en el trabajo y en el hogar, sumadas al cansancio psicofísico (lo que hoy se conoce como estrés), producían determinadas enfermedades, como así también qué influencia tenía la vida urbana sobre la salud. En otras palabras, elaboraba hipótesis y recolectaba datos para su comprobación.
Después de 150 años de estos acontecimientos, la recolección de datos estadísticos, la comprobación de hipótesis y los estudios de opinión pública - sobre todo para la elaboración de pronósticos electorales- se han convertido en las ciencias que más y mejor prensa tienen.
De aciertos y fracasos.
En los países de sólida tradición democrática, los sondeos de opinión actúan como si fueran una institución más del sistema. Aunque a veces fallan en las predicciones, generalmente cuando aparece un partido nuevo en el escenario político, pueden considerarse el elemento más fiable para determinar el triunfo o la derrota de un candidato.
La metodología tradicional responde a varios pasos que deben cumplirse en un orden que le brinde un estricto rigor científico. En primer lugar, se trata de definir el grupo de personas de las que se quiere saber algo. A éste se le denomina universo o población. Por supuesto que elegir bien a las personas significa que ellas representen a la totalidad. Para la demoscopía, como se conoce a esta ciencia, significó un gran adelanto comprender que la extensión de la muestra no necesita ser proporcional al tamaño del universo. Lo único que tiene que concordar entre muestra y universo, dice un especialista de la cátedra del posgrado en Opinión Publica y Medios, que se dicta en Flacso, es la naturaleza y la distribución de las características investigadas.
Luego, se debe realizar una selección aleatoria de la muestra. Éste es el mejor procedimiento aunque también el más arduo.
Muchas entrevistas se hacen por teléfono, por lo cual, la guía telefónica puede ser una gran herramienta. Sin embargo, este sistema resulta engañoso. En ciudades como Buenos Aires o Mendoza existen más teléfonos cada 100 mil habitantes que en el interior de cualquier provincia, lo que implica una inexacta distribución de la muestra si se confía en la selección al azar puro.
En la Argentina es muy recordado el caso del encuestador Javier Otaheguy, quien a través de una encuesta telefónica había pronosticado un amplio triunfo del candidato de la Unión Cívica Radical sobre el del Partido Justicialista en las elecciones para gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1987. El resultado fue a la inversa, y el papelón de envergadura. La metodología de recolección había sido acertada pero lo que no tuvo en cuenta fue que, en gran parte, en los sectores populares bonaerenses, que históricamente votaron al justicialismo, la cantidad de aparatos telefónicos por habitante es muy inferior a la que se tiene en la Capital Federal.
El siguiente ejemplo nos hará pensar que los encuestadores son esa especie de animales que se tropiezan dos veces con la misma piedra. Para las elecciones presidenciales de 1936 en EEUU, la revista Literary Digest realizó una encuesta entre más de 2 millones de ciudadanos cuyas direcciones se obtuvieron a través de las guías telefónicas. El resultado predijo la victoria aplastante del candidato republicano Alfred Landon, pero falló. Por la misma fecha, el investigador George Gallup decidió hacer su propia encuesta, escogiendo meticulosamente la muestra que comprendía la milésima parte de las personas consultadas por la revista y consiguió pronosticar con una aproximación increíble la victoria de Franklin D. Rosevelt. La hazaña de Gallup lo volvió famoso y su empresa hoy goza del mismo prestigio que tuvo entonces.
Otros fracasos similares, de reciente data, se dieron en Europa. En 1993, el laborista inglés John Mayor salió victorioso cuando todos los pronósticos lo daban perdedor. En España, las encuestas diferenciaban por 10 puntos al líder del Partido Popular sobre Felipe González, y el resultado final fue de 38, 85 % para Aznar, contra el 37,48 %, del candidato del PSOE. En Italia sucedió algo similar, Berlusconi y Prodi empataban en 44 %, el resultado final fue de 46 para Prodi y 41 para Berlusconi. Mientras en Rusia los sondeos arrojaban 56% para Yeltsin y 38,5 para Zyuganov, pero el pueblo ruso dijo en las urnas que Yeltsin ganaría por 34,35 de los sufragios, contra el 31,97 de su contrincante, y aparecería Lebed con un 14,10, cuando ninguna encuestadora lo tenía en cuenta.
En EEUU, el 22 de julio de 1996, Gallup daba una diferencia de 20 puntos entre Clinton y Dole, favorable al primero, y el 19 de agosto el resultado fue de 7 puntos de diferencia. A pesar de las diferencias y las críticas que puedan atribuírseles, las encuestas se revelan, en muchos casos, asombrosamente precisas.
"La explicación a este fenómeno, agrega el especialista de Flacso, deriva en el amplio número de indecisos, que ya no votan partidos sino candidatos, lo que indica que la tendencia que le asignaban históricamente a los partidos políticos ahora forma parte de un mito. La metodología de las encuestas no cambió, lo que cambia es la opinión de la gente".
Otra herramienta fundamental a tener en cuenta es el cuestionario. La forma como se diseña la pregunta depende en gran medida de su respuesta. A pesar de todo, la recolección de datos estadísticos y los sondeos de opinión se han convertido en un instrumento esencial aplicado a la política, a la publicidad y a la investigación de mercado. Hoy en día nadie se atreve a lanzar al mercado una revista o cualquier otro producto sin determinar previamente quién lo va a comprar.
El peso político de las encuestas
En los últimos tiempos, los encuestólogos desarrollaron un protagonismo que generó constantes debates sobre la conveniencia o no de prohibir la difusión de los sondeos de opinión a través de los medios de información previamente a los comicios.
La presentación en sociedad de los resultados produce temor en la clase política, sobre todo en aquellos candidatos que ven diluirse las posibilidades de triunfar.
En efecto, las encuestas son fuentes de información y, también, consideradas como factores influyentes y decisorios en los procesos electorales. En principio influye en la selección de los candidatos, aquellos que cumplan con los requisitos que exige la ciudadanía en determinado momento, de lo contrario, con una buena campaña propagandística pueden adoptar por un proceso extraño de mutación, formas que, generalmente, están muy alejadas de su historia personal. Y por otra parte, influyen en la elaboración de la agenda de temas, lo que provoca que las plataformas partidarias sean elaboradas con minuciosidad y exactitud matemática.
El hecho de conocer la orientación de los resultados antes del comicio permite al votante analizar la relación de fuerzas entre las agrupaciones políticas y definirse si quiere sumarse al vencedor o bien apostar a la construcción de un poder alternativo. La clave de hoy no es el voto del indeciso sino el grado de fiabilidad del votante definido.
Existe un fundamento para prohibir la publicación de las encuestas: se dice que influyen en el electorado. Este argumento también fue objeto de medición y el resultado dio que sólo el 6% de los encuestados decidió su voto influenciado por las encuestas. Lo que quiere la clase política es asignarle a las empresas de encuestas una representatividad que, de hecho, no tienen.
El encuestador Manuel Mora y Araújo opina que la cultura cívica ganaría muchísimo si los candidatos políticos pusieran menos acento en las encuestas como elemento de propaganda.
El debate sobre la conveniencia o no de prohibir la difusión de los sondeos de opinión antes de las elecciones es un tema a debatir en muchas partes del mundo. Francia y Turquía lo tienen resuelto. La veda francesa es de una semana y la turca de dos meses.
Tomando en cuenta estas generalidades, las encuestas adquieren status de documento inapelable cuando indican la tendencia del voto. Pero detrás de los guarismos que le asignan a tal o cual candidato se esconden los motivos reales que guían a la mayoría silenciosa a expresarse. Desempleo, seguridad, corrupción, izquierda, derecha o justicia social, pero de eso no se habla, porque las encuestas, como los bikinis, muestran todo menos lo más importante. OEI.
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